«En Cataluña ha surgido un nuevo movimiento social que nos obliga a dialogar con nuestra diferencia»

J. C. Gea GIJÓN

GIJÓN

Antonio Lafuente, en el Antiguo Instituto
Antonio Lafuente, en el Antiguo Instituto

El investigador del CSIC coordina el seminario «Los comunes: entornos y prácticas» en los 35 Encuentros de KBueñes

12 oct 2017 . Actualizado a las 09:32 h.

Antonio Lafuente García, Investigador científico del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CSIC) y director del laboratorio del Pro-común en el MediaLab-Prado, coordina uno de los talleres que componen la programación de los encuentros KBueñes 2017, dedicados a abordar desde distintos ángulos el tema «Jóvenes, apropiación tecnológica y comunicación», desde ayer miércoles hasta el domingo. El físico, filósofo y divulgador ha preparado para el caso el taller titulado «Los comunes: entornos y prácticas», en los que se examinará el uso del concepto de comunes en ámbitos como el del patrimonio, el cuerpo, la ciudad o internet para mostrar, según Lafuente, «cómo podemos relacionarnos con todo ello no como usuarios, sino como podemos construir, aportar, generar cosas nuevas ahí».

-El concepto lo primero: ¿qué son «los comunes»? 

-Empezó siendo algo que solo interesaba a los académicos y tuvo un enorme desarrollo; tanto, que la primera mujer que ha ganado un premio Nobel de economía lo ganó por haber dedicado su vida a estudiar los bienes comunes y su importancia en la gestión de lo colectivo en nuestro mundo, y a demostrar que no eran una reliquia del pasado, de la Edad Media -bosques, pesquerías…- sino que lejos de eso, seguían siendo muy importantes. Pero, fuera del mundo académico ha adquirido una enorme relevancia a partir del 15-M y lo que eso significó cuando un montón de gente se reclama como actor político partidario y parte de un fenómeno social que se llama «los comunes». Hay muchas maneras de leerlo, de explicarlo. Empecé hablando de esto como de los bienes que son de todos y de nadie al mismo tiempo, y esta manera de definirlo creo que es expresiva y todo el mundo la entiende enseguida: hablo del aire, del genoma, de la lengua… cosas que, o bien hemos heredado  y podemos legar a nuestros hijos, o bien hemos creados entre todos y queremos seguir creando, como la lengua. Ahora me gusta más otra manera de definirlo

-¿Cuál?

-«Los bienes que hemos creado entre todos». Es, para mí, lo que mejor lo definiría, para distinguirlo además de lo público. Lo público es lo que es para todos. Su función es crear bienes para todos: educación para todos, sanidad o seguridad para todos, movilidad para todos. En cambio, lo comunes sería «entre todos». Lo que, a pesar de nuestras diferencias -que no se ven como una amenaza sino justo como un activo, un patrimonio- podemos hacer entre todos. Hay algunos asuntos en los que podríamos obviar todo eso que nos separa para intentar construir un mundo común. Un ejemplo muy tonto: la diabetes.

-¿La diabetes?

-Sí. Los diabéticos tienen muchos motivos para intentar que se les tenga en cuenta; el principal, que se están jugando la vida. Lo que quieren es que los gobiernos etiqueten los alimentos de una forma que haga obvio que muchas cosas que no se presentan como azúcar son muy dañinas para ellos, y en realidad son azúcar en los alimentos. Unos diabéticos son hombres, otros mujeres, otros viejos, de derechas, de izquierdas, documentados o indocumentados, las diferencias que hay entre ellos no son relevantes; lo que les une es esta singularidad: compartir un problema, y entonces necesitan conversar entre ellos para identificar cuál es la mejor manera para ganar interlocución respecto de los poderes públicos. Ese mundo común que tienen que construir a partir de la diferencia, marca a su vez una diferencia a mi modo de ver muy clara entre lo que es «para todos» y lo que es «entre todos».

