Villa y el teatro del absurdo

OPINIÓN

24 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En un tiempo poderoso pope de la iglesia ortodoxa de las cuencas, José Ángel Fernández Villa se ha convertido o acaso siempre fue un Max Estrella iracundo, engañosamente sagaz bajo la capa de miseria babeante que presenta ahora. Igual que el personaje de Valle-Inclán, Villa se define como un pobrecillo, una víctima de sus enemigos que siempre defendió a los desfavorecidos, un tullido parisino descastado y combativo. Pero al tiempo guiña un ojo pícaro a una periodista de camino al banquillo y este gesto lo retrata mejor que una biografía.

Por su mirada velada de medicamentos aún pasan muchas sombras y también algunas luces mientras despliega el teatrillo esperpéntico, colgado del brazo de su colérica abogada. Escenas de cuando vagó de un lado para otro como bala perdida en la España franquista de lazarillos y estraperlo. Ese proyectil, como otros líderes políticos de la época, paró más bien poco en los pozos y mucho en las moquetas hasta conseguir una posición de poder que le llegó en alfombra roja con la Transición y seguramente una jugosa retribución. Las peores lenguas lo acusan de haber sido un chivato de la Brigada Político-Social tras ser detenido varias veces por la policía del régimen, una  sospecha bastante inquietante sin demostrar, quizá maliciosa o tal vez hiperrealista. Visto lo visto, tampoco sería ya tan asombroso.

Si lo que se investiga por los tribunales en la «Operación Hulla» fuera cierto, Villa y su entorno excavaron una mina en Felechosa, aunque no precisamente de carbón. Eduardo Mendoza no habría inventado mejor nombre para la empresa presuntamente implicada en la trama con dos docenas de comparsas: Todo Limpio y Brillante S.L., un nombre exquisitamente irónico si lo que limpiaba era los bolsillos de los contribuyentes en nombre de los mineros. Sea como sea el resultado judicial, esta última etapa de montaña por los juzgados constituye un fin de trayecto muy sucio para el poderoso sindicalista que se subió a la ola sin más ayuda que sus brazos y su cabeza. Aseguran quienes lo sufrieron que todos ellos los usaba para golpear, embestir o tomar decisiones políticas indistintamente, con notables resultados.