Magnus Blikstad, el empresario noruego que pagaba el mejor jornal de Gijón

E. G. B. GIJON

GIJÓN

El empresario noruego Magnus Blikstad, con su familia en la imagen En el recuadro, el rótulo de su calle en Gijón
El empresario noruego Magnus Blikstad, con su familia en la imagen En el recuadro, el rótulo de su calle en Gijón Archivo de la ciudad de Oslo

Su nombre entró en 1909 en el callejero de la ciudad,  en la que residió una década estando al frente de una fábrica de maderas de Marqués de San Esteban. «Ha hecho por los obreros lo que no ha hecho ningún burgués español», le agradecieron sus empleados cuando regresó a Noruega

03 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

«Se ha portado con nosotros como un padre y no le olvidaremos jamás». Quizá no sea lo habitual, y menos en 1899, que los empleados se despidan así de su jefe. «Ha sido un padre para el obrero, sin excepción de categorías dentro del taller y de la fábrica, por eso queremos darle públicamente las más expresivas gracias, para que sea conocido por todo el mundo como un hombre honrado y no como un explotador del sudor obrero». El jefe en cuestión era Magnus Blikstad Hauff (1862-1926), un empresario noruego que había llegado a Gijón en 1888 para administrar la entonces poderosa La Compañía de Maderas, cuya sucursal en la ciudad tenía un almacén y una fábrica en la calle de Marqués de San Esteban.

En aquella fábrica se cobraba el mejor jornal de Gijón de la época y, para despedirse de sus empleados, Blikstad les convidó a todos a una cena en su casa. También les regaló una copia de la foto de familia que se habían hecho todos delante de la fábrica y les dio 50 pesetas a cada uno, «fuera joven o viejo». Así lo relataban los propios trabajadores en el agradecimiento a don Magnus, como le llamaban, que publicaron a finales de mayo de 1899 en el periódico de Gijón El Noroeste. Hace justo 120 años, cuando aún no tenía una calle con su nombre en la ciudad, pero se había ganado el cariño y la admiración de quienes vivían en un Gijón en pleno desarrollo industrial, pero en el que los salarios de los trabajadores de las fábricas no crecieron ni mucho menos al mismo ritmo.

«A nuestro más querido e inolvidable amo, que se ha portado con nosotros como un padre», insistían en su agradecimiento los empleados de Blikstad, repasando algunas de las razones por las que le daban las gracias: «En las enfermedades favorecía a sus operarios y cuando hubo de aumentar el salario por el alza del precio del pan, sostuvo a sus obreros y los trataba con cariño y amabilidad». E incluso llegaban a una conclusión: «No por mucho abarcar se aprieta más y he aquí la causa de su pequeño capital», decían, sobre don Magnus, explicando también que la cena a la que les había convidado «no brilló por el lujo, sin por el buen corazón de un extranjero hermano nuestro».

En otra carta de agradecimiento, firmada por un obrero socialista, se insistía en la bonhomía de Blikstad: «Todo el pueblo de Gijón sabe que cuando un obrero se lastimaba en su fábrica ponía el coche para conducirlo a su casa, yendo él personalmente a llevarle el jornal semanalmente e interesarse por la salud del herido, con lo cual demostraba que tenía buen corazón». Y también que pagaba mucho mejor que otros propietarios de fábricas similares, «que pagan a los peones ocho reales de jornal» cuando el noruego pagaba 13 reales «y así a todos los mismo».

Por su educación, no se consideraba superior a nadie por tener más fortuna ni talento y trataba con amabilidad y generosidad a todo el mundo. Por ello, desde las páginas de El Noroeste, se invitaba a quienes le estuvieran agradecidos a acudir a la estación de tren a despedir a Blikstad, «el extranjero que ha hecho por nuestra clase lo que no ha hecho ningún burgués español». El empresario noruego, que también se encargaba del consulado de Suecia y Noruega en la ciudad, dejaba Gijón para regresar a su tierra junto a su mujer y sus hijos. Uno había muerto y estaba enterrado en El Sucu.

Quiso retrasar el viaje para que su despedida no fuera un gran evento, pero «la clase trabajadora tiene centinelas y no podrá la familia salir de Gijón sin recibir el adiós de aquellos que les están reconocidísimos», publicó El Noroeste, en cuyas páginas aparecía otra carta de agradecimiento, esta vez por un donativo de 230 pesetas que Blikstad había hecho a la Sociedad de Socorros Mutuos de Carpinteros. «Mucha satisfacción produce hallar hombres como don Magnus, que tanto bien hacen a los obreros. Lleve feliz viaje y no tarde en volver, que hombres como él hacen falta a los obreros de esta arruinada España», le agradecía uno de los carpinteros de la sociedad.

En 1906, Magnus Blikstad fue el primer Hijo Adoptivo de Gijón. Tres años después y hasta la actualidad, su nombre entró en el callejero de la ciudad, a la que siempre estuvo ligado a través de su filantropía. Durante su estancia en Gijón, cada año repartía parte de los beneficios de la fábrica de maderas entre sus empleados y entre diversas instituciones y entidades benéficas de la ciudad. En el Ateneo Obrero de Gijón un retrato de Magnus Blikstad recuerda lo fundamental que fue su apoyo a finales del siglo XIX y principios del XX.

En su país, Blikstad llegó a ser alcalde, en Bærum donde hay otra calle que lleva su nombre, y también entre sus compatriotas se le recordaba por ser más generoso que la mayoría de los políticos. Cuando dejó la Alcaldía, donó de aquella 100.000 coronas noruegas, unos 10.200 euros hoy, para la educación de jóvenes sin recursos. En Kristiansund, en donde recaló en Noruega al dejar Gijón, también otra calle lleva su nombre. Falleció a los 64 años, en 1926, y fue enterrado en Oslo. «Os amo, os quiero y nunca os olvidaré», les había dicho a sus empleados en su despedida. A Gijón regresaba cada año y, cuando se supo que había fallecido, la ciudad se puso de luto y la tumba de su hijo en El Sucu se llenó de flores.