Amaia y Alfred: la decadencia

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

01 feb 2018 . Actualizado a las 07:45 h.

España siempre se distinguió por ser un poco sui géneris e ir a su bola. Estos últimos meses se ha hecho viral una frase (probablemente apócrifa) pronunciada por Otto von Bismarck y que decía que «es la nación más fuerte del mundo, lleva siglos queriendo destruirse a si misma y todavía no lo ha conseguido». Mientras el mundo abrazaba las ideas de la Ilustración y de la Revolución Francesa, nosotros seguíamos sumidos en un absolutismo trasnochado; mientras Europa se batía en las trincheras en defensa de la libertad, aquí bastante teníamos con recuperarnos de la crisis del 98, primero, y de una guerra civil, después.

Por fin, cuando la dictadura terminó y se abrieron las ventanas, el soplo de aire fresco fue tal que, como dijo Alfonso Guerra, a este país no lo iba a reconocer ni la madre que lo parió. Y efectivamente, una ola de creatividad e innovación barrió las viejas estructuras del franquismo y afectó a todos los órdenes de la vida cotidiana, incluida la política. En vez de sacar los cuchillos y ajustar cuentas, apostamos por la convivencia.

En lo cultural y artístico, esta forma de ser se podría resumir en el logo ideado por Joan Miró que rompía con la imagen y la forma de comunicar tradicional de las campañas turísticas. Era entonces, en 1983, cuando se hacía realidad el «Spain is different» que Fraga había acuñado dos décadas antes. Pero todo lo ocurrido desde entonces ha sido una cuesta abajo en lo que a originalidad, frescura y capacidad de sorprender se refiere.

La España del 2017 la representa un dúo de imberbes que enviaremos a Eurovisión porque así lo han decidido las redes sociales, o sea, Twitter, YouTube, Facebook y demás jueces de la realidad virtual. Por no tener, no tienen ni apellidos. Se hicieron famosos por un cover del City of Stars de La, la, land, o sea, por representar una canción grabada previamente por otro artista. Y van al festival con un tema insulso y empalagoso que es un plagio, en el tono y en la interpretación, del que encumbró a Sobral el año pasado. Incluso se difunde, en un patético intento de establecer paralelismos con la salud quebradiza del portugués, que el pobre Alfred sufre fuertes crisis de ansiedad. Sinceramente, siento nostalgia de Remedios Amaya, su actuación descalza y sus cero puntos. Entonces había dignidad; lo de ahora es decadencia.