UN PROYECTO DE ALIMERKA

Conseguir que los niños coman verduras es más sencillo de lo que parece. Con pequeños cambios en la presentación y textura, despertarás su curiosidad sin peleas

Hay pocas cosas más frustrantes que preparar una comida sana y que él «no quiero» aparezca antes del primer bocado.

A veces sientes que convencer a los niños para que coman verduras requiere la misma estrategia que una negociación internacional. Sin embargo, las verduras no necesitan discursos, sino aliados: color, textura, aroma y paciencia.

Si cambias la forma de ofrecerlas, cambias también la forma en que las perciben.

Del «no» automático a la curiosidad: cambia el enfoque

El rechazo no es una cuestión de sabor, sino de experiencia. Una verdura blanda, sin color o con una textura indefinida difícilmente despierta curiosidad. En cambio, cuando tiene vida —un toque dorado, un olor apetecible, un color intenso— la historia cambia.

Obligar solo genera resistencia; en cambio, proponer abre la puerta a la curiosidad. Ofrece una pequeña elección guiada: «¿prefieres en bastones o en láminas?», «¿con toque de limón o con hierbas suaves?». Esa micro decisión les da sensación de control y reduce el «no» automático.

También ayuda ver que los adultos disfrutan y lo que te ven comer con gusto se convierte en algo que merece una oportunidad. Un simple comentario como «qué crujiente» o «cómo huele de bien» predispone mucho más que un «tienes que comerlo».

No olvides que muchas negativas nacen de texturas blandas y colores apagados. Cambia el corte y el punto de cocción para activar la curiosidad.

Bastones al dente que puedan coger con la mano.

Láminas finas al horno, doradas en los bordes.

Discos salteados con aceite de oliva y especias suaves.

Brochetas que alternan formas y colores.

El objetivo es mantener el color vivo, el aroma y la mordida; con eso, la experiencia ya es otra.

Del plato compartido al hábito natural

Las verduras no tienen porqué ser el «extra» que se deja en el borde del plato. Integrarlas en recetas que ya conocen y disfrutan es una forma de normalizarlas.

Prueba con una tortilla fina con puntitos de guisante o tiras de pimiento muy pequeñas; crepes salados con verduras salteadas menudas; arroz o cuscús «de colores» con dados de verdura previamente dorados; o salsas suaves —una verde con hierbas, aceite de oliva y un toque cítrico— por encima de patatas, arroz o pollo.

Cuida también la presentación pues un plato con tres colores y dos texturas atrae más que uno monocromo. Sirve en el centro de la mesa para que puedan servirse un poco sin presión y remata con toques finales como ralladura cítrica, semillas tostadas (sésamo, pipas) o hierbas frescas picadas muy finas.

Haz que los niños participen y el efecto se multiplicará; elegir una verdura en la compra, ayudar a lavarla o colocarla en la bandeja del horno les hace sentirse parte del proceso. Cocinar juntos no solo mejora su relación con la comida, también enseña responsabilidad y curiosidad sin sermones.

En la compra, deja que elijan las dos verduras de la semana por color («hoy toca algo rojo y algo verde»).

En la cocina, pueden lavar, secar, colocar en la bandeja o espolvorear las hierbas: tareas rápidas y seguras.

En la mesa, que pongan el toque final (las semillas, la ralladura, un chorrito de aceite).

Constancia sin pelea: rituales, porciones pequeñas y lenguaje neutro

Los hábitos no cambian en un día y la neofobia alimentaria (rechazo a lo nuevo) es común en alguna etapa de la infancia; por eso, suelen hacer falta varias exposiciones para que un sabor se vuelva familiar; así que es mejor repetir sin presionar que insistir.

Aquí tienes algunos trucos que pueden funcionar:

Ritual de los martes de colores: cada semana, una «misión color» (verde, naranja, morado); así les das un objetivo de exploración, no de obligación.

Comparar texturas: la misma verdura en dos formatos (bastón o discos; lámina o dado) y que elijan «¿cuál te gusta más hoy?»

Salsa de firma: una vinagreta suave o un yogur con hierbas que siempre aparece en la mesa pues la constancia da seguridad.

Porciones pequeñas y repetibles: mejor poco y que pidan más que un plato que abrume a primera vista.

Evita premios y castigos pues refuerzan la idea de que la verdura es «lo malo» que hay que soportar para llegar a «lo bueno» y utiliza un lenguaje neutro que invite a explorar: «prueba y dime qué textura te gusta más».

Si un día dicen «no», no pasa nada; cambia el formato otro día y sigue. Hoy bastones dorados y mañana rodajas salteadas; son dos experiencias distintas con la misma verdura. Así, sin peleas, el «rincón verde» deja de ser un muro y se convierte en terreno conocido.

En resumen, cuando cambia el cómo, comienza el sí. Y lo que empezó como un «no quiero» puede acabar siendo su bocado favorito.