-¿Qué diferencia? 

-Lo primero tiene una virtud de origen, y es que intenta imaginarnos a todos con los mismos derechos y las mismas obligaciones, lo cual está muy bien, pero resulta que no todos somos iguales: ni todos tenemos el mismo cuerpo, ni a todos nos sienta bien la aspirina, ni para todos lo que el gobierno define como «aire respirable» es igualmente respirable… Lo «para todos» es un gran logro civilizatorio del que debemos sentirnos orgullosos, pero al mismo tiempo crea minorías, crea dolor, gentes para las que no se adecúa del todo. Y esa gente, ¿qué puede hacer? Para esa gente, para las minorías, los concernidos, los afectados, emerge el mundo de lo común, que no hace divisiones de clase, de raza, de género…

-Más bien lo contrario. Buscar modos de identificarse transversales y distintos en cada caso...

-Exacto. Tu puedes ser a la vez diabético, sin papeles y viejo. Puedes ser muchas cosas, tener muchas identidades. Para unas cosas te reúnes con unos, para otras, con otras. No son comunidades identitarias.

-¿No es lo contrario del identitariamo, del monopolio del uso de un solo rasgo para definirse en grupo?

-Sí, son identidades que se llamani «singulares»: una singularidad que es la que nos hace estar unidos y trabajar juntos y construir entre todos ese mundo común. Ahí la diferencia se ve como un patrimonio, un activo, una potencia nueva, mientras que en las identitarias, cuando uno quiere discrepar, cuando quiere decir que es otra cosa -«es que yo soy gay»- lo ves como una amenaza. Se trata de salir de un relato único que nos identificaría y nos hace ganar más potencia, pero a costa de destruir la diferencia. En el otro lado, es justo lo contrario.

-Es una lucha vieja. La norma en abstracto y la diferencia en concreto.

-Sí. Basándonos en la diferencia, en la singularidad, reconociendo en esa singularidad un activo que ensancha el espacio público, lo hace habitable, hospitalario, más receptivo, que impide el control hegemónico de los discursos sobre el espacio público y que, en términos generales, vendría a ser el campo por excelencia de la experimentación en política. Cada vez que el Estado, lo público, aprende a conversar con lo común, se ensancha es espacio público, y en esa medida, la relaciones entre lo público y lo común son tensas, son difíciles, a veces será convergente, a veces no, pero no son dos mundos que necesariamente se tengan que entender a la primera. Es muy probable que la relación entre ellas sea permanentemente compleja, incluso de conflicto. Pero puede llegar a ser muy creativa, porque los comunes vendrían a plantear a los poderes públicos la necesidad de ser capaces de gestionar mayores dosis de complejidad e impedirles que simplifiquen demasiado. Cada vez que generan un estándar, que es para lo que necesitamos lo público -siempre necesitaremos alguien que diga qué es agua potable, qué es aire respirable, qué alimento es tóxico es cuál no- necesitamos también alguien que diga que la electricidad que viene por los cables tiene que ser estable para que no fastidie los electrodomésticos… Lo público lo vamos a necesitar siempre, esta función regulatoria es imprescindible para dar cierta estabilidad al mundo en que vivimos; pero al mismo tiempo, cada vez que se genera un estándar se generan minorías: dolor, diferencia, exclusión.

-¿Entonces, lo común es la capacidad del excluido o diferenciado para organizarse y generar una reacción en el estado?

-Justo, en lo público. Antes era muy poco probable que eso ocurriera, porque el control de los medios de comunicación estaba en muy pocas manos; hoy estamos aprendiendo a encuadrarnos, a apropiarnos de las tecnologías, a ponerlas al servicio de nuestros intereses, y no solo de los de los poderosos. No digo que eso lo podamos hacer siempre ni que vayamos a tener éxito siempre; no digo que sea fácil ni que se pueda hacer sin dificultades, pero a veces lo hacemos, y lo hacemos bien. Entonces, ganamos capacidad de interlocución e iniciamos una interlocución que no solamente tiene como finalidad proteger a la minoría que gana esa capacidad, sino que en conjunto todo el sistema se beneficia porque gana capacidad para gestionar complejidad. Gente que ya no se siente amenazada, desquerida, desafectada y que ve que las cosas pueden mejorar.

