La jueza invisible

OPINIÓN

09 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay gente que cree en la infalibilidad del Papa, como cree en la homeopatía o la independencia e imparcialidad de la justicia. Y hay parte de esa gente, temerosa del desmoronamiento de su castillo de mitos, a la que no le sienta bien, por tanto, que hurguemos en sus cimientos.

Quienes son más reacios a aceptar no solo que todos somos mortales y falibles, sino subjetivos e influenciables, se revuelven contra quienes cuestionan ciertas sentencias. Puede que no tanto por el fallo judicial en cuestión -nótese la ironía de la cursiva- como porque dicho cuestionamiento puede poner en evidencia que aceptan un orden establecido que han aprendido a tragar sin rechistar, o sin verlo siquiera.

No me corresponde analizar los aspectos jurídicos de la sentencia de «La Manada»; ya lo han hecho juristas desde casi todos los ángulos de su disciplina pero, como psicólogo, confío en poder opinar sobre conductas y actitudes relacionadas con ella, sin que la reacción de la Reacción sea muy virulenta. Un sector reaccionario, por cierto, reanimado en muchos países, y cuyos antecedentes antifeministas quedan nítidamente reflejados en el ensayo «Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna» (2006) de la periodista galardonada con el Pulitzer, Susan Faludi.

Las sentencias judiciales, en cualquier caso, como otras decisiones, son discutibles. De hecho deben ser discutidas si creemos que la justicia se convierte en injusticia al castigar con severidad delirante expresiones y gestos que se oponen y critican a dicho orden establecido mientras, comparativamente, es indulgente, incluso indultante, con aberrantes exudaciones de un sistema político corrupto y abusivo.

Por ejemplo, el margen de interpretación que tienen, necesariamente, los jueces, no es aséptico, ni ajeno a la influencia de valores y expectativas, aprendizajes y experiencias, que jalonan toda biografía. Esa discrecionalidad jurídica es, en no pocos casos, el anverso del sesgo cognitivo, pues todo procesamiento humano de información está atravesado, de forma inconsciente, por aspectos emocionales y culturales. Con el agravante, para los casos contra la libertad sexual de la mujer, de los criterios de filiación del colectivo judicial, tradicionalmente conservador.

Así, en el caso de «La Manada» no fueron tres jueces quienes dictaron sentencia; fueron cuatro. Hay una jueza invisible que tomó parte en la deliberación, y no a favor de la víctima: nuestra cultura, como otras muchas, es acreedora de la tradicional subordinación y patrimonialización de la mujer, que se manifiesta en forma de objetualización, abuso y violencia, con una tolerancia que avergüenza, aunque, afortunadamente, cada vez con menos resignación.

Y conviene ponerlo de manifiesto las veces que haga falta: las conductas violentas son solo la pequeña punta del iceberg que asoma sobre la superficie, pues están sustentadas por actitudes (violencia cultural) y negación de necesidades (violencia estructural) no visibles pero presentes y demasiadas veces justificadas. Así lo expone el sociólogo noruego, Johan Galtung, en su «triángulo de la violencia», