Un mechero subversivo

OPINIÓN

Toni Albir | Efe

17 mar 2018 . Actualizado a las 08:53 h.

Que quemar una foto no sea un delito parece algo de lo más lógico. A no ser que la foto sea una de las tres copias que existen de la instantánea Moonlight realizada por Edward Steichen en 1904 y que hace unos años fue vendida por tres millones de dólares. Ahí el delito sería máximo. Fuera de eso, suena razonable que un acto tan estúpido como plantarle fuego a un cartón sea condenado con indiferencia pero sin apelar al Código Penal. Una puede plantarle fuego al retrato de un amante despiadado y pasar por una pequeña perturbada. La consecuencia no debería ser muy distinta si en la imagen el que aparece es el rostro de un señor sin vínculo afectivo con el pirómano, por muy rey que el señor sea.

Lo acaba de confirmar el Tribunal de Estrasburgo, sordo a los argumentos de quienes vieron en la quema la destrucción de un símbolo. Si un símbolo es tan enclenque que se tambalea por un acto tan ridículo quizás es que el símbolo tiene algún problema de autoestima. En España, por lo ya sabido, tenemos una relación floja con las fotos, con las banderas y con los himnos. Su poder de representación es tan particular que hasta Marta Sánchez puede venirse arriba y endilgarnos una letra. En realidad, los que queman una foto del Rey ven en ese papel lo mismo que los que condenan el gesto. A los demás se nos hace raro ir por la vida con el mechero como artefacto subversivo. La sentencia de Estrasburgo habla de libertad de expresión, pero lo más interesante viene cuando interpreta la pira con la imagen del jefe del Estado como una provocación para llamar la atención de los medios de comunicación. Ahí hay que reconocer que el éxito de la performance fue máximo. Con la colaboración, por cierto, de los tribunales españoles que han conseguido que once años después de la quema sigamos hablando del tema y proyectando en nuestra mente la imagen de las llamas consumiendo a Juan Carlos.

Mucho más que el fuego

Lo cierto es que, como después se vio, el símbolo Juan Carlos tenía efectivamente algún problema de complexión. Empujó mucho para debilitar el símbolo el elefante de Botsuana. Mucho más que el fuego.

En Estados Unidos, donde los ciudadanos le profesan a la bandera una devoción pintoresca, no ha habido forma de conseguir que quemar el trapo fuera delito. Lo intentaron en 1969 al proclamar una ley de profanación de la bandera que tumbó el Tribunal Supremo. Determinó que lo que le da complexión a una democracia no son las banderas ni los himnos ni las fotos. Por encima de todos ellos está la libertad de expresión. Incluso para emprenderla a mecherazos con la foto de un rey.