Razones y tradiciones a propósito de la bendición de las aguas

Luis Fernández González

GIJÓN

Público en el Campo Valdés, y la pancarta de Asturias Laica al fondo
Público en el Campo Valdés, y la pancarta de Asturias Laica al fondo

Reflexiones a propósito de las declaraciones de los concejales de la oposición sobre la no presencia de la Alcaldesa en el rito católico de la bendición de las aguas

19 jun 2019 . Actualizado a las 18:10 h.

El portavoz del PP en el Ayuntamiento de Gijón, Alberto López-Asenjo, entiende que la ceremonia de bendición de las aguas «trasciende de lo estrictamente religioso». Es decir, entiende que la justificación de su asistencia no se apoya en la creencia en que el oficiante del rito es alguien «ordenado» por un ser superior que transmite sus poderes a una porción de agua con la que se salpica la orilla del mar. Ser superior que, agradecido por la presencia de los participantes, va a influir en las condiciones de la naturaleza para que éstas sean favorables a los invocantes (el favor cambia con el tiempo, lo que empezó siendo una plegaria para que las aguas fueran generosas con los pescadores se convierte en una petición de buen tiempo para que abunde el turismo). Según el edil su justificación se apoya, «transcendiendo todo eso», en una supuesta tradición, por lo que advierte: «quien no respeta a sus tradiciones, no se respeta a sí mismo».

Llama la atención la frivolidad con que se desprecia a los verdaderamente creyentes quienes, después de asistir a una ceremonia destinada a convertir el pan y el vino en la carne y la sangre de su dios, salen a la orilla a implorarle por su futuro (al menos todo eso dice el oficiante). Algo tan singular según sus creencias es «trascendido», según López-Asenjo, por la costumbre repetida de salpicar el mar. Y para remachar lo importante de las costumbres reiteradas se admoniza a los dubitativos con aquello de que «quien no respeta a sus tradiciones, no se respeta a sí mismo».

Señor López-Asenjo, esa afirmación tan rotunda nos obligaría a seguir realizando ejecuciones en la plaza pública, a mantener a la mujer como «ángel del hogar», a negar el matrimonio entre personas del mismo sexo,… y a la renuncia a un sinfín de derechos civiles que se han ido conquistando con la superación de tradiciones. Haciendo un paralelo con su rotundidad había que afirmar: «Quien no somete a la crítica a sus tradiciones renuncia a su condición de ser racional».

Si ahora volvemos una mirada crítica a esa supuesta tradición nos encontramos con una costumbre cambiante de fecha y justificación, cuyo formato actual es relativamente reciente, y que tiene como único soporte estable la petición de amparo.

En el momento actual, con una sociedad multicultural, en una gran parte secularizada (donde la previsión meteorológica tiene mucha más fuerza que la rogativa), aconfesional por su Constitución, lo único verdaderamente coherente para aquellas autoridades que representen (y por lo tanto respeten) a toda la ciudadanía, es aplicar rigurosamente el mandato del Tribunal Constitucional: «El Estado se prohíbe a sí mismo cualquier concurrencia, junto a los ciudadanos, en calidad de sujeto de actos o de actitudes de signo religioso».

Otra cosa es lo que hacen aquellos que, teniendo que ser servidores públicos (es decir, de todos) consideran que representan sólo a una determinada confesión (por supuesto, la verdadera), y actúan en consecuencia.