Fatiga constante, hinchazón o problemas digestivos pueden ser señales de un proceso inflamatorio crónico. Alimentación, descanso y gestión del estrés son claves para reducirla
La inflamación es una respuesta natural del cuerpo ante infecciones, lesiones o toxinas. En condiciones normales, cumple una función defensiva puntual: reacciona para proteger, reparar tejidos y eliminar amenazas. Pero cuando se cronifica, puede convertirse en un proceso silencioso que desgasta al organismo. Síntomas como fatiga persistente, hinchazón abdominal, digestiones pesadas, dolores musculares, rigidez articular o sensación general de malestar pueden ser indicios de que el cuerpo está sometido a una inflamación continua, aunque muchas veces pasen desapercibidos o se normalicen.
Esta inflamación crónica de bajo grado está relacionada con un estilo de vida desequilibrado. No suele producir fiebre ni dolor agudo, pero actúa de fondo, afectando al sistema inmune, a la salud intestinal e incluso al estado de ánimo. Entre las causas más comunes se encuentran una dieta rica en ultraprocesados, azúcares añadidos y grasas trans, el estrés mantenido en el tiempo, la falta de actividad física, el descanso insuficiente y un desequilibrio en la microbiota intestinal. Todo ello contribuye a mantener al sistema inmune activado más de lo necesario, generando un estado inflamatorio que, si no se corrige, puede derivar en problemas metabólicos, cardiovasculares o autoinmunes.
Claves para desinflamar el cuerpo
La buena noticia es que reducir este tipo de inflamación está al alcance de cualquiera. No hace falta recurrir a dietas estrictas ni suplementos costosos. El primer paso puede ser tan simple como prestar más atención a lo que comemos y cómo vivimos el día a día. Incluir más alimentos reales, ricos en fibra, antioxidantes y grasas saludables, y eliminar o reducir aquellos que generan inflamación es una forma efectiva y sostenible de empezar.
Propuestas sencillas como un desayuno con yogur natural, frutos rojos y semillas de chía; una ensalada con espinaca, aguacate, salmón a la plancha y aliño de aceite de oliva y limón; o una tostada con tomate, albahaca y aceite de oliva son ejemplos de comidas equilibradas, accesibles y antiinflamatorias. También hay pequeños gestos que suman, como tomar una infusión de cúrcuma, jengibre y pimienta negra después de una comida pesada, una mezcla natural que ayuda a la digestión y actúa como calmante interno.
Más allá de la alimentación
Pero más allá de la alimentación, hay otros factores clave para combatir la inflamación. Uno de ellos es el descanso. Dormir entre siete y ocho horas de calidad cada noche permite que el cuerpo se regenere y mantenga un equilibrio hormonal adecuado. Cuando dormimos mal o poco, aumentan los niveles de cortisol (la hormona del estrés), que a su vez puede agravar los procesos inflamatorios. El sueño, por tanto, no es solo un descanso físico, sino también un regulador del sistema inmune.
El movimiento diario también es esencial. No hace falta entrenar a gran intensidad para notar beneficios. Caminar, hacer estiramientos, practicar yoga o montar en bicicleta ayudan a activar la circulación, liberar tensiones y reducir la acumulación de toxinas. El sedentarismo, en cambio, ralentiza funciones básicas del cuerpo y favorece la inflamación de bajo grado.
El estrés emocional prolongado es otro de los grandes responsables. Vivir en modo alerta constante afecta directamente al sistema digestivo, al descanso y a la respuesta inmune. Incorporar rutinas que ayuden a gestionar mejor el estrés, como técnicas de respiración, meditación, journaling o simplemente desconectar del móvil durante un rato, puede marcar una gran diferencia a nivel físico y mental.
Volver a lo básico
A menudo, se busca la solución en productos concretos o tendencias pasajeras. Pero la verdadera clave está en volver a lo básico, a hábitos que podamos mantener a largo plazo. Comer bien, descansar, moverse, respirar con calma. Escuchar al cuerpo, identificar sus señales y responder con coherencia. No se trata de hacerlo todo perfecto, sino de empezar a incluir más de lo que nos hace bien. Pequeños cambios sostenidos en el tiempo son los que logran grandes resultados.
La inflamación, cuando aparece sin motivo aparente, puede ser un aviso del cuerpo. No siempre es fácil de identificar, pero está ahí, afectando la energía, el humor y la salud global. Atenderla con acciones concretas —en el plato, en la agenda y en la mente— es una forma de autocuidado profunda. Porque cuidar el cuerpo no es solo prevenir enfermedades, sino también vivir con más ligereza y bienestar.