Federer salta a una nueva dimesión con su octavo Wimbledon

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DANIEL LEAL-OLIVAS | AFP

Aplastó al croata Marin Cilic (6-3, 6-1, 6-4), y se convierte en el primer hombre que gana ocho veces sobre el césped de Londres

16 jul 2017 . Actualizado a las 19:54 h.

El suizo Roger Federer saltó hoy a una nueva dimensión tenística al conquistar su octavo título de Wimbledon, el decimonoveno Grand Slam de su carrera, con un 6-3, 6-1 y 6-4 sobre el croata Marin Cilic en la final. A 23 días de cumplir 36 años, Federer se convirte en el primer hombre que gana ocho veces sobre el césped de Londres, desempatando con Pete Sampras y William Renshaw, y de paso estiró su récord de grandes hasta 19. 

El reloj de Londres marcaba las 15:51 de la tarde -una hora y 41 minutos después de que la pelota se pusiera en juego- cuando la pista central del All England se vino abajo. Las 14.979 personas que colmaban las gradas saltaron, brincaron y se rindieron ante Federer. Lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a ganar Wimbledon. Ha vuelto a asombrar al mundo. El suizo llevaba desde el 2012 sin triunfar en la catedral del tenis y en los años posteriores muchos temieron que no volvería a triunfar en el All England. Tras perder las finales del 2014 y el 2015, en el 2016 cayó en semifinales y después se tomó una pausa de seis meses para recuperarse de sus problemas en la rodilla y en la espalda.

Desde entonces, Federer vive en una nube. Ganó Australia, Indian Wells, Miami y Halle antes de llegar a Wimbledon. Y en la hierba más famosa del mundo, donde ganó su primer grande en el 2003, se hizo gigante. Muchos dicen que estas dos semanas jugó el mejor tenis de su carrera. Hay una cosa clara: no se dejó un set en las dos semanas camino al título, algo que sólo había conseguido una vez en un grande, hace diez temporadas en Australia. Mente libre, piernas frescas y una mochila cargada de confianza, Federer no dejó de asombrar. Hoy se convirtió en el tenista más veterano en coronarse en Wimbledon desde que se inauguró la Era Abierta en 1968, una victoria que le hará saltar al tercer puesto del ranking.

NIC BOTHMA | EFE

A las dos en punto de la tarde, los casi 15.000 espectadores que llenaron la central desde muchos minutos antes se levantaron para dar la bienvenida a los finalistas. Todo muy británico, lejos de los shows de Nueva York y Melbourne. Aquí no hay humo, no hay extravagancias. Federer pisó el césped e instantes después se colocó la mano izquierda en el bolsillo. Estaba relajado. Era su casa, es su undécima final en Wimbledon, la vigesimonovena de Grand Slam. Está más que acostumbrado, ésta fue su rutina durante años. La rutina que después se convirtió en un recuerdo hasta que «reseteó» las cuentas con su título de enero en Australia, esa copa con la despegó su maravilloso 2017.

Pero Cilic, el campeón del US Open 2014, arrancó fuerte, valiente. Y con 2-1 a favor se procuró la primera pelota de break del partido, pero su resto se queda en la red. En una final, cazar las oportunidades que se presenten es primordial. Mucho más si es en un Grand Slam, el rival es Federer y la copa que hay en juego es la de Wimbledon. Así lo demostró el juego siguiente, cuando a los 21 minutos de partido Federer rompió a su rival y empiezó a decantar la final. Poco después, un passing shot de revés marca de la casa le da a Federer su primera oportunidad para llevarse el primer set. Cilic la salvaría, pero en la segunga le tembló el pulso y cometió una doble falta.

«Sé que es una montaña muy alta de escalar», había dicho Cilic sobre el reto de medirse a Federer en la final de Wimbledon. Y la montaña cada vez era más grande, más empinada. En un pestañeo se le escapó el partido. Federer aceleró en el inicio del segundo set y se coloca 3-0. Cilic pidió la asistencia del médico en ese momento, pero lo único que hizo el galeno cuando entró en la pista en hablarle. Algunos especulan entonces con un ataque de ansiedad.

«Hay millones de personas viéndolo en esta final, toda Croacia le está viendo. Y en esta pista no hay lugar para esconderse», comentó el interlocutor de la BBC. Cilic, sentado en la silla mientras escuchó al médico, se tapó la cara con una toalla, pero al hacerlo de refilón no pudo ocultar las lágrimas. Un gigante de 1,98 metros estaba llorando en la final de Wimbledon.

Quizás estuviera abrumado por la situación, por verse ya tan lejos de la copa. Aunque quizás era el pie derecho, porque cuando perdía 6-1 el segundo set volvió a llamar al médico y esta vez hubo más que palabras. Cilic se quitó la zapatilla izquierda, recibió un masaje y una pastilla. Su cara es un poema. El partido se le escapó definitivamente al croata en el séptimo juego del tercer set. Con break point en contra, deja una derecha invertida en la red y dimite. Escalar esa montaña que era ya un Everest sin oxígeno. Con bolas nuevas, Federer se dispuso a sacar para ganar el campeonato. Sin atisbo de duda alguna, lo cerró con un ace y alzó las manos al cielo de Londres.