Tendría yo unos 15 años y me hallaba convaleciente de una de esas gripes que dejaban tras de sí aquellos crudos inviernos asturianos que ahora ya no se sufren. Mientras yo sudaba en la cama la fiebre, mi hermano José Carlos había ido a comprar un disco del que hacía tiempo tenía ganas. Pero cuando llegó de vuelta, no traía consigo el anhelado LP. Había invertido sus ahorros en otro que sabía que yo quería, para que pudiese sobrellevar mejor mi dolencia.
Así era, y aún es, José Carlos. Todo generosidad. Y si empiezo por ahí es porque se trata de una característica poco común, sin duda heredada de nuestros padres.
A ella se añaden otras facetas no menos excepcionales: una vitalidad fuera de lo común (por eso era yo, y no él, quien habitualmente pasaba las gripes…), una inquietud intelectual sorprendente y una sinceridad rayana en lo ingenuo.
La vitalidad siempre la ha desplegado por partes iguales en su vida laboral y en su tiempo de ocio: a su capacidad de trabajo hercúlea (creo que nunca le vi quejarse de las muchas horas de más que tenía que echar en sus trabajos), se suma el ser un atleta destacado. No había deporte que no se le diera bien, y todavía hoy, cuando yo hace tiempo que he renunciado a los maratonianos partidos de baloncesto que echábamos, él sigue practicando cuantas disciplinas se ponen a su alcance. En cuanto a su inquietud intelectual, es buena prueba de ella su dieta diaria de tres periódicos, que aun así no le restan tiempo para dedicar a las lecturas más sorprendentes: tan pronto está devorando los gruesos volúmenes de la Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano de Gibbon, o la Historia del pueblo inglés de Churchill, como está leyendo la última novela gráfica de Alan Moore o el más reciente cómic de Spiderman. Supongo que el dormir poco -algo que parece estar en su genética- contribuye a que un día le dé para tanto.
Y sinceridad. Ante todo, sinceridad. Aun dedicándose a la política, no podría concebirse a nadie menos maquiavélico. José Carlos es como se le ve, porque por naturaleza es incapaz de impostura.
Lo más sorprendente es que los años, que todo lo erosionan, no han logrado laminar todas estas facetas suyas. En el José Carlos de hoy sigo viendo a la misma persona con la que me crié. Quizás son esas mismas virtudes que estila las que representen algún tipo de sistema inmunitario que ni siquiera los avatares vitales, ni las vicisitudes de la política, han logrado contaminar.
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