Aurelio Suárez: 15 años sin el hombre, 15 años con el pintor

J. C. Gea GIJÓN

GIJÓN

Aurelio Suárez, en una fotogafía de 1959 de Joaquín Rubio Camín
Aurelio Suárez, en una fotogafía de 1959 de Joaquín Rubio Camín

El hijo del artista gijonés, el director del Bellas Artes y la investigadora que redacta la tesis sobre Aurelio repasan lo hecho y lo pendiente para hacer justicia a su legado ante los cinco lustros de su muerte

05 abr 2018 . Actualizado a las 16:09 h.

«No me cabe duda de que el que no conozca hoy a Aurelio Suárez en Asturias es porque tiene los ojos cerrados o tapones en los oídos». Gonzalo Suárez Pomeda es el único hijo del pintor de cuyo fallecimiento en su Gijón natal se cumplirán 15 años el próximo día 10 de abril. Es también el más tenaz custodio y defensor del singular legado que dejó atrás su padre tras 93 años de una vida que se fundió también de manera muy singular con su obra. Y es seguramente, como tal, el más autorizado para hacer observaciones tan terminantes como esa sobre lo sucedido en estos tres lustros en cuanto a la divulgación y conocimiento públicos de un mundo artístico que, a la muerte del pintor y por propia e inquebrantable voluntad, permanecía al margen de cualquiera de los circuitos artísticos convencionales.

En este periodo, de forma gradual, el superpoblado universo aureliano ha ido brotando a la luz a través de 16 exposiciones individuales, 14 colectivas, una cincuentena de publicaciones entre monografías, catálogos, ensayos, libros de postales o calendarios. También se ha alojado en internet a través de una pagina web que es toda una cartografía de ese cosmos forjado en el silencio y la intimidad de una ciudad del norte de España, y un registro de su actividad y de la actividad que Aurelio a su vez ha generado. También ha sido profusa en medios generalistas y especializados, casi siempre asturianos, la cobertura de todo lo relacionado con un pintor del que hay muy contadas referencias hemerográficas desde que decidió apartarse de todo y dedicarse a la creación, su trabajo como decorador en una fábrica de loza, la familia y sus muchas aficiones e intereses privados.

Algunos hitos especialmente significativos en la difusión póstuma del aurelianismo, como el propio autor designó su obra, fueron la entrada del gijonés en la colección del Museo Reina Sofía -que adquirió su espléndido gouache Cárcel después de exhibirlo en la colectiva Campo cerrado en 2016 junto a Olor a soga, otro óleo aureliano- o en los fondos del Patio Herreriano de Valladolid, que compró el óleo Lunafilia, también exhibido en sus colectivas Figuras de la exclusión, en 2011-2012, y Experiencias de la modernidad, en 2013. Relevantes también fueron exposiciones como la dedicada al pintor en 2010 y 2013 por el Bellas Artes, la que exhibió su obra en la galería Guillermo de Osma de Madrid y acontecimientos como la doble donación y depósito de todo tipo de obras, efectos y documentación realizados por Gonzalo Suárez al Museo de Bellas Artes de Asturias, en cuya ampliación Aurelio ha encontrado un espacio propio que se cuenta entre los más atractivos y apreciados por los visitantes.

El aprobado, no el oro

Pero, con todo, el hijo del artista -que ha sido el que ha tirado del carro en la inmensa mayoría de estas empresas- no echa las campanas al vuelo. Ni mucho menos. «Hay algo que indiscutiblemente se ha conseguido. Mi padre era conocido, no públicamente o no tanto como ahora, ni siquiera en Asturias. Las publicaciones, las exposiciones y la presencia en medios de comunicación han cambiado esa situación. Pero el bagaje no es óptimo. El resumen de estos quince años no pasa del aprobado», sentencia Gonzalo Suárez. Para explicarse, recurre a un símil que toma de su faceta como competitivo y muy autoexigente atleta de élite. «Es como cuando un atleta sabe que opta a medalla de oro y se queda cuarto. Estos quince años no son ni mucho menos una medalla de oro. Es mucho tiempo, y aun así no he conseguido hacer una serie de cosas que hubiera sido bueno y conveniente».

¿Qué cosas son esas?  «Se ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo y se han hecho muchas cosas útiles, pero casi siempre parciales. Han faltado dos eventos totales, dos exposiciones globales con sus publicaciones», afirma Gonzalo Suárez. Y al decirlo no piensa (todavía) en exposiciones fuera de Asturias, sino en su propia tierra natal. Con amargura y sin pelos en la lengua, como es su costumbre, el hijo del pintor apunta al motivo por el que su interés en organizar esos acontecimientos no encontró eco:  «No fue posible en principio porque el Museo de Bellas Artes de Asturias no miraba para mi padre durante la época de Emilio Marcos Vallaure, y porque en la ciudad que le vio nacer, que no tiene ningún cuadro de mi padre expuesto en su museo principal, sucedió más de lo mismo. Ni su región ni su ciudad natal han mirado para él. Y ya no es válido que yo esté haciendo de locomotora».

La excepción, además de la colaboración con galerías, investigadores y periodistas y patrocinadores privados, ha estado en el interés personal del expresidente y ahora senador Vicente Álvarez Areces -que ha llegado a reclamar públicamente empuje para apoyar y difundir dentro y fuera de Asturias el legado aureliano en tribunas de opinión- y en el actual director del Museo de Bellas Artes de Asturias, Alfonso Palacio.

