María Belón, 21 años después del tsunami: «Cuando recuerdo ese día pienso: "Buf, qué duro y qué bonito a la vez"»
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Ella, su marido y sus tres hijos sobrevivieron a la gran ola del Índico que dejó más de 220.000 muertos en el 2004. Mientras escribía el guion de «Lo imposible», junto a Bayona, en el 2008, surgió un cuento que acaba de publicar casi 14 años después
06 dic 2025 . Actualizado a las 13:14 h.Lo que parecían unas idílicas vacaciones en Tailandia acabaron por convertirse en lecciones magistrales sobre la vida. La familia Álvarez Belón —María, Quique, y sus tres hijos, Lucas, Tomás y Simón— estaba en el país el 26 de diciembre del 2004 cuando una ola, que ella describe como un «muro negro», barrió el sudeste asiático y dejó más de 220.000 muertos. «Fue un milagro brutal que nos salváramos los cinco», dice María, que acaba de publicar Kokoro y el mar, un cuento que nace de la respuesta a una pregunta de J. A. Bayona mientras escribían el guion de Lo imposible, y donde ha querido plasmar todo el aprendizaje que le ha traído el tsunami.
—Regresas con un libro debajo del brazo, «Kokoro y el mar».
—Sí, lleva debajo del brazo 14 años. Soy una mujer muy paciente y hay gente que dice: «Publica, publica». Y yo siempre digo: «No, yo quiero escuchar a la vida, porque la vida es muchísimo más sabia que yo».
—Surge mientras escribías con Bayona el guion de «Lo imposible».
—Sí, en el 2008 estábamos trabajando para el guion, y en un momento en el que estábamos un poquito atascados, me dice: «María, resúmeme qué se aprende cuando vienes de esas experiencias». Y le digo: «Perdón, ¿cómo te voy a resumir?». Han pasado 21 años y cada vez soy menos capaz de resumir. Como yo he sido criada con los cuentos, me han acompañado mucho en la vida, le dije: «Dame un fin de semana y a ver si consigo escribirte un cuento». Me fui a casa y le pedí a mi marido que se llevara a los niños el fin de semana...
—Y te lanzaste...
—Tiré cartulinas en el suelo, y se empezó a escribir solo. Muchos creadores dicen: «¡Qué horror!, ¡la creación es un sufrimiento espantoso! Voy a hablar en bajito, pero yo lo encontré el proceso más sencillo del mundo, y más bonito. Mi idea era hacer un cuento para mayores y para niños. Con capas, como los que a mí me gustan, como El principito, como las películas de Píxar, que llevas a los niños, y tú dices: «Qué locura de filosofía», y ellos se lo han pasado pipa. La idea era esa, y creo que es lo que salió, porque mucha gente mayor me dice: «Se lo leí a mi hijo, pero no sabes a mí cómo me tocó, y me emocionó».
—¿Y cómo has sido capaz de tenerlo guardado tantos años?
—Porque yo decía: «El cuento será el que decida el momento de salir». A mí me gusta que la vida sea fácil, no me gusta pelearme con la vida. Pienso que cuando te alineas con el flujo de la vida, todo es fácil. Y cuando luchas o quieres adelantar tiempos, empiezas a tropezarte con la vida. «Esto no sale», «esta relación no sale...». A lo mejor es que la vida tranquilamente te está diciendo: «Esto se acabó», y ya está, no pasa nada. Mis hijos, cuando les leí el cuento, me pidieron: «Por favor, mamá, publícalo». Por suerte, el mediano añadió: «Antes de morirte, publícalo». Y le dije: «No te preocupes, Tomás, que antes de morirme creo que lo publicaré».
—Hasta ahora que...
