El teatro rinde homenaje al cine y su prehistoria en Feten

J. C. Gea GIJÓN

GIJÓN

«La Feria de las Ilusiones», exposición de Producciones Cachivache, recorre con piezas de coleccionista la historia de los ingenios empeñados en  engañar al ojo con la imagen animada

19 feb 2018 . Actualizado a las 08:52 h.

Taumatropos, zootropos suenan a bacterias capaces de tumbar al más pintado. Fenaquitiscopios, praxinoscopios y estereoscopios, a instrumental médico de funcionamiento muy poco tranquilizador. Y toupie fantoches y linternas mágicas, a trastos de los que solo un Harry Potter podría sacar algo en claro. Pero, por descontado, no son nada de eso. Son algunos de los nombres con los que desde hace siglos -muchos- los inventores más ingeniosos se han empeñado en engañar al ojo humano para crear representaciones animadas, capaces de imitar no solo las formas de los seres y los objetos, sino también su movimiento. El mismo espíritu que alimentó el nacimiento del más exitoso e influyente de esos ingenios: el cinematógrafo de los Lumiére. A esos artilugios y a la fascinación que siguen provocando dedica este año Feten la exposición que complementa su programa. La Feria Internacional de las Artes Escénicas para Niños y Niñas -que arrancó el viernes en Gijón con llenos y colas que se han prolongado durante todo el fin de semana- demuestra que no guarda rencor a su máximo competidor y rinde homenaje con La Feria de las Ilusiones a «los abuelos y los padres del cine», como describe las delicias expuestas en el Centro de Cultura Antiguo Instituto Eladio Sánchez, de Producciones Cachivache, responsable de la exposición.

Dos asistentes guían al visitante, le orientan sobre el origen y el funcionamiento de los artilugios y, lo mejor, le dejan tocar y ver y pasmarse a través de un recorrido que pasa de la prehistoria del cine a sus primeros tiempos. Homenajes a Mélies, viejos proyectores, empalmadores de celuloide y diminutas salas de proyección concebidas para solo un ojo -ni siquiera los dos- ocupan toda la primera planta del CCAI. Además de la belleza o lo pintoresco de muchos de los materiales expuestos, y de su valía como genuinas piezas de coleccionista, lo mejor de La Feria de las Ilusiones es comprobar hasta qué punto el giro de un caleidoscopio, una figura que se limita a hacer un par de movimientos en un espejo o la imagen de una mujer paseando a su perro con solo mover una hoja de acetato sobre otra de papel siguen provocando asombro. Como dice Eladio Sánchez, el premio por la exposición es el «¡haaala!» que se les sigue escapando a los nativos digitales.