Carolina Moñino, experta en abuso infantil: «El agresor puede ser alguien al que a la vez el niño quiere muchísimo»

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Carolina Moñino (primera por la izquierda) junto a Pepa Horno, Elena González y Carmen Ruiz, psicólogas expertas en tratamiento y prevención de abusos a niños y autoras del libro «Poniendo alma al dolor»
Carolina Moñino (primera por la izquierda) junto a Pepa Horno, Elena González y Carmen Ruiz, psicólogas expertas en tratamiento y prevención de abusos a niños y autoras del libro «Poniendo alma al dolor»

La mayoría de los niños que sufren abusos siguen adelante, dice la terapeuta, miembro de un equipo de profesionales que trabajan con un modelo pionero para tratar esta herida y prevenirla. ¿Qué señales deben preocuparnos?

23 jun 2021 . Actualizado a las 18:55 h.

Las víctimas son mucho más que lo que les ha pasado, hay que ayudarles a quitarse la etiqueta de «víctima de abuso infantil», apunta el equipo que guía una intervención terapéutica pionera con niños, niñas y adolescentes que han sufrido abusos. El de las psicólogas Pepa Horno, Elena González, Carmen Ruiz y Carolina Moñino (que responde a las preguntas de esta entrevista) es un modelo de intervención pionero, construido sobre el vínculo afectivo con el niño.

-Habláis de cómo se siente el paciente, pero también de cómo lo afronta quien lo trata. ¿Cómo se siente una terapeuta ante un niño que sufre abuso sexual?

-Cuando entra un niño por primera vez, no veo un niño del que han abusado, yo veo un niño con brillo, veo todo lo que puede llegar a conseguir, todo lo que puede ayudar la familia a superarlo. La gran mayoría de las veces, viendo su evolución, me quito el sombrero. Porque no sé si yo sería capaz de llegar adonde llegan la mayoría de ellos. Ves los recursos personales que tienen, el potencial que pueden llegar a desarrollar... ¡Despegan! La gran mayoría despegan, siguen adelante.

-¿Cuál es el mayor obstáculo?

-Es verdad que el proceso judicial abre heridas, porque es largo y tarda en llegar, pero son heridas que también se pueden llegar a sanar. ¿Cómo me siento yo? Hay tantas emociones: tristeza, rabia, impotencia... y admiración por esos niños. Cuando hablo del dolor del terapeuta, yo hablo mucho del enfado.

-¿Qué te enfada más?

-Me enfadaba cuando veía a esas mamás y papás negligentes que no eran capaces de ver las necesidades de sus hijos, y tuve que trabajar esto. Porque, enfadada, no ayudaba a esas familias. Yo veía la negligencia, pero no todo lo que pueden llevar detrás esas familias. Tienes que trabajar lo que sientes, pero no puedes dejar de sentir. Sin sentir no puedes ayudarles tampoco.

-A veces el abuso se produce en el ámbito más estrecho de confianza. ¿Es ahí cuando es más difícil de curar?

-Sí, es muy complicado. Por ejemplo, si el que abusa es el abuelo paterno, la parte paterna sufre muchísimo. No es que la madre no sufra, pero el resentimiento que hay en la parte paterna, el mordisco de la culpa, es muy intenso. Cuando se trata de un amigo de la familia, el sentimiento de culpa es similar, un: «¿Por qué lo metí en mi casa, por qué confié en él?». Nosotros no dejamos a nuestros hijos con gente desconocida. Los dejamos con aquellos con los que tenemos confianza.

«La confianza es la última barrera que el agresor puede tirar. Sin confianza, no hay relajación. Por eso, el número más alto de abusos a niños se da en el contexto intrafamiliar»

-¿La confianza es un vínculo que puede cegarnos?

-La confianza es la última barrera que el agresor puede tirar. Sin confianza, no hay relajación. Por eso, el número más alto de abusos a niños se da en el contexto intrafamiliar, por esa confianza. Pero no confiar sería enfermizo. Uno no está pensando continuamente: «No dejo a mi hijo con mi hermano porque puede hacer algo».

-Uno de los casos que tratáis es la cadena de abusos, la del que sufre abusos de un padre y luego deja a sus hijos con ese abuelo. ¿Cómo se explica?

-Yo tengo a mamás que me han venido a decir: «Pensé que solo lo hacía conmigo, que nunca lo haría con mi hija». Luego, hay gente que tiene mecanismos para dejar ese recuerdo atrás...

«El abuso puede quedar mucho tiempo dormido, quedarse atrás»

-¿Se lo niegan y ocultan a sí mismos?

