Como siempre, como nunca, Nadal

DEPORTES

CHRISTOPHE ARCHAMBAULT | AFP

El español apabulla a Thiem para lograr un inverosímil undécimo título de Roland Garros y su decimoséptimo «grand slam», con una victoria que le mantiene el número uno del mundo

10 jun 2018 . Actualizado a las 21:55 h.

En la interminable pista central de Roland Garros, Rafa Nadal lo ha vivido de todo. En su primera visita, estrenó con 19 años su palmarés en Roland Garros contra un rival menor como Mariano Puerta, construyó su leyenda amargando al violinista más elegante que ha dado el tenis, Roger Federer, lloró de impotencia por una derrota que iba más allá del tenis cuando sus padres se separaban y cedió ante Robin Soderling, se tomó la revancha de este al año siguiente en la final, sofocó la rebelión del mejor Novak Djokovic, puso en su sitio la bonita historia de esfuerzo y constancia de David Ferrer y hasta resistió el tenis eléctrico de un jugador incontrolable como Stan Wawrinka. Así llegó a los diez títulos en París. El undécimo le brindó un pulso contra el presente y contra el futuro. Enfrente, Dominic Thiem, un tenista llamado a protagonizar el gran duelo de los próximos años 20 junto a Alexander Zverev. Completísimo uno, peligrosísimo por irreverente otro. El primero comparecía ayer en su primera final de grand slam, y acabó como casi todos, sometido a la tiranía del mejor jugador de tenis de tierra batida de todos los tiempos, un competidor implacable como ha habido pocos en la historia de todos los deportes. El resultado, su victoria sobre Thiem por 6-4, 6-3 y 6-2, en su undécimo título de Roland Garros, su decimoséptimo grand slam, su torneo número 79 en la ATP, el triunfo que le mantiene como número uno mundial.

Todo es lógico e increíble a la vez en Nadal, el Rey Sol del tenis de tierra batida. Lógico porque su tenis todavía no ha encontrado un rival a su altura en arcilla. Increíble porque no hay precedente, ni parecido, de semejante superioridad en un grand slam. Una jerarquía que prolonga un deportista de 32 años, machacado por las lesiones desde que alcanzó la veintena y al que su propio equipo de trabajo pronosticaba una carrera corta.

OLIVIER MORIN | AFP

Thiem añadió nuevos matices a la final de ayer. Le respaldaba la confianza del que ya ha derrotado a Nadal en grandes plazas de tierra, un servicio que vuela a más de 225 kilómetros por hora, un repertorio completo que su raqueta blanca dibuja sobre la pista ocre como si diese pinceladas sobre un lienzo... Y sus 24 años, lo suficientemente joven, lo mínimamente maduro.

CHRISTOPHE ARCHAMBAULT | AFP

Como quien le enseña su casa al invitado, Nadal comenzó el partido con seis puntos seguidos, y jugó con más aplomo los puntos decisivos de un primer set discutido a raquetazo limpio. Llegó el 5-4 para Nadal, sirvió Thiem y entonces, ahora sí, sintió el peso de la responsabilidad: juego en blanco para el mosquetero moderno de Roland Garros y 6-4. Ese dominio de la escena le aupó en el segundo, que entró en combustión con 4-2. El español empezó a moverse por la pista para esconder su revés y teledirigir la pelota de esquina a esquina; el austríaco apeló al amor propio para soltar el revés como cuando un domador de circo esgrime su látigo. Y el asunto, con el público de la Philippe Chatrier disfrutando de un pulso mayúsculo, terminó como casi siemrpe, con set para Nadal por 6-3.

Tan encarrilado estuvo siempre el undécimo título, que le faltaba un toque dramático. Llegó cuando con 2-1 y 30-0 a su favor, falló un primer servicio y corrió a su banquillo. «No puedo mover el dedo, se me ha bloqueado. ¿Puedo parar un momento?», comentó aj juez de silla con una risa incómoda.

CAROLINE BLUMBERG | EFE

El fisio saltó a la pista, el problema pareció remitir, pero el español le trasladó el mensaje a su equipo. «¡se me ha acalambrado la mano!». Poco importó. Al rato, estaba ya mordiendo otra vez la Copa de los Mosqueteros. Su copa. Su tesoro.