El oxígeno no crece en los ladrillos

Héctor Gómez Navarro GIJON

GIJÓN

Uno de los abedules plantados el pasado sábado en el solarón
Uno de los abedules plantados el pasado sábado en el solarón

04 ene 2020 . Actualizado a las 13:49 h.

Los terrenos del Solarón son, a día de hoy, propiedad pública. En origen fueron parte del pantano del Humedal, desecado por Jovellanos, quien proyectó un gran parque en esta zona. Posteriormente serían ocupados por las vías del tren y, después de la demolición de la antigua estación, pasaron a convertirse en el espacio abierto que hoy conocemos.

Para estos terrenos se esbozan dos posibilidades. Una, que permanezcan como suelo público y obedezcan a su cometido original. Es decir, que se usen para el disfrute de la ciudadanía plantando en ellos cientos de árboles que contribuyan a aumentar la calidad de vida de la gente y a paliar la crisis de contaminación que vive nuestra ciudad. La otra opción es vender este parque público a precio de saldo para que los especuladores inmobiliarios hagan caja.

Desde el Ayuntamiento se afirma que el importe de la venta sufragará el famoso plan de vías. Por suerte, existen los datos para desmentir esta imprudencia. El plan de vías, que aún no está cerrado, prevé unos costes de ochocientos millones de euros. Como bien sabemos, no hay obra pública sin sobrecostes: desde los ochocientos millones presupuestados se podría subir a una horquilla entre los mil y mil doscientos millones. De este importe, ¿cuánto restaría si se saldase el Solarón? Treinta millones. Menos del cinco por ciento de la operación.

Los terrenos fueron inicialmente tasados en setenta millones de euros. Sacados a subasta, nadie ofreció ese dinero. Así que se han ido ofreciendo rebajas. Si tan necesario fuera ese dinero, el Ayuntamiento habría mantenido el importe inicial. Pero se ha tirado el precio del terreno público por una razón muy sencilla: lo que se pretende no es bajar la factura del plan de vías, sino satisfacer a los especuladores inmobiliarios, un lobby con enorme fuerza entre nuestra casta política.

También se aduce que Gijón necesita vivienda nueva en esos terrenos. De nuevo, acudamos a los datos: en nuestra ciudad hay más de dieciséis mil viviendas vacías. De ellas, casi quinientas son de obra nueva. El año pasado solo se vendieron tres mil viviendas en total, y el 90% era de segunda mano: tenemos stock para más de cinco años, y ya se han activado decenas de promociones de nueva vivienda en todos los barrios. En una ciudad que pierde población, aumentar la concentración de ladrillo no solucionará el problema de vivienda. Los bloques que se pretenden construir en el Solarón tendrán precios de alrededor de 4.500 euros por metro cuadrado, muy lejos del poder adquisitivo de la mayoría de las personas.

El ladrillismo, esa ilógica idea que sostiene que la economía irá bien si se construye indefinidamente y sin control, ha dejado estragos en España y en Gijón. Basta mirar el Muro de San Lorenzo para entender una de las más claras consecuencias urbanísticas. Los edificios de alturas absurdas imponen una condena de sombra al paseo marítimo y a la playa durante buena parte del día. Cincuenta años después, la propuesta del Ayuntamiento es el mismo sinsentido, pero ahora trasladado al Solarón.

A nivel socioeconómico, el ladrillismo nos sumió como país en una crisis de la que aún no nos hemos recuperado. Cuando el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero fue preguntado sobre si se arrepentía de algo en su mandato, respondió que lamentaba no haber pinchado la burbuja inmobiliaria antes de que estallase. El plan del Ayuntamiento, desoyendo toda lógica, pasa por alimentar una nueva burbuja que amenaza con un estallido aún más virulento. El ladrillismo es una enfermedad social, económica, ecológica y urbanística de la que ya deberíamos haber convalecido.

Por último en orden, pero primero en relevancia, está el valor ecológico de los terrenos del Solarón. Gijón está entre las ciudades más contaminadas de Europa. Para el año 2030 será la más contaminada de la península Ibérica. Y los árboles cumplen precisamente una de las funciones que más necesita nuestra salud pública: capturar partículas y CO2 y aportar oxígeno a nuestro aire envenenado.

A día de hoy, nuestra ciudad no tiene un espacio verde suficientemente grande en todo el centro. Las zonas verdes ?Pericones, Isabel la Católica, Moreda, Lauredal? se sitúan fuera del casco central, donde habita una importante concentración de personas. No podemos seguir exponiendo a miles de conciudadanos a la brutal contaminación atmosférica cuando es posible aliviar este escenario con un bosque urbano en el Solarón.

Hay valores más importantes que el dinero. Especular con el Solarón aportaría treinta millones de euros. Cien euros por gijonés: una suma ínfima en el conjunto del plan de vías. En cambio, el valor ecológico y urbanístico de un parque en el centro supera de largo el precio monetario.

Es el momento de que el Ayuntamiento entienda lo que la mayoría social de Gijón ya sabe: que el valor del Solarón no tiene precio. Porque la calidad de vida no se mide en euros. Porque el oxígeno no crece en los ladrillos.

Héctor Gómez Navarro es escritor, profesor en la UNED y miembro de la plataforma Un Pulmón pal Solarón.