¿Por qué no te callas, Felipe?

OPINIÓN

04 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Ahora que el absceso del PSOE ha estallado y lo ha puesto todo perdido de cadáveres, veo visiones: por la noche imagino que comienzan a salir del baúl todas las glorias mohosas del partido y claman con voz cavernosa ex cathedra. Y aunque mi frágil memoria me susurra que los fantasmas que han reaparecido para ser heraldos del desastre se fueron dejando hechos unos zorros el partido o su propia imagen pública, nunca me atrevo a replicar. Me pareció ver la otra noche en el pasillo a José Bono, estirajado y como más joven de lo que lo recordaba, torturando la garganta con la jota mucho menos mientras cargaba contra Sánchez como un toro ibérico. Se sacudió las telarañas y afeó la mala costumbre de aferrarse al cargo que tienen algunos, y eso que él sólo estuvo tres décadas en cargos públicos. Qué son treinta años si te pones un gato en la cabeza y haces como si no. Luego carraspeó un poco, se atusó el gato, tarareó el himno y se escabulló. Me dejó más perplejo de lo que estaba.

De las catacumbas de París me aparecía Isidoro, ese sí, viejo, fondón, canoso, ojeroso, clamando por sentirse ultrajado en su inocencia, engañado por Pedro, a él, que todos deberían contárselo todo. Felipe no calla ni debajo del agua hasta que todo revienta. Ni siquiera su original relación epistolar con el genocida de Sudán en favor de su amigo, el millonario protomafioso iraní, puede cerrarle el boquerón. Los escándalos simplemente se la sudan, por hacer un juego de palabras fácil. Felipe habla como si fuera los dos papas a la vez, el jubilado y el oficial, y no hay más remedio que oírle, es el abuelo cebolleta del socialismo español. Isidoro dio varias vueltas a mi habitación aullando y chocando con los muebles hasta que encontró una tortilla y un sillón en algo que parecía un consejo de administración y su voz se desvaneció en fade out. Pero sé que volverá.

Me adormecí con los arrullos bífidos de Susana Díaz y su coro; perdemos en España y no paramos de perder, ululaban en contralto. Y me dije: ¿Pero no cosechó Díaz el segundo peor resultado del PSOE desde 1982 en Andalucía? ¿Cómo caímos de los 66 escañazos de ese año hasta los míseros 47 actuales en la Junta? Sólo Chávez sacó menos en 1994. Y tener que gobernar gracias a los votos de esa cosa ciudadana, aunque nunca lo mencionan. Debí de decirlo en voz alta, porque tronaron maldiciones y se esfumaron. Pero pronto desperté afiebrado al oír la voz de Borrell, que aún conservaba afilada su guadaña de la época de Hacienda, porque la guardó en su ataúd cuando se marchó a Abengoa. Farfullaba sinsentidos y retorcía la cabeza. Amenazó a Felipe y a otros, acusándolos de traidores e inconsecuentes por acosar al secretario. Entonces le pregunté por qué se había ido él después de ganar unas primarias al ínclito Almunia, a quien cedió el trono poco después para que se diera uno de los batacazos más gordos del PSOE. «¿Para qué ganaste, si luego los abandonaste?”, pregunté. «Me fui porque no me querían», bramó. «Parece que a Pedro tampoco», contesté tímidamente. Le daba igual, estaba obsesionado con su exjefe y le llamó de todo. Es que Felipe dejó una montonera de amigos, como Roberto Carlos, entre sus exsubordinados y excompañeros.  En una psicofonía hasta me pareció oír la voz de Pepe Blanco, que decía no se qué de estar muertos. Me tapé los oídos. Busqué a Pujol en mi mente, a ver si me tranquilizaba con algún pacto a diestra o siniestra, pero estaba en Andorra haciendo un recado y Mas había salido a un juicio. Qué nochecita.