María Luisa resiste en la «manzana fantasma» de la plaza de Europa

J. C. Gea GIJÓN

GIJÓN

«La Bodega de Antonio» será en enero el único establecimiento abierto en el viejo edificio, al borde del abandono total tras el cierre anunciado de otros dos comercios. Su propietaria no tiene intencion de marcharse

12 nov 2018 . Actualizado a las 12:36 h.

El local es el tipo de sitio donde, como se cantaba en los títulos de apertura de Cheers -aquel pub bostoniano de la telecomedia de los 90- «todo el mundo conoce tu nombre». Para comprobarlo no hay más que asomarse a 'La Bodega de Antonio' a la hora de los menús o a la caída de la tarde, cuando empiezan a salir de la cocina las croquetas, los tacos de bacalao o las cebollas rellenas en el 'top' de la carta de la casa. O los callos, estos días de otoño ya bien entrado. La parroquia saluda al entrar «buenos días, María Luisa» o «buenas tardes, María Luisa» y el saludo le es devuelto casi siempre acompañado del nombre de pila. Es la familiaridad que revela muchos años de roce. La mujer, a sus afanosos y enérgicos 70 años, sigue siendo el alma del local que abrió junto a su marido hace 30. Él es el Antonio que dio nombre al establecimiento. Retirado desde hace más de tres lustros, esta tarde echa una mano acomodado en una mesa del fondo, cortando a tijera en trozos menudos el chorizo que irá a parar a la remesa de callos que se está gestando en la cocina. La clientela conversa en la barra o en las mesas que se alinean junto a la pared del espacioso local de la calle Anselmo Cifuentes, justo frente a la antigua sede de Hacienda. Hombro con hombro junto a la propietaria, atiende Tere, la camarera que está en la casa casi desde el principio. María Luisa repasa con la vista ese escenario de entrañable ajetreo. Así es como le gusta que esté: exactamente como está. Y, con un mohín de preocupación, confiesa que así le gustaría que siguiera estando mientas la salud lo permita. Esto último tampoco parece ser problema, visto su buen aspecto y su brío. Tampoco el dinero. Hay clientes y la renta que firmó cuando su marido y ella abrieron el local está al corriente «hasta el último céntimo»: un alquiler por «por 54 años más 1» al que, por tanto, le quedan «24 más 1» para el vencimiento. Si María Luisa Prieto Menéndez no las tiene todas consigo es porque sabe ya que este mes de enero 'La Bodega de Antonio' será el último reducto habitado en los bajos de la muy céntrica pero también muy deteriorada manzana donde se ubica. Solo su local y, al parecer, un anciano inquilino que ocupa una de las viviendas, impedirán entonces que sea por completo una manzana fantasma. Los últimos dos establecimientos que aguantan, junto al suyo, están a punto de echar el cierre por propia voluntad. Y ella no quisiera ir detrás.

«Esta bodega fue mi vida, yo soy feliz aquí y aquí quiero seguir mientras pueda y me dejen», resume María Luisa. Ella y su marido, que ya tenían otro negocio hostelero, alquilaron los locales donde antes había una imprenta a la antigua propiedad del edificio que ocupa la manzana asomada a la plaza de Europa y acotada por las calles Covadonga, Pelayo y Anselmo Cifuentes, un inmueble que figura con el grado de Protección Ambiental en el catálogo municipal de patrimonio urbanístico. Es una finca con empaque, una de esas construcciones burguesas que dieron personalidad a la ciudad a caballo entre el siglo XIX y XX, pero que, como muchas otras en el centro de la ciudad, fue deteriorándose y envejeciendo al mismo compás que sus ocupantes; no tuvieron tiempo o ánimo o dinero para emprender reformas como las que sí hicieron Antonio y María Luisa: «El local estaba muy mal y le tuvimos que meter 25 millones de pesetas para arreglarlo. Nos quitó mucho el sueño, pero no me importa, porque estamos muy orgullosos de lo que hicimos. Aquí hemos trabajado mucho, pero también hemos sido muy felices», reitera ella.

