El comunista romántico

OPINIÓN

01 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Carlo Feltrinelli cierra su libro Senior Service con una significativa anécdota: un día lo paró un policía municipal para sancionarlo y le comentó que había estado de servicio el día en que fue enterrado su padre y, al ver el desfile con las banderas rojas, rodeado por multitud de policías y sobrevolado por helicópteros, había alzado el puño para saludarlo, por lo que fue sancionado por sus superiores. El autor concluye: «El comunismo, uno de los grandes temas del siglo pasado, no es solo Ceaucescu derribado por la multitud en la plaza de cemento».

Giangiacomo Feltrinelli fue un comunista atípico, no por su militancia, idealista y con momentos de verdadero heroísmo, tampoco por su radicalización, frecuente en tantos jóvenes de los años sesenta y setenta, sino porque pertenecía a una de las familias más ricas de Italia. Conocía desde hace muchos años la editorial que fundó, había visitado con frecuencia las librerías Feltrinelli y sabía de él que se había radicalizado tras abandonar el PCI y fallecido trágicamente tras explotarle la bomba que intentaba colocar en una torre de alta tensión, pero no leí hasta estos días la magnífica biografía que su hijo Carlo publicó en 1999 y que acaba de reeditar Anagrama, en 2001 lo había hecho Tusquets por primera vez en español.

Giangiacomo, un joven sensible e inteligente, rompió el aislamiento de la jaula dorada en que le había encerrado su madre, una burguesa típica de los años treinta, monárquica, clasista y que, por ello, despreciaba a Mussolini y al fascismo, por útiles que pudiera haberlos considerado para frenar el peligro rojo. Él buscó compañía entre los hijos de los criados y los campesinos del entorno de la villa en la que residía, así conoció a ese pueblo despreciado por los ricos. En noviembre de 1944, con 18 años, se unió a la resistencia, después se afilió al partido comunista, en el que permanecería hasta 1958. Cuando alcanzó la mayoría de edad se convirtió en millonario, pudo crear la editorial y un instituto dedicado a la búsqueda de fondos bibliográficos y documentales y a la investigación sobre la historia del movimiento obrero y el socialismo. Supo ser un empresario eficiente y, a la vez, financiar muchas actividades del PCI y publicar libros baratos, no solo de política o economía, también de literatura, historia o filosofía, que consiguieran que el precio no fuese un obstáculo para el acceso a la lectura de las clases populares.

La invasión de Hungría provocó su primer enfrentamiento serio con la dirección del partido, que eludió condenarla, y que Feltrinelli decidiese publicar el Doctor Zhivago de Pasternak, los intentos del gobierno soviético y la dirección del PCI por impedirlo, la persecución que el autor y su familia sufrirían por ello, lo convencieron de los límites de la desestalinización proclamada en el XX congreso del PCUS. Tras un corto coqueteo con el PSI, sus viajes a Cuba, la amistad con Fidel Castro, a pesar de que era crítico con él, la convulsión que supuso 1968 y la amenaza de golpe de estado en Italia y el inicio del terrorismo fascista, favorecido o impulsado desde el poder, lo radicalizaron. Como le sucedió a un sector del PCI, es el caso de Rosana Rossanda, antes crítica ortodoxa de la «desviación» de Feltrinelli, o a Toni Negri, entre los que ya no eran tan jóvenes, y a tantos estudiantes y trabajadores esos años. Pudo haber sido asesinado por la CIA o por los servicios secretos italianos, lo consideraban un agente castrista, o quizá la bomba explotó de forma accidental, en el fondo eso no es demasiado relevante. Su trágico final más bien mueve a la reflexión sobre esa extrema izquierda cegada por la revolución cubana y la figura del Che, al que el propio Feltrinelli quiso salvarle la vida, lo que pudo costarle la suya, que sin duda eligió una vía equivocada frente a la violencia y la injusticia de los poderosos, pero cuyos errores no lavan las miserias del sistema.

No sé si por deformación profesional, pero Feltrinelli, salvando las distancias, me conduce a Riego, a Buonarroti, a Garibaldi, a Mazzini, a aquellos héroes románticos, idealistas, capaces de jugarse la vida por la libertad frente al absolutismo, los privilegios feudales y el fanatismo religioso en el siglo XIX. Fueron criticados, despreciados e incluso perseguidos por los liberales bienpensantes, los partidarios del «justo medio», los pragmáticos pronto convertidos en «gente de orden» y beneficiados, en todos los aspectos, por su sentido común. Victoriosos derrotados, nunca alcanzaron el triunfo, pero probablemente la sociedad hubiera cambiado más despacio, o todavía en peor dirección, de no ser por su sacrificio.

Durante la Guerra de la Independencia, Jovellanos le respondió al general francés Sebastiani que los españoles, contra lo que decía la propaganda napoleónica, no luchaban por la Inquisición, el fanatismo o los grandes de España, sino por su libertad. Su victoria trajo el negro absolutismo de Fernando VII, los liberales que combatieron por sus derechos al trono fueron sus primeras víctimas, pero el indeseado resultado no los condena. Los comunistas nunca combatieron por el Gulag, ¡cuántos lo padecieron!, o por la burocracia del partido, lo hacían por una sociedad libre e igualitaria en la que no hubiese millones de condenados por haber nacido pobres. La mayoría tampoco eran insinceros cuando defendían la democracia y la libertad. Hoy, tras el estrepitoso fracaso del estalinismo, es fácil censurar a Alberti, a Neruda, a Sartre... a los intelectuales y a los militantes que creyeron que era posible una sociedad igualitaria y no supieron ver lo que en buena medida se les ocultaba. Es posible publicar un Libro negro del comunismo, pero a nadie se le ocurre, quizá no pudiera publicarlo, elaborar otro similar, con la misma mezcla de muertos en la represión con víctimas de revoluciones y guerras civiles, del cristianismo, cuya violencia se prolongó mucho más en el tiempo. Tampoco de las terribles acciones de los constitucionalistas bienpensantes en defensa de la libertad de occidente, de Hiroshima a Chile, de Vietnam a Argentina o de la masacre de la represión de la Comuna parisina de 1871 al pistolerismo de Martínez Anido, luego ministro del Caudillo por la Gracia de Dios.

El libro de Carlo Feltrinelli se lee como una novela, es apasionante, pero no es ficción, nos conduce a una historia cercana, que relata con múltiples documentos, y nos acerca a un tiempo del que somos herederos.