Tenerife, la isla en la que el peninsular parco en plata es una mierda

OPINIÓN

28 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Corral de Comedias 1. En realidad, con poca plata, para emplear un término que gusta en Argentina, se es una mierda en cualquier parte. También en cualquier parte, si eres distinto en piel y en nacionalidad, la situación se le vuelve a uno más sucia. Hasta aquí, nada que objetar de hecho, porque de hecho las cosas son así, y cada vez empeoran más. Pero lo que no me esperaba es que en Tenerife se sumaran el ser parco en plata con la piel y la nación.

Desde niño, fascinado por la Geografía Física, abría atlas y devoraba sus contenidos, y las cordilleras y volcanes me eran magnéticos. El Teide, la montaña-volcán más alta de España y la cuarta o quinta de la Tierra con sus 3.718 metros, quedó en mí, y, finalmente,  a ella viajé días atrás. Pero para llegar, además de sobrevolar una porción del Atlántico a once kilómetros de altura y a casi mil a la hora, se me obligó, no la muy eficiente y rigurosa María (Viajes María), a telefonear al fin del mundo para que un comisionista llamase a su vez a la empresa Cañadas del Teide, la que me subió a la mágica montaña, cuando podía yo llamarles directamente. E incluso así, ¿por qué tenía que hacerlo? Cañadas del Teide sabía dónde me alojaba y a qué hora tenía que recogerme. En ninguno de mis viajes programados, varios y en países distintos, tuve que hacer estas gestiones.

Escogí para alojarme en Tenerife la villa marinera de Puerto Santiago-Los Gigantes, al oeste de la isla, cerca del Teide. El apelativo de Gigantes obedece a una sucesión de altos acantilados de material volcánico que se detuvieron en su avance hacia el mar cuando el Homo neanderthalensis empezaba a recorrer Europa, unos 200.000 años atrás, tiempo en el que se empezó a formar la isla, aunque no el Teide que vemos hoy, sino otro más enorme. A partir de este núcleo primario, y cuando el Homo sapiens se había desecho del neandertal y de todo cuanto hiciera falta, que es nuestra especialidad, se reabrió la brecha del manto y surgió el actual, más bajito, menos aterrador, hace unos 17.000 años.

Pues bien, decía que me alojaba en un complejo de apartamentos bautizado Diamond Resort, que en el punto Corral de Comedias 2 desmontaré, que el diamante resultó ser falso, y no es que no me lo esperase, pues escaso de plata lo escogí porque era de una llave, o sea, de una estrella en hotel u hostal, y casaba con mi bolsillo. La cuestión de tanta llamada telefónica  no era tan irracional como creía, era para indicarme que no me recogerían, que tenía que ir yo a ellos, no sé cuántos kilómetros. En la excursión en barco entre las islas de Tenerife y La Gomera, para avistar delfines y ballenas, lo mismo. Me negué, y forcé una solución intermedia: ir yo caminando hasta el autocar, pero en la villa. No eché más tras ello, que el camino apenas fue de nueve minutos, hasta que advertí que el conductor paraba a recoger turistas en las puertas de los hoteles, muchos y con muchas cegadores estrellas. Vamos, que yo era un pringado. La mayoría eran ingleses, y unos pocos alemanes, franceses, italianos y españoles con más pasta que yo. El sur y oeste de Tenerife es colonia inglesa y, naturalmente, se les sirve servilmente.

Concreto lo del servilismo. Fui en un autocar al Teide. A la hora de partir, la guía de otro me dice que si regreso con ella llegaré primero a Puerto Santiago, pues partían en ese momento. Accedo pese a que de lo que se trataba en realidad no era de hacerme un favor a mí, sino a los ingleses del autocar de la ida, que tendría que dar un rodeo para dejarme en mi destino, y previsiblemente estaban agotados. Lo que no me dijo la guía era que los ingleses del transporte de vuelta no me querían, que molestaba, que el vehículo era suyo, que qué pintaba un español sin piel ultra blanca y diminuto ante huesos, carnes y grasas gigantes como Los Gigantes, de raza claramente superior, de cuentas bancarias claramente más gordas. Altivos ellos. Lean lo que sigue. La guía me señala un asiento libre (había solo cuatro o cinco no ocupados) al lado de una treintañera que tenía al esposo y al hijo en la fila de delante. La mujer no quita el bolso de la butaca que me adjudicaba la guía, a la que le dice (por supuesto en inglés, que están en una de sus colonia) que yo no debo subir a su autocar. La guía le sonríe, le pide disculpas y me lleva a otro sitio, al lado de un muchacho.

