La oenegé Seronda recoge su cosecha

Pablo Batalla Cueto GIJÓN

GIJÓN

La asociación de cooperación, fundada en 1997, organiza su segundo Encuentro Juventud Solidaria trayendo a seis chavales guatemaltecos a conocer Asturias

12 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Un quetzal, el ave nacional de Guatemala, posado sobre lo alto de una Cruz de la Victoria, con sus larguísimas plumas de colores enredándose en los brazos del crucifijo: con ese hermoso diseño ha querido la oenegé gijonesa Seronda ilustrar su Encuentro Juventud Solidaria 2016, en el marco del cual dos jóvenes asturianos viajaron a Guatemala en junio y ahora seis jóvenes guatemaltecos cruzan el Atlántico para conocer Asturias y que Asturias los conozca a ellos y sus realidades. Charlas en institutos de secundaria, visitas al Proyecto Hombre o a Abierto Hasta el Amanecer, un taller sobre género e interculturalidad en la Facultad Jovellanos y excursiones a Avilés, Langreo, El Fitu o Covadonga son algunas de las actividades que, desde el pasado 1 de noviembre y hasta el 17, tiene programadas esta oenegé que el año que viene cumplirá dos decenios.

Seronda -palabra que en asturiano significa tanto otoño como cosecha de otoño- fue fundada en 1997 por un grupo de antiguos alumnos de la Fundación Revillagigedo con el fin de apoyar económicamente la labor que el jesuita vigués Manuel Maquieira Casaleiz, que había sido profesor de la fundación en los setenta, desarrollaba entonces en Puente Belice, uno de los suburbios más míseros de Ciudad de Guatemala. Maquieira, que padecía problemas coronarios, falleció en 2006, pero su legado pervive en Puente Belice en forma del Centro de Formación Integral Manolo Maquieira, financiado por la oenegé con ayuda de la Agencia Asturiana de Cooperación al Desarrollo y los ayuntamientos de Gijón y Carreño. En él, 400 chavales de familias en situación marginal reciben tanto educación académica como formación laboral, con la posibilidad añadida de trabajar a media jornada en varias empresas colaboradoras.

A la gran mayoría de los patojos -chavales- guatemaltecos, sólo proyectos de cooperación internacional como el de Seronda les permiten abrirse camino en la vida en un país en el que el neoliberalismo campa por sus respetos y la educación secundaria y superior es casi universalmente privada y por lo tanto prohibitiva para familias con pocos recursos. Esa falta de perspectivas vitales acaba arrojando a muchos al abismo de las maras, pandillas criminales callejeras en las que encuentran la identidad y el sentido de pertenencia y utilidad que un sistema implacable les niega.

Querer y poder

A combatir esa injusticia sistémica consagró su vida Manolo Maquieira, y la siembra que él inició da cada año cosechas felices en forma de historias como la de Alejandra Pérez, que tuvo que dejar de estudiar siendo adolescente por falta de recursos pero volvió a hacerlo tres años después gracias a Seronda y hoy es una brillante y prometedora reportera radiofónica. O como la de Rosario Chach, oriunda de una de las regiones más pobres del país, El Quiché, y a quien la ayuda prestada desde Asturias está permitiendo estudiar el bachillerato mientras trabaja como archivera para la empresa de alimentación Grupo PAF. O como la de Bernabé Bercián, que debe a Seronda su graduado en administración de empresas y una maestría de administración industrial.

Rosa Salazar, otra de las jóvenes guatemaltecas de visita en Asturias, estudió también bachillerato en el Centro de Formación Integral Manolo Maquieira pero no lo abandonó cuando terminó sus estudios, sino que permaneció en él como educadora. Lo que Salazar más agradece a Seronda y a su proyecto es haberla ayudado «a despertar» y a descubrir «que se puede luchar por algo diferente; que los guatemaltecos merecemos algo diferente». Similar reflexión hace Romeo Granados, que comparte con ella la doble condición de exalumno del centro y profesor en el mismo. «Si no hubiera conocido el proyecto, no sé dónde estaría hoy, y desde luego no habría adquirido conciencia de que es posible e importante cambiar la comunidad en la que uno vive y no sólo cambiar uno mismo», dice.

Los seis jóvenes guatemaltecos coinciden en hacer una afirmación que es al mismo tiempo un agradecimiento y un clamor sobre la importancia de que los ríos de solidaridad internacional que fluyen por el mundo no se desequen: «Somos el producto de la ayuda que nos han dado», decían el domingo 6 a los socios de la oenegé gijonesa en una comida-encuentro celebrada en un merendero gijonés. Del mismo modo, puede decirse que el quetzal abrazado a la cruz de Pelayo no es sólo un logotipo bonito sino también un pequeño manifiesto político: el mundo será justo cuando los seres humanos sean libres como quetzales para escoger su camino en la vida y se alcen victoriosos sobre un sistema perverso que condena a la exclusión, el hambre, la enfermedad y la esclavitud a dos tercios largos del globo terráqueo. O cuando, en palabras de Raúl Soto, otro de los seis jóvenes guatemaltecos de visita en Asturias, el quiero ser se acompase por fin al puedo ser en países como el suyo.