—Por circunstancias maravillosas de la vida, de repente me llaman tres editoriales muy importantes. Había pasado mucho tiempo, y casi a la vez me piden un cuento infantil. Les digo que tengo uno escrito, se lo paso, las tres quieren «pujar» por él, y otra vez la vida te está poniendo a prueba. ¿Qué quieres: la editorial más grande, la más exitosa? ¿O quieres que Kokoro se publique donde él quiere ser publicado? Otra vez me pongo a escuchar mucho a la vida. Por supuesto, Kokoro quería ser publicado en la más pequeñita, una editorial de Almería, de Gema Sirvent, una chica catalana, que tiene un compromiso con las historias, con los cuentos, una historia personal supervaliente, y dije: «Es aquí donde hay que publicarlo». Ella me llamó porque leyó el cuento, y mira qué comentario tan bonito me hizo: «Yo ya sé que no lo vas a publicar conmigo, pero déjame ayudarte gratuitamente y por amor al arte para que Kokoro vuele alto». Y le digo: «Gema, ¿tú querrías publicarlo? Me estoy dando cuenta de que lo tienes que publicar tú», y ella con toda la humildad me dijo: «Tienes ofertas a las que yo no puedo ni acercarme a la sombra». Y le dije: «Me dan igual las ofertas, yo no voy a ganar nada con este cuento, voy a donar todos los beneficios...». Se dio eso, se dio la ilustradora, se dio todo para que Kokoro dijera que quería estar aquí.
—La protagonista vive una experiencia debajo del agua, como tú, y cuando vuelve ya nada es igual.
—Exacto, ya nada es igual. La protagonista vive una experiencia bajo el agua, como la de la película, como mi propia experiencia, que es la misma de todos los seres humanos. Cualquier proyecto que tienes en mente, que empiezas a soñar, te preparas, pero a veces... Kokoro hace lo mismo: quiere conocer el mar, y todo se va dando para que lo conozca, pero luego la vida tiene sus decisiones y te dice: «Lo vas a conocer, pero del modo en que yo necesito que lo conozcas, no como tú quieres». De alguna manera, lo que te dice es «con ego no vas a poder hacer tu trayectoria, porque no es así como quiero que la hagas». Quiero que la hagas del modo en que yo necesito que la hagas para que aprendas lo que has venido a aprender. Kokoro tiene una lancha que es la mejor del mundo, gente que le ha ayudado... Vas leyendo y piensas: «Es la leche. Va a llegar en trasatlántico al mar». Pues no. Llega en un tronco, y llega sin nada. Como la vida.
—Como lo que os pasó...
—Yo me fui a Tailandia de vacaciones. Nos pasan un montón de cosas por el camino que te han colocado donde tienes que estar para que aprendas lo que tienes que aprender. Cuando Jota me dice: «¿Qué se aprende?». Se aprenden muchas cosas, pero la principal es esta. Déjate fluir por la vida, no te enfades con ella, acepta lo que está pasando y aprende, porque la vida no la vas a cambiar. No vas a poder cambiar ni los padres que tienes, ni donde has nacido, ni tus circunstancias, ni tu género... Otras sí. Y ahí es donde Kokoro va tomando pequeñas decisiones, y sobre todo, toma una que a mí me parece supersabia: decide aprender de la vida. Empaparse de esa experiencia, quedarse en la confusión, tocar la tristeza, hacerse preguntas, estar abierto a los mensajes que la vida nos da. Eso es lo que yo quise plasmar, los muchos aprendizajes que yo he tenido.
—A veces la vida te tiene que poner contra las cuerdas para que nos planteemos esas cosas.
—A mí cuando la vida me pone entre las cuerdas es cuando más aprendo, cuando más aprieta la vida. Y no soy masoquista. La vida te da cachetadas de vez en cuando, y ahí decides victimizarte o aprender, no hay otra elección. A mí de vez en cuando la vida me va revolcando.
—Se acerca de nuevo el 26 de diciembre. ¿Es un momento del año especial o después de 21 años pasa como un día más?
—No, sigue siendo una hermosa celebración. De nuevo es nuestro cumpleaños, y como buen cumpleaños lo celebramos.
—¿Qué hacéis?
—Cada año algo distinto. Casi siempre, en la medida de lo posible, intentamos estar cerca del mar, en todo el mundo es el mismo mar. Agradecemos, celebramos, brindamos, nos reímos, y nos acordamos de los que no están y de nuestra responsabilidad en la vida, qué nos toca seguir haciendo mientras estemos vivos.
—¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando recuerdas ese día?
—Lo primero, «Bufff», ¡qué duro y qué bonito a la vez! Qué bonito lo que trajo como aprendizaje, y qué durísima experiencia, pero la vida la tenía lista para nosotros, y ya está. No me peleo más.
—¿Te hace daño volver a ese día?
—No, nada. Porque ya pasó. Y yo he tenido un proceso muy consciente de sanación emocional, psicológica, corporal y espiritual. He trabajado mucho en eso. Es como cuando miras una cicatriz de la rodilla del día que te caíste en bicicleta de niña, ¿es espantoso mirar la rodilla? No, te mueres de la risa. Piensas: «¡Menuda leche me pegué!». Pero aprendí a que el manillar no lo puedo soltar. ¿Me gusta? ¿Me apetece? No. Yo te lo dije una vez, el aprendizaje que trajo todos lo agradecemos mucho, el aprendizaje, no la experiencia.
—Si ver a Lucas ya fue un «shock», cuando dos días después os reencontráis con Quique, Tomás y Simón...
—Yo estaba segura de que ya me había muerto. Es que la mente en esos momentos está en una situación de shock postraumático. Es muy complejo, estás todo el rato intentando debatir qué es verdad y qué es mentira, qué es cordura y qué es locura, qué es consciencia y qué es inconsciencia, porque, además, cuando yo me iba a la inconsciencia me pasaban experiencias brutales, con lo cual es complicadísimo. Lo primero que pensé cuando los vi a todos fue: «Perfecto, ya me he muerto. A ver qué es esto, porque a mí me contaron esas cosas raras del cielo, infierno y purgatorio, y después esto no es ni lo uno, ni lo otro». Cuando le dije a Quique: «Ya me he muerto», él me dijo: «No, no, no te has muerto, que yo estoy vivito y coleando, no me fastidies». Ahí me tocó empezar a asombrarme de que lo que nos había tocado vivir era muy gordo, un milagro brutal.
—Justo antes del tsunami decidís no ir a la lavandería y quedaros en la piscina juntos. Quique y tú estáis hablando de cosas importantes.
—Se supone que «trascendentales»...
—Con la perspectiva del tiempo dices: «Buff»...
—Yo los días anteriores tenía una inquietud muy grande, y Quique me decía: «¿Qué te pasa, que tú eres muy tranquila?». Yo le decía: «No sé, estoy muy inquieta, algo va a pasar».
—¡Qué intuición!
—La intuición que tenemos todos. Es un sentido más, lo tenemos infravalorado, infrautilizado, y te conectas a él. A mí, por lo que fuera, la vida ya me dio esa apertura, y ese hacerle caso. Es muy difícil hacerle caso a la intuición, porque el mundo entero está sumido en un racionalismo y fundamentalismo, que se está empezando a romper, pero, claro, tú dile a cualquiera: «Oye, algo va a pasar, y lo sé porque estoy intuyendo», te dicen: «Tía, estás loca», «friki», pero la gente ya no lo ve como algo tan friki. La física cuántica está empezando a demostrar a los racionalistas que la intuición es una información que llega de otro modo, pero es una información.
—¿Lo viste venir o de repente teníais la ola encima?
—No, no, yo lo vi venir.
—¿Pero no te da tiempo a hacer nada?
—Es como si viene a buscarte un avión a 900 kilómetros por hora. A mí me dio tiempo a cerrar el libro, apachurrarlo y gritar: «¡Quique, los niños y Lucas!». Tiempo de darte cuenta de que te vas a morir y que se va a morir todo el mundo.
—¿Te pasa la vida por delante?
—Te pasa todo por delante debajo del mar, te pasan muchas cosas cuando te estás ahogando, cuando estás muriéndote te pasan todavía más cosas... Son las cositas que yo quiero ir desvelando, y voy desvelando, porque he tardado mucho tiempo en entender, he querido ser rigurosa, estudiar muchísimo espiritualidades profundas, experiencias parecidas a las mías y poder ponerle palabras. Afortunadamente, ya no nos queman en la hoguera por decir estas cosas, solamente las influencers te ponen a caldo, y ya está, y eso no tiene más importancia. Lo trascendental se nos ha ocultado mucho, se nos ha mentido mucho.