Hacemos una parada en un bar-tienda con el que la compañía tiene apalabrado un arreglo para beber y que los de Albión satisfagan sus fantasías de compra compulsivamente banal y, al subir a la hora fijada, me encuentro con que en mi asiento hay otro culo. Llamo a la guía, viene, le dice al ocupa que tranquilo, otea el bus y ve una plaza libre, ¡contigua a la de la treintañera!, separadas por el pasillo. En esta nueva plaza tenía por compañera a otra dama, también con el marido y el hijo en la fila de delante. Esta mujer, de reojo, exhibe desconfianza. El esposo tuerce el cuello a la derecha y hacia atrás y sus ojos me penetran mientras ella se aplasta contra la ventanilla para evitar roces. Yo estoy jodido. En el extranjero. Entre xenófobos. Me rechazan. Soy un apestado. Entramos en Puerto Santiago (no al apartamento: yo andar; ellos no andar). La guía me dice que me levante. No lo hago porque el conductor sigue conduciendo. Me repite que me levante. No me quito el cinturón. Va contra las normas de tráfico. Es ilegal. Es irresponsable. Es peligroso. Pero yo soy una puta mierda. Para por fin. La tensión recorre el interior. Los ingleses se giran hacia mí, algunos indignados. Me levanto y me planto frente a la treintañera. La miro detenidamente y dejo pasar cuatro segundos (los conté) y le grito: «Fuck you». Sigo mirándola pero no veo sus ojos, tapados por oscurísimas gafas de sol. Ella, ni un gesto. Su marido sonríe cuando paso junto a él. Menos mal, porque con un cuarto de hostia me evaporaría. La guía vocifera: «Por favor, señor, sea usted educado...». Bajo. Estoy en la acera y me riño a mí mismo porque debí haber respondido a la guía. Torpe y lento que soy. Y pienso el qué, y me sale: «Cuídese la salud, señora, que lame usted demasiados culos». Y me cabreó todavía más conmigo. No se me ocurrió un minuto antes.  

Corral de Comedias 2. Diamond Resort. Apartamento 112, qué coincidencia. Llego tarde y me acuesto. Por la mañana veo unas cuantas hormigas; poco después, miles. Había comprado comida. A la basura. Calculé 31 o 32 euros. En la basura. Informo a la recepcionista y me responde que es normal en Tenerife en esta época, y también arañas, y que no se puede hacer nada. Quedo estupefacto. Me tengo que ir a la excursión ballenera y temo perder el autocar porque no sé cuántos minutos exactos me llevará llegar al punto de encuentro, y si lo encuentro.  No replico, pues, mucho a la recepcionista, aunque le digo que tienen que invitar a las hormigas a irse. Regreso tarde, y a las 11 de la noche no hay nadie en recepción, hasta las 7 de la mañana del día siguiente (es la primera vez que no hay turno nocturno donde me alojo). En la cama, las hormigas me recorren las piernas, los brazos, el torso. Me levanto y vuelvo a ducharme. Somnífero y que hagan conmigo lo que les apetezca.

Por la mañana vuelvo a la recepción y pido que llamen al director. Es directora y no quiere venir, y que por la tarde fumigarán. No fumigan. Cómo van a fumigar. Fumigar es dejar una habitación sin rendimiento pecuniario. No echan ni spray. Al día siguiente, de nuevo en recepción. Digo: «Quiero que la directora venga y me diga por qué no se ha desinfectado la 112». La llama. Que no viene. Cojo el móvil y marco el 091, y el 091 me pasa al 092. La recepcionista, nerviosa, llama a su vez a la jefa. Llega primero la poli. Ella, después. Ella dice que de hoy no pasa, que dejarán el apartamento sin hormigas. Yo pido al agente que dé cuenta de los hechos al tiempo que relleno la hoja de reclamaciones. En la hoja cuento, además, que se me hizo fotocopia del carnet de identidad y de mi tarjeta bancaria (¡estúpido de mí!). Yo había pagado la estancia por adelantado. La jefa (bien alimentada por el grupo Infinity Blue Hotels para hacer de sanguijuela con los clientes: capitalismo ultra, que te lo encuentras en cada ángulo, en cada recta, en cada segmento de arco) aduce que es por garantía. Exijo que se me devuelvan las fotocopias. Ella que no. El poli se lava las manos: pasará el muerto a «quien corresponda». Al atardecer las hormigas, exterminadas. Ah, pido a la directora 30 euros por la comida perdida. Ni caso. Yo soy una mierda en una isla donde los peninsulares parcos en plata somos una mierda.