No debemos olvidar que, como nos recuerda Román Gubern, los seres humanos somos más visuales y auditivos que el resto de animales, que suelen valerse más del olfato y del gusto. Somos audiovisuales, en una palabra. Por ello, por la preeminencia de estos sentidos, las modernas tecnologías de la comunicación e informáticas están modificando nuestras vidas, afectándolas en un plana físico [?] en el intelectual y el en emocional, según este autor en El eros electrónico. La televisión ha colonizado el tiempo de ocio, se ha generalizado el consumo audiovisual doméstico, se conoce mejor al tertuliano que al vecino, se generaliza el sedentarismo y el aislamiento, las relaciones se «electrolizan», etc.
Se ha llegado a un dualismo antagónico entre el dentro-fuera, público-privado, hogar-espacio público. Esta circunstancia nos lleva a considerar más real lo virtual (actores, estrellas del rock, realities, culebrones) que lo natural y cotidiano (compañeros de trabajo, búsqueda de aparcamiento, colas en centros comerciales, idénticos chistes y comentarios). Además, ¿quién necesita salir a la calle? ¿Qué me ofrece que no pueda obtener en casa? Sobre todo puedo ser quien yo quiera ser y, lo que es más importante, dejar de serlo cuando me plazca. Lo más curioso es que aunque elegimos esta opción doméstica, más segura y placentera, nos sentimos solos y desamparados en nuestros hogares? Por eso encendemos la televisión o la radio, nos hace mucha compañía. Las nuevas tecnologías, sobre todo la televisión, han sustituido a la chimenea o la cocina como lugar de socialización, como vínculo social y familiar. Y la televisión, que en el pasado cumplía esta misión de reunión, cuando su número era reducido, se está viendo sustituida por las redes sociales y los dispositivos móviles de un tamaño cada vez más reducido y manejable, aquellos que nos conectan a la vez que nos aíslan.