La España que sobra

OPINIÓN

02 oct 2017 . Actualizado a las 07:15 h.

«Cataluña es España» gritan estos últimos días millones de garrulos que ni pisaron esa tierra ? si acaso de turismo, un par de semanas ? ni mucho menos, conocen su historia, su cultura o su lengua. Porque sí, para una gran mayoría de los españoles parece ser que lo de que «Cataluña es España» es algo innegociable, impepinable, pero lo de que el catalán es un idioma español, eso, como con la Gürtel Rajoy «Ya tal». Una relación de posesión, ni más ni menos. De manual. De manual de primero de colonialismo, concretamente.

Y es que lo que le sobra a España no es Cataluña, muy al contrario. Es gracias a Cataluña que hay hoy en España gente que habla, aunque sea un poco, de cosas tan hermosas y tan necesarias como el federalismo, el derecho a decidir ? algo que debiera ser básico en cualquier democracia ? o la pluralidad lingüística.

Lo que sobra en España, paradójicamente, es la propia España: Ese nacionalismo español con olor a naftalina, a grises (hoy azules), a pollo (hoy Piolín) y que ahora disfraza de «¡A por ellos!» el «¡Una, Grande y Libre!» de hace algunas décadas. Sobra esa España porque España no es, aunque a Rajoy le duela, «La nación más vieja del mundo» sino que ha sido el producto de guerras, pactos y matrimonios entre familias reinantes por conseguir más territorios que llevaron a que los colores del Rey de Castilla (más adelante España) ondeasen en territorios tan diferentes como Barcelona, Oviedo, Burgos, Alhucemas, Malabo, Buenos Aires, La Habana o San Francisco.

Como digo, en toda esta historia hay por desgracia muy pocos capítulos de democracia, de libertades o de respeto por los derechos de los demás pueblos y unos cuantos de lingüicidio (¡Hola! ¡Vivimos en una comunidad autónoma cuya lengua propia no es cooficial!) y hasta de genocidio (Pueblos precolombinos).

España no puede seguir así. No puede seguir estando basada en un proyecto imperial castellano ni en un régimen heredado del Franquismo, con su Rey, su Ley de Amnistía, su Unidad Sacrosanta que para muchos es más importante que el propio derecho a decidir o, incluso, que otros derechos constitucionales como el derecho a un trabajo o a una vivienda digna. No pueden tener cabida en España las relaciones de posesión entre comunidades autónomas, que existan ciudadanos que sientan como que «les pertenecen» territorios de los que no conocen ni tan siquiera la lengua.

España tiene que ser una República de Repúblicas, una federación de ciudadanos iguales, de lenguas iguales. Un país donde las personas que no tengan miedo a votar, ni a convivir, ni a aprender las unas de las otras o a conocerse mejor. Un lugar donde nadie le diga al otro lo que tiene que ser, cómo tiene que hablar o qué bandera lucir. Quizás con ese respeto, quizás con ese amor, quizás con ese interés por el otro no habría divorcio. O tal vez sí. Pero al menos sabríamos que estamos haciendo las cosas bien.