-Sí, es una cuestión de neuropsicología. Su cerebro no puede asumir que la persona de mayor confianza, la que más la quiere en el mundo y la que se supone que le va a proteger, le puede hacer daño o traicionar. Ese abuso puede quedarse dormido, quedar atrás. Y, si ocurre con su hijo o su hija, a veces despierta y se les viene todo. No ven las señales, porque normalizaron lo que les pasó. Luego está la teoría del hechizo: como ocurre en ocasiones en la violencia de género, estás hechizada por la parte buena del maltratador, una parte que hace que te nubles, que lo justifiques y acabes echándote incluso tú la culpa.

-El agresor no tiene siempre la forma de un monstruo, o no lo es todo el tiempo...

-Claro. Nosotras no podemos trabajar desde esa mirada, que ve al abusador como un monstruo, porque, si no, los chavales se nos cierran. El agresor es a veces una persona que ellos también quieren muchísimo, a pesar de lo que les están haciendo. Es lo que se llama la dualidad afectiva, y esto explicarlo en un juzgado es complicado. Te dicen: «Es que esta niña echa de menos a su padre». Pues claro que lo echa de menos. Fíjate lo que me llegó a decir una niña de 7 años que sufrió abusos: «Carol, es que él juega conmigo, viene conmigo al parque...». Ella era consciente de que su padre tenía una parte mala, pero a la vez lo quería.

-¿Por amor se transige a menudo con cosas que hacen daño?

-Sí. Nosotras hacemos terapia y también prevención, y algo que enseñamos cuando les damos pautas a los profesionales es que en el amor no todo vale. Hay que saber querer bien. Muchas veces se quiere, pero se quiere mal. Insistimos en esto: en el amor no todo vale.

 « Es importante estar pendiente y dar muchos espacios de comunicación a los chavales. Hay que hablar con ellos de sexualidad desde pequeños»

-¿Cómo se detecta un abuso?

-Nosotras trabajamos en la Unidad Terapéutica de Abuso Sexual Infantil de la Dirección General de Familia de las Islas Baleares, dentro de un protocolo marco. A nosotras nos llegan solo «las niñas bonitas», familias en las que ya hay unas sospechas, cierta conciencia, una valoración. Nos llegan familias que están protegiendo a los niños. ¿Cómo se detecta? Hay indicadores, comportamientos de un niño que te ponen en alerta, como conductas sexualizadas inapropiadas para su edad. Si son víctimas de explotación sexual, puedes encontrarte con que los chavales vienen con móviles nuevos, con dinero o con ropa que tú no les compras. El máximo indicador es una revelación o que lo veas, está claro, pero esto pocas veces pasa. Es importante estar pendiente y dar muchos espacios de comunicación a los chavales. Hay que hablar con ellos de sexualidad desde pequeñitos.

-Hoy la actitud de muchos menores está sexualizada, pero puede ser por la exposición precoz al porno, ¿no?

-Ese es un indicador de riesgo. El acceso al móvil de los pequeños sin control por parte de los padres o cuidadores es muy peligroso, por esa curiosidad que tienen.

-Pero consumir pornografía no denota siempre que hay abuso...

-Pero hay que saber de dónde viene ese consumo y determinadas actitudes. Por si hay otro chaval u otro adulto detrás que le está enseñando ese tipo de imágenes con la intención de buscar el placer propio, por ejemplo. Esto ya sería abuso.

-Se informa de casos de niños de 11 y 12 que abusan de otros más pequeños, ¿es algo nuevo que va a más?

-Es un indicador muy feo. Los chavales muchas veces lo único que hacen es reproducir lo que ven. Y luego está la sensación de «Yo tengo control sobre ti». Hay que investigar de dónde viene. A veces no son abusos, pero sí conductas sexuales inapropiadas.

-¿Hay recursos para tratarlo?

-Empieza a haberlos, pero son servicios voluntarios, que dependen de la voluntad de los padres.

-¿Cuál es la clave para curar la herida del abuso en un niño o adolescente?

-Trabajar desde el vínculo, desde la parte más emocional, desde respetar los ritmos del niño, no juzgar. Hay que ir poco a poco y atravesar el dolor con un poquito de anestesia, dar validez a todo lo que esos niños sienten y darles también otro modelo, estrategias, esperanza. Y dejarles la puerta abierta.

-Sin victimizarlos...

-Exacto, porque muchos vienen ya a consulta con la etiqueta «Soy víctima de abusos». Y con eso se sienten bichos raros. Hay que ayudarles a quitarse la etiqueta. Ellos son mucho más que lo que les ha pasado.