Incendiarios

OPINIÓN

19 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Estos días anduvieron sueltos por el noroeste ibérico los incendiarios que junto con la sequía, el viento cálido y los eucaliptos forman un cuarteto imbatible. Todavía no he encontrado una razón que aclare de forma convincente por qué esta esquina del mundo se convierte en pasto de las llamas cuando las circunstancias ambientales se conjugan favorablemente. Seguramente hay varias que van desde los fines económicos (siempre hay quien se aprovecha del monte quemado) hasta la inadaptación de quienes prenden la llama. En un país en el que saltarse normas, leyes y preceptos, incluso por los más altos dignatarios, está tolerado y, en ocasiones, hasta bien visto, no es raro que los que queman el monte crean que están en su derecho. Con llamarlos criminales no adelantamos mucho pero al menos los situamos del lado correcto.

Algo hay entre los moradores de estos territorios que los impulsa a prender la mecha. No es explicable que ardan más hectáreas aquí que en todo el resto de Europa en un año, aunque los incendios sean también comunes en lugares tan avanzados como California o Australia. Esa desafección por lo propio, esa actitud beligerante contra nuestras reservas esconde algún tipo de perturbación que todavía no hemos llegado a descubrir en su totalidad. Pero seguramente está relacionada con los ancestros y también con la educación recibida -y no solo la escolar-, y con una ausencia flagrante de empatía social.

En España -que es solidaria en extremo como puede verse con las donaciones de órganos- hay, sin embargo, una veta muy acusada de individualismo y de insumisión que desprecia lo que no comprende, no gusta o no quiere. Y que se revuelve contra posibles injusticias (ciertas o no) mechero en mano ya sea para prender el bosque o poner fin a una ley que no le conviene. Y así nos va.