A Suiza con amor

Carmen Fernández REDACCIÓN

EMIGRACIÓN

Sara Noriega junto a su novio en Suiza
Sara Noriega junto a su novio en Suiza

Sara Noriega es una asturiana que emigró a Zúrich por su pareja. Trabaja de traductora en una empresa de la ciudad

18 abr 2019 . Actualizado a las 18:30 h.

Por amor, así sin más preámbulos y sin necesitar otra razón, este es el motivo principal por el que Sara Noriega Turatti se mudó a Zúrich en noviembre de 2017. Esta asturiana, ovetense de nacimiento pero naviega de corazón, ya que vivió toda su infancia en el pintoresco pueblo de Puerto de Vega, se mudó a estudiar Traducción e Interpretación en la Pompeu Fabra de Barcelona. En un viaje que realizó mientras estaba en la carrera conoció al que actualmente es su pareja, un chico suizo del que se enamoró y con el que vive a día de hoy, después de casi cuatro años desde que sus destinos se cruzaron. Además, Noriega trabaja de traductora técnica en una empresa industrial, pudiendo realizar su vocación en un país que la acogió con los brazos abiertos desde el primer momento. «Siempre digo que Suiza es como Asturias, pero a lo grande. Vivir aquí es como sentirse en casa pero hablando otro idioma», afirma. 

Quizás por esta razón, una vez que terminó sus estudios, la naviega no se lo pensó dos veces a la hora de hacer las maletas. La amabilidad de sus gentes, el clima y la belleza de su paisaje también fueron argumentos a tener en cuenta a la hora de tomar esta decisión, aunque, si hay que poner una pega, el idioma en primera instancia fue una traba que superar: «Dado que en la universidad había estudiado inglés y francés, me vi empezando de cero con el alemán cuando llegué aquí, por lo que tuve que asistir a cursos intensivos durante los primeros meses para poder aprenderlo lo antes posible». Debido a que los suizos son muy educados, lo primero que Noriega tuvo que aprender fue el saludo: Grüetzi si es una sola persona o Grüetzi Mitenand si es para dos o más. «Al principio me parecía un poco extraño, ya que tenía que saludar a todo el mundo continuamente, incluso si se trataba de desconocidos; ahora ya me sale automático», cuenta.

Por no hablar de sus peleas con la lavadora, un problema al que no se acostumbra, «aquí no se suele tener lavadora en casa, siempre hay una junto a una secadora en el sótano de cada edificio que se comparte con el resto de vecinos. Me tengo que acordar constantemente de que tengo la ropa lavando en el sótano, ya que no sería la primera vez que me la olvido un día entero y cuando me acuerdo ya son las tantas de la noche y tengo que bajar corriendo a recogerla» describe añorando las facilidades que aporta el tener el electrodoméstico en su casa. Pero dejando a un lado sus rencillas domésticas, las demás diferencias culturales aportan mucho a la vida de Noriega. Como las caminatas por la naturaleza y el esquí, que forman parte del día a día de los planes en la cultura suiza, muy arraigada en el deporte, «he llegado a ver a personas de setenta años en adelante montar en bicicleta y subir montañas con la misma agilidad que yo», comenta. También su puntualidad impresa en su caracter: «aquí nadie suele llegar tarde y los trenes son siempre exactos», afirma. Y hablando de trenes, a diferencia de Asturias donde se suele coger el coche con mucha frecuencia, los suizos viajan en tren a todas partes gracias a las buenas conexiones y calidad del transporte público.

 «Echo de menos las reuniones familiares»

A pesar de que en Suiza se come muy bien, tal y como cuenta, Sara extraña la comida de casa así como a sus allegados: «Quizás, una de las cosas que más echo de menos son las reuniones familiares; las familias no están tan unidas como en España, las relaciones entre padres e hijos, abuelos y nietos, primos, etc, no suele ser de tanta confianza como las nuestras». Otra gran diferencia de su nuevo país de residencia, en el que los jóvenes se independizan cuanto antes y solo ven a sus parientes de vez en cuando, «por supuesto, que tu madre te cocine y te dé el táper con las croquetas o el cocido para la semana es impensable aquí» añade la naviega.

Y es que, aunque Asturias desgracidamente no ofrece grandes oportunidades laborales para los jóvenes, por lo que la vuelta de Noriega sería muy complicada, el sentimiento de añoranza que se siente al estar lejos de la tierrina es inevitable. «Cada vez que vuelvo me doy cuenta de lo bonita que es. Creo que ahora la valoro y aprecio mucho más que cuando vivía allí», cuenta.