—Si tuvieras a tu yo el día antes del tsunami, ¿qué le dirías?
—Ánimo, María, que viene una prueba gorda, a ver si estás a la altura.
—¿Qué aprendiste de tus hijos en aquellos días que no hubieras aprendido en otras circunstancias?
—Más que aprender, de ellos, aprendo todo el tiempo muchísimo, porque son mis grandes maestros, pero de lo que me di cuenta, y luego ellos me lo dijeron uno tras otro, es de qué bien hice en darles una educación amorosamente fuerte, no blandengue, no superprotectora, porque yo también remaba a contracorriente. Yo soy de la generación que ya empezó a sobreproteger a sus hijos, veníamos de padres que habían crecido en la dictadura, sumamente autoritarios y nos fuimos al otro extremo del que parece que todavía no salimos, de «mis hijos son mis mejores amigos», unas barbaridades que yo escucho, que digo: «¿Perdón, que tus hijos son tus mejores amigos?, y entonces, ¿quiénes son sus padres?». Si tú eres el mejor amigo de tu hijo, literalmente lo dejas huérfano. Has decidido ser padre para ser padre, con tus amigos vete de birras, pero a tus hijos te has comprometido a formarlos para la vida. Hubo muchos momentos donde yo fui fuerte, dura y exigente y decía: «¿Estoy haciéndolo bien?». Y el modo en que ellos respondieron a lo que pasó fue cuando dije: «María, guau». De alguna manera, pensé: «Casi, casi ya me he jubilado como madre, ya me he graduado, porque su respuesta fue brutal».
—¿Cómo está la familia ahora?
—Estupenda. Está regada por el mundo. Cada uno en su lugar, haciendo lo que tiene que hacer. Lucas es médico de Cuidados Intensivos y Emergencias.
—¿Fue determinante lo que le pasó o era algo que ya pensaba?
—Tenía 10 años, pero en esa habitación de la película, donde yo le estoy diciendo: «Ayúdame, y busca antibióticos», yo recuerdo oírle gritar: «A mí esto no me vuelve a pasar», porque no sabía qué hacer. Ahí empezó a decir que quería ser médico. Claro que fue determinante. La vocación te llama a través de la experiencia. O de tu abuelo, que ha sido carpintero y tú has estado en el taller y te ha gustado, o de algo que te ha pasado... Y a Lucas le llamó. Y sobre todo que él me dijo: «Mamá, yo ahí vi que los médicos eran las personas más imprescindibles del mundo y que la sensación de satisfacción cuando tú puedes solucionar una situación compleja es muy grande». También puede ser que fuera determinante que yo lo llamé Lucas porque leí un libro que se llamaba Médico de cuerpos y almas, que era la vida de San Lucas, un personaje histórico, un médico griego muy importante. A mí me gustó mucho ese personaje, por eso lo llamé Lucas.
—¿O que tú fueras médico?
—Sí, pero yo no he ejercido como médico, entonces yo hubiera sido un mal ejemplo. Cuando él decidió hacer Medicina, yo le hacía la broma y le decía: «Lucas, lo que no voy a permitirte es lo que hice yo, que abandones esta carrera tan bonita». Y él se reía y me decía: «No te preocupes, yo pagaría por trabajar».
—¿Y el resto?
—Tomás está en Estados Unidos, vive en California, trabaja también en temas de sostenibilidad, y Simón ha hecho cosas superbonitas, vivió en Holanda mucho tiempo y ahora está opositando para bombero.
—¿Hay algo de lo que viviste ese día a lo que todavía te cuesta ponerle palabras?