Bajo su dirección, y favorecido por la reordenación de los fondos tras la apertura de la ampliación y por los depósitos y donaciones de Gonzalo Suárez, el Bellas Artes se ha convertido, según sus palabras, «en una especie de epicentro o de contenedor especial» de la obra de uno de los pintores que considera «referencia indudable en el arte asturiano del siglo XX, uno de sus pintores más originales, y esta es una palabra clave, porque es creador de un mundo singular y sin igual, por mucho que luego tenga órbitas asociadas al surrealismo o a la metafísica». «Es un pintor tan singular que no tiene etapas de formación, no tiene una evolución, no se puede hacer una periodización. Nace con un mundo tan singular ya conformado y el dominio pleno de todos sus recursos técnicos, por lo que hay que estudiarlo, más que en clave de evolución lineal, de prospección en vertical. habrá que ver si temática, iconográfica…», diagnostica Palacio, buen conocedor de esta obra y autor de varios textos sobre ella.

Una parte de ese talento -la única que puede verse de modo permanente- se recoge en la colección impulsada por el museo en sus primeros años, bajo la batuta de Toto Castañón, que adquiere ahora todo su brillo rodeada de efectos personales e impulsada por actividades didácticas especialmente seductoras para el público más joven del museo. Un foco de difusión al que Alfonso Palacio añade, como fruto de estos 15 años, «las muchas publicaciones, exposiciones y ensayos como la Aureliopedia, que es un trabajo clave» y que puede descargarse completa como otras publicaciones sobre Aurelio en la web dedicada al pintor.

También destaca Palacio como un hecho relevante el inicio de la primera tesis doctoral sobre Aurelio Suárez. Su autora es la historiadora del arte gijonesa Lorea Rubio Unzueta, que se aproximó al universo aureliano llevada de su interés por el arte de las vanguardias y por «la necesidad de cubrir con un estudio académico el hueco de un pintor que es un ejemplo muy particular del vanguardismo en Asturias»; una carencia que la investigadora encuentra «curioso, dada la magnitud de la producción y el recorrido» de un artista del que elogia «su riqueza como colorista, su capacidad para utilizar un lenguaje propio o la enorme coherencia de una obra que siempre gira en torno a unos mismos ejes y que al mismo tiempo es muy variada, que es muy autorreferencial y que sin embargo jamás se hace tediosa».

Para Lorea Rubio, que espera rematar su trabajo de doctorado entre 2020 y 2021, el periodo que ha seguido a la muerte de Aurelio deja como saldo «una divulgación fantástica impulsada sobre todo por su hijo de una especie de pintor secreto, o esa era la idea que tenía todo el mundo de él»: «Han aparecido una cantidad de publicaciones, tanto globales como Aureliopedia, muy compartimentadas, muy especializadas y sobre temáticas concretas, que han abierto un mundo, y el Bellas Artes también permite ahora disfrutar de un arte que no es tan habitual en el panorama asturiano».

¿Y a partir de ahora?

Lo que queda por hacer es mucho. En eso están de acuerdo Gonzalo Suárez, Alfonso Palacio, Lorea Rubio y todos los involucrados en la vindicación de Aurelio Suárez. Y también están de acuerdo en lo más urgente: la publicación de algún trabajo académico de enjundia que cierre una referencia general sobre la vida, la obra y el catálogo del legado aureliano, la organización de alguna muestra igualmente de calado y, a partir de esos dos vectores, la definitiva proyección de Aurelio fuera de Asturias. 

«Esto último es el tema vital: sacar a mi padre de Asturias», afirma Gonzalo Suárez, que también asegura que es tarea que «corresponde a otros, porque yo ya he hecho bastante, y ya he dejado mucho esfuerzo y recursos». La inclusión de Cárcel en Campo Cerrado o la referencia a esta misma obra en el catálogo de la reciente muestra dedicada a Giorgio de Chirico en Caixa Forum apuntan a la dirección que, en opinión del hijo del artista, «sí que tiene que ver con la medalla de oro que aún no hemos conseguido».

El trabajo académico es necesario para dar fuste académico a ese impulso, y Lorea Rubio espera que su tesis «aporte las referencias para estudios que vayan desde esa perspectiva más generalista a otras más compartimentadas» sobre las muchas perspectivas posibles sobre Aurelio. Algo en lo que conviene Alfonso Palacio, que considera «prioritario cerrar con ese estudio lo relativo a la vida, la obra y el catálogo razonado» de la obra «con nuevos conocimientos y materiales inéditos que se sumen a lo ya hecho».

«Pero también es fundamental darle conocer fuera», subraya Lorea Rubio: «Es un artista con suficiente empaque como para estar englobado dentro de la vanguardia española, ya estuvo en el Reina Sofía, en Campo cerrado, pero sería muy bonito verlo expuesto en el Reina en diálogo con otros artistas de la vanguardia española de primer nivel», anhela la investigadora.

Alfonso Palacio agrega: «Y una gran exposición. Quizá no tanto desde el punto de vista cuantitativo sino más aún del cualitativo; una última -o penúltima- gran exposición que reúna lo mejor de lo mejor de su producción: 80, 90, 100 obras, pero en esa línea; y a partir de ese trabajo y esa exposición, tratar de proyectarlo más allá de nuestra región; aunque es un pintor valorado y que tiene sus seguidores, hay que darle esa proyección que se merece». Sin el menor delirio de grandeza, Gonzalo Suárez concibe esa gran exhibición aureliana como una muestra «importante en un lugar emblemático de Madrid, cualquiera de los grandes museos o centros de exposiciones; un millón de personas que la vean y a partir de ahí, tirar del hilo…»

Pero no puede evitar, de nuevo, el escepticismo y hasta cierto fatalismo que expresa en un deseo que duda mucho en ver cumplido: «Yo no quiero ver una gran exposición de mi padre en silla de ruedas. La quiero ver con mochila y piolet, volviendo del monte».