-Lo que esta sucediendo en Cataluña, ¿admite lectura como un caso de conflicto comunes/Estado?

-Yo creo que necesariamente debería haber una lectura de todo esto desde el punto de vista de los comunes. No comparto por completo los puntos de vista de Pablo Iglesias y Podemos, pero me gusta mucho que ellos hayan ofertado la posibilidad de interpretar todo esto como un movimiento social. En tanto que tal, no se puede prohibir ni se debe reprimir, sino que se debe proteger; de alguna manera, ellos están enseñándonos a mirar el mundo de otra manera, con otros parámetros, otros valores y criterios. Podemos discrepar, y abiertamente discrepar, pero lo que no podemos es anular, ningunear, destruir. Eso es parte de lo que nosotros somos, incluso para contradecirlo. En ese sentido, los comunes, el enfoque procomún de todo esto que nos está pasando, debería saludar con entusiasmo casi la posibilidad de salirnos de este choque de trenes, de este enfrentamiento de «o tú o yo» o «nosotros contra vosotros», verlo como un movimiento social.

-Pero con renuncias mutuas. 

-Claro, unos tendrían que renunciar a la idea de que ya hemos ganado y tenemos el voto y por tanto vamos a actuar, y otros tendrían que renunciar a la idea de que con la fuerza de la ley podemos acabar destruyendo eso. Si lo viéramos como un movimiento social, lo que tenemos es que aprender a dialogar con una nueva complejidad que nos pide que miremos el mundo desde otro punto de vista, que veamos en ese resurgir de estas minorías que van ganando creciente adhesión, una forma de ver España que no necesariamente es contraria con las otras, sino que puede complementarse. Tenemos que aprender a convivir en nuestra diferencia.

-¿Pero qué sucede cuando se apela a la historia, cuando lo que se reclama como común en este caso: lengua, fueros históricos, condición de colonizados… solo es reconocido como tal una parte de quienes tienen que convivir?

-El asunto es que conflictos va a haber siempre. Mañana serán otros. Habrá muchas formas de verlo, ni siquiera quiero tener razón, pero deberíamos renunciar a lo que nos separa y trabajar sobre eso que tenemos en común que es mucho, muchísimo. No digo ya en términos históricos, que todo eso puede ser más manipulable o evanescente de lo que imaginamos, más contextual de lo que nos gustaría. Entonces, hay que admitir que el pasado tampoco es el monopolio de nadie, que hay muchos pasados y que todos pueden tener una parte de verdad y de alguna manera tener esta especie de contacto con eso que llamamos los hechos, y que en conjunto no deberíamos rechazar de plano la posibilidad de que haya un pluralismo epistémico y que, más que verlo como una amenaza, tengamos que verlo como un enriquecimiento o un patrimonio. Una oportunidad, porque revela la presencia de más sensibilidades que están ahí. Pero, dicho eso, también hay mucha inteligencia en la idea de explorar lo que tenemos en común, y a partir de ahí desarrollémoslo sin que nadie tenga que renunciar a sus propias ideas.

-Eso requiere, ante todo, voluntad de buscar lo común, no lo que diferencia.

-Claro, empecemos por ahí. Si logramos algún acuerdo, por minúsculo que sea, es extremadamente robusto porque nadie le exige al otro que renuncie a lo que es y a lo que quiere ser, que renuncie a su propia visión de los problemas, sino que le dice, tú sigue en lo tuyo y yo en lo mío, pero arregulemos los cinco, siete, quince problemas clave de la convivencia que tenemos en este momento e intentemos darle respuesta.