Historia de dos manzanas

Que esa felicidad se prolongue ya no solo depende de su voluntad y de los «24+1 años» de alquiler que le restan. La propiedad cambió de manos cuando las viviendas del edificio estaban casi deshabitadas por completo, pero el contrato se mantuvo. La constructora Fercavia adquirió toda la manzana con la intención de rehabilitarla en los años en los que una constructora aún se atrevía a hacer algo así; pero llegó la crisis del ladrillo y todas las demás crisis, los años han pasado y la remodelación no ha llegado. La constructora alegó en su momento que no quería presionar a los inquilinos y esperaría la total desocupación del inmueble. Eso parece estar a punto de suceder, al menos por lo que respecta a los bajos comerciales. Nada que ver con lo que sucedió con la manzana contigua, junto al Mercado del Sur, que otra constructora la adquirió y rehabilitó. Costó en ella dar salida a las viviendas -de hecho, alguna sigue en venta- pero el edificio está remozado y vivo, tiene una presencia sobresaliente en su entorno, y en sus bajos comerciales se han instalado franquicias como Arenal, un punto de atención al público de Movistar o una cafetería que intenta despegar en la esquina con Covadonga, justo frente a la manzana olvidada.

Esa contigüidad hace el contraste más triste. Solo cruzando la acera, bajo las mallas instaladas sobre varios tramos de la acera para evitar que los cascotes puedan dar disgustos, se contabilizan aún los carteles, escaparates blanqueados, empapelados de cartelería o llenos de graffiti con carteles de tipografía que sería 'vintage' si estuvieran en activo y que relatan un lento rosario de cierres o traslados a otros locales cercanos del cinturón de establecimientos con solera que funcionaban a pie de calle, algunos de ellos legendarios en el pequeño comercio gijonés: El Jazmín -que se mudó al edificio superviviente-, la peluquería Turrado, la floristería Begoña, Especialidades Cueto, la librería Marte, la zapatillería Covadonga… y hace apenas unos meses, la pescadería Europa. Los penúltimos resistentes -el establecimiento de lencería femenina Due-Due y el de electrodomésticos Ekos Master, en las estratégicas esquinas que dan a la calle Pelayo- ya lo tienen todo listo para la mudanza. La primera no se mueve mucho: justo al cruzar la calle, en la esquina opuesta, después de décadas en el local que abandona. Pablo León, después de 20 años, hará lo propio a Cabrales, 130 una vez haya pasado la campaña de Navidad y Reyes. Y ya solo quedará 'La Bodega de Antonio'.

Detrás de la fachada pintada de verde vivo y llena de macetas que tanto contrasta con el lúgubre corpachón del edificio, la vida sigue. Clientes, los hay a cualquier hora. Un viernes por la noche -«y hoy está más bien flojo», advierte ella- todas las mesas están ocupadas a la hora de la cena, y la cocina y Tere no paran. Lo mismo a mediodía, a la hora de los menús -«menús muy de la abuela, a 9 euros de martes a sábado y a 14 los domingos»- que la propietaria dice «mimar tanto como la carta» porque, aunque «dan trabajo y dejan poca ganancia, dan mucha animación». En los tiempos mejores llegó a dar 130. Ahora las cosas están «a otro nivel más bajo», pero no quiere tocar el precio: «Tengo mucho obrero y no me gusta ser muy abusiva, porque andan muy justos. Fíjate a qué extremo llego, que fue la gente la que me dijo: 'María Luisa, tienes que subir los precios del menú'»

Todo está en orden. Salvo una gotera en la entrada que ha dado la lata con los últimos temporales y que le está «amargando la vida» por el «poco interés» que dice ver en la propiedad para arreglársela, nada inquietaba hasta ahora María Luisa Prieto. Pero los nuevos cierres le han recordado que está a expensas de lo que decida hacer la propiedad. Ella se acoge a su voluntad de seguir ahí y al mantra que la tranquiliza: «Yo cumplo, pago todos los meses mi renta, no quiero hacer daño a nadie pero tampoco que me hagan daño», repite y se repite antes de volver a la batalla con los callos y al alegre palique con la clientela. Desde Fercavia se limitan a asegurar que no hay ningún plan inmediato para intervenir en manzana fantasma de la plaza de Europa, convertida ya seguramente en el emblema más llamativo del deterioro demográfico, arquitectónico y comercial que roe una parte del centro de Gijón. 'La Bodega de Antonio' albergaá en enero el único rumor de habitantes en el gran silencio del edificio, será la única luz encendida que impide que todo en ella se quede a oscuras.