—A lo esencial no le puedo poner palabras. Yo lo intento como puedo, dando conferencias, escribiendo artículos, escribiendo cuentos, pero esto es como El principito. Ahí estaba intentando explicar lo que es el amor, y el amor no se puede poner en palabras. Lo esencial que yo aprendí ahí es imposible que lo ponga en palabras porque es la trascendencia de la vida, lo que realmente somos, que la vida no se acaba aquí. Yo tuve muchas experiencias para darle la vuelta a miles de creencias falsas que me habían transmitido y que yo me había tragado como niña, como adolescente y como mayor, pero desde entonces lo único que he hecho ha sido romper y romper creencias. Casi todo lo que nos cuentan en la vida, casi todo es una gran mentira. Entonces, la idea de escribir estos cuentos es una educación en conciencia hacia los niños y una pequeña apertura a los padres. El siguiente cuento —es una serie de seis— se llama Kokoro descubre que la muerte no existe. ¿Cómo explico yo mi experiencia cercana a la muerte, lo que a mí me pasó? Hay mucha gente que da conferencias y yo lo quiero contar a modo de cuento a los niños, porque ya está bien de que nos hagan creer que la muerte existe, que es terrorífica, que es el final. Es una mentira tremenda.
—¿Hay un cambio para siempre en la forma de ver la vida? Pero ya no hablamos de grandes existencialismos, sino de pequeños detalles, ¿no?
—Es que los grandes existencialismos sin su concreción en los pequeños detalles son palabrería. Es decir, la gran espiritualidad o la gran trascendencia que no se traduce en el detalle más pequeño de tu vida, en cómo te alimentas, cómo te cuidas, cómo te relacionas, a qué le dices sí y a qué le dices no, cómo te posicionas en el trabajo, qué decisiones tomas... Es palabrería. Lo que he aprendido lo intento llevar a los detalles más pequeños de mi vida. Yo me encuentro una lagartija en mi casa y ¿qué hago con ella?, ¿la apachurro? ¿La cojo con mucho cuidado y la saco? Con lo que aprendí de esa experiencia decido lo que hago. Si no lo traduzco a mi vida diaria, no tiene ningún sentido. Te voy a poner un ejemplo muy tonto.
—Dime.
—Estábamos dos amigas escuchando a otra amiga que está pasando una situación compleja, y la otra se levantó y me dijo: «Perdóname, me tengo que ir corriendo que tengo algo importantísimo. Tengo que ir a meditar». Yo me quedé callada, le sonreí, le dije: «Perfecto, tranquila, vete». Pero pensé: «¿Qué es más importante? ¿Seguir escuchando a esta amiga que está hecha un trapo o seguir aprendiendo a meditar? ¿Si aprendes a meditar para aprender lo que es importante en la vida? Para tener presencia en el aquí y ahora. O sea, meditar no es por la moda de meditar, es para reconectarte a ti. Me hizo pensar: «¿Ves qué importante es cada aprendizaje?». Y eso pásalo a tu vida diaria. A ver, yo soy supertorpe, cada día me equivoco 500 veces, pero por lo menos tengo conciencia de: «María ¿ves? A la araña le pegaste un zapatazo y hubiera sido mucho mejor la delicadeza de sacarla afuera». Me equivoco un montón, pero la conciencia es ser consciente de lo que se puede mejorar.
—Cuando alguien sobrevive a algo tan extremo, a veces aparecen preguntas internas que cuesta responder. ¿Hablabas mucho contigo misma los días posteriores?
—Los días posteriores fueron un poquito complicados. Estás debatiéndote entre la vida y la muerte, estás inconsciente. Cuando ya estás a salvo, hay un diálogo continuo, de preguntas y preguntas. También hay días que me encanta decir: «Me voy de tiendas a frivolizar un rato». Tampoco puedes seguido... Hay un tiempo para todo, sí, pero parte del shock postraumático es que la cabeza no pare de preguntarse y preguntarse un montón de cosas, y hay que volver a un estado normal. Es muy complejo cuando te topas con el misterio más grande de la vida y te das cuenta de que encontrar la respuesta te va a llevar 20 años.
—En el 2013 me dijiste que ibais a tirar el Goya al mar. ¿Lo habéis hecho?
—...
Cuando vi a Quique y a los niños pensé que me había muerto”