Crónica de una muerte anunciada

Tito Vázquez

DEPORTES

BENOIT TESSIER | reuters

10 jun 2018 . Actualizado a las 21:59 h.

Roland Garros tiene dueño. Rafael Nadal, que ganó su titulo número 11 en París. Ese récord, creo, es imposible de superar. El día antes de la final, los entusiastas del tenis teníamos la intención de ver una final digna, difícil, con suspense y posibilidades para ambos. Las estadísticas eran obvias: el favorito era Rafa. Sin embargo, Thiem había llegado a la semifinal en el 2016, 2017, y es, según los críticos, el segundo mejor jugador en canchas de tierra. ¿Tenía los elementos para complicar al español? ¿Cómo jugar en Roland Garros contra el campeón? ¿Cuál iba a ser su estrategia? ¿Podría mantener el nivel y la claridad mental necesaria durante cinco sets?

Uno conoce las virtudes de Nadal, no en vano lleva años dominando el circuito: tiene 32 años, lleva 14 en la élite, estuvo lesionado varias veces, su lazo de derecha es su mejor golpe, ser agresivo desde el fondo de la cancha es su mayor virtud y sobretodo es fuerte en lo mental.

Lo ideal era plantear un partido largo. Thiem tiene 24 años, físicamente está muy bien preparado, sus tiros son potentes, tiene ángulos importantes, es rápido en sus desplazamientos, puede variar su juego y sobre todo necesitaba tener mucha paciencia, algo muy necesario en tierra.

El resultado, 6-4, 6-3 y 6-2, muestra claramente que algo falló.

La manera de encarar el partido del austríaco fue incomprensible: nunca abrió los ángulos con el saque, arriesgó en todo momento, numerosas veces regalando puntos desde posiciones inadecuadas, trató de hacer winners todo el tiempo -algo muy difícil en tierra-, en otras palabras hizo lo mejor para perder. Los puntos eran cortos, Thiem quería borrar de la cancha al mejor contragolpeador del mundo, algo ilógico e impensable. No tuvo la paciencia necesaria para buscar promedios, incluso su mente mostró una aceleración inadecuada para una superficie que necesita tranquilidad, trabajar los puntos. «Una para acá, una para allá y después voy viendo, huevón». Una definición clásica de la estrategia acorde al chileno Nicolas Massú era una buena alternativa para enfrentar la final.

El primer set mostró el nerviosismo de ambos, una cantidad de errores no forzados, alternando riesgos acertados con imprecisiones. Cuando Nadal sacó 5-4, cuatro errores consecutivos del austríaco le dieron el set inicial. Esa es la imagen del partido. El mito que los propios jugadores han creado, «en Roland Garros es invencible», «nunca se entrega», «a cinco sets en tierra es imposible», comenzó a influor en la ansiedad de Thiem, que perdió la confianza en sí mismo. «Nunca trates de hacer más de lo que puedes», decía Pancho Gonzáles años antes de que naciera Thiem. Nadal tampoco lo ayudó, el español cada vez jugaba mejor. El golpe de derecha de Rafa, el lazo, una manera muy especial de pegar, siguió haciendo estragos. Este golpe es imposible de copiar, golpea la pelota con mucho efecto y potencia terminando ¡encima de su cabeza y detrás de la nuca!

El momento más dramático del partido fue cuando Rafael Nadal ganaba 2-1 y 30-0 y se acalambró su mano izquierda. Muchas veces un calambre supone perder el partido. Suspense y un temor disimulado por Nadal no cambiaron la historia. Unos minutos después, gracias al «instinto matador» del español, nada había cambiado. El rey mantenía su trono sin perder un set.