La Plaza fuerte de Cimadevilla

Miriam García
M. G. GIJON

GIJÓN

El bar, epicentro del «Xixón Sound», celebra sus 27 años con una serie de conciertos en diciembre en la sala Albéniz. Su fundador, Nacho Álvarez, repasa su historia

18 ene 2022 . Actualizado a las 11:00 h.

El CBGB en Nueva York; el Rainbow de Los Ángeles; la Blue Moon Tavern de Seattle, el Penta de Madrid, el Intrepid Fox de Londres, … muchas ciudades cuentan con un bar o pub que, a lo largo de los años, los músicos y aficionados al pop o al rock han convertido en su meca particular. Ese Cheers espiritual en el que todo el mundo conoce tu nombre y al que puedes acudir en soledad sabiendo que vas a encontrarte con una cara conocida. En Gijón ese honor le corresponde a La Plaza.  

El icónico bar de Cimadevilla cumple la nada desdeñable cifra de 27 años. Semejante acontecimiento se celebrará como es debido, con una serie de conciertos en la sala Albéniz y sesiones de pinchadiscos en el propio bar. El 5 de diciembre actuarán León Benavente y un artista invitado por confirmar. Los primeros repetirán al día siguiente junto a Joseba Irazoki. El 7 de diciembre será el turno de Lisabö y Elle Belga.

Y es que parece casi imposible imaginar una época en la que el bar que sirvió como espacio aglutinador del Xixón Sound no formara parte del paisaje de Cimadevilla. Un barrio que el 20 de noviembre de 1992 era bastante diferente, tanto estéticamente como en cuanto a la música que sonaba en sus pubs. «La verdad es que cambiaron mucho los tiempos desde que abrimos», recuerda Nacho Álvarez, músico y entonces bajista de Manta Ray. Junto a su pareja de entonces, la añorada Carmen González (que también fundaría después El Guetu de la calle san Antonio), se embarcó en la aventura de toda una vida.

Recuerda que, en aquellos años, «en Cimadevilla había bares que venían de una etapa anterior, en la que la gente salía más a diario y conversaba más en la barra con un par de cervezas y un porro. No existían todas estas redes sociales y medios para comunicarse que tenemos ahora, por lo que esa labor la cumplían los bares. Todos los asuntos prácticamente se discutían en una barra. Eso empezabas a hacerlo a los 17, hasta los 30, los cuarenta y pico o los 90».

En efecto, destaca que una de las principales cosas en las que ha cambiado la escena es en la condición del chigre como lugar de conversación, tablón de anuncios y sancta sanctorum. «El bar en general en Gijón, Asturias y muchas partes de España era de aquella un centro de reunión y conversación muy útil para la sociedad. Seguramente en ellos se formaron desde gobiernos a grupos o matrimonios. La utilidad de un pub ahora es algo más efímera. Mucha gente acude a pillarse el colocón del siglo y olvidarse de que existen hasta el fin de semana siguiente, especialmente los jóvenes», apunta.

Hace 27 años Cimadevilla «había pasado una etapa en la que había yonkis, putas y hasta tablaos de flamenco. Pero siempre mantuvo el encanto de ser el barrio alto de la ciudad. Estaba empezando a reconvertirse. Yo tuve la suerte de coger el bar con aquella plaza delante, porque antes todavía se podía aparcar por allí». Musicalmente en la ciudad, «empezaba una escena musical efervescente que, con el tiempo, fue lo que se dio a llamar el Xixón Sound. Había chavales con ganas de hacer cosas nuevas y de romper con lo de antes, que no digo que fuese peor o mejor, pero sí había ganas de crearse cada uno su propio espacio».

Recuerda que «estaba la gente de Penelope Trip, de Medication, Nosoträsh y Undershakers, que hasta entonces no habían encontrado un lugar y cogieron el bar La Plaza como centro de reunión». La Plaza comenzó a adquirir personalidad y ese encanto del refugio del guerrero al que acudir huyendo del mundo. «La gente llegó un momento en que sabía que podías ir solo y te ibas a encontrar a alguien conocido de un grupo o que estuviera en la organización del Festival de Cine de Gijón, en un fanzine, en Radio Kras,…», resalta. Sin embargo, nada en esta vida nace con el éxito garantizado y menos en el cainita mundo de la hostelería. Álvarez recuerda que los primeros momentos después de subir la reja de la puerta del bar fueron de incertidumbre. «La verdad es que fueron unas primeras horas de mucha tensión. Carmen y yo éramos muy jóvenes y estábamos acojonados, con los nervios del principiante y la perspectiva de ver el bar vacío sin saber si iba a responder, porque ya sabes que los bancos y las facturas no esperan. Además era la primera vez que nos metíamos en un tinglado así», comenta.

La llegada de una persona en concreto supuso el fin de esos nervios del debutante. «El primero que entró oficialmente en el bar fue Dani Guardado, bajista de Penélope Trip en aquella época, y a partir de ahí fue todo bastante sencillo, entre comillas», recalca. La inauguración de La Plaza coincidió en el tiempo con el año en el que el grunge comenzó a explotar a nivel masivo en todo el planeta. Sin embargo, el oído de Nacho Álvarez ya llevaba muchos años afinándose y nutriéndose de una dieta de lo más diverso.

«Yo llevaba muchos años escuchando música; mi aprendizaje fue con los Rolling Stones, el blues, los dinosaurios del rock de los 70, el garage de los 60 y luego lo que podemos llamar Nick Cave y derivados. También escuchaba mucho a los Violent Femmes, a los Pixies, que ya llevaban tres o cuatro años sacando discos, y también comenzaba todo el fenómeno grunge y el noise pop», rememora. En los inicios de La Plaza comenzaron a sonar los acordes de «Nirvana, Soundgarden, el pop inglés de la época como los Boo Radleys, Stereolab y cosas así. En definitiva, algo que nos diferenciase de lo que ponían en otros bares, para poder destacar».

La Plaza ha vivido tres décadas en las que el panorama musical, social, económico, político y arquitectónico de la ciudad ha cambiado varias veces. «Cimadevilla es un barrio con muchos altibajos. Hubo un momento en el que se entró a saco a especular con el barrio para desarrollar un proceso de gentrificación, donde poder construir y llevar un tipo de gente», explica y añade que «con la llegada de la crisis todo eso se dejó un poco aparcado y el barrio no llegó a florecer de la manera en la que alguna gente pensaba que iba a hacerlo. Nunca supe si querían convertirlo en una zona de segundas residencias, en un barrio bohemio o de sidrerías, lo que sé es que quedó un poco en medio de la nada. Hoy en día es hasta raro ver a los de Emulsa limpiando las plazas. El barrio está un poco rescatado por los festejos de Cimadevilla de los últimos años, quitando este último que no hubo»

Mantener a flote un bar durante 27 años no es tarea fácil. Bien lo saben los que viven desde dentro un mundo que quema mucho a los involucrados. Para Nacho Álvarez la receta de su perdurabilidad es sencilla y se basa en «acompañarme de gente muy competente, como Manuel Scattini, y haber sabido cuándo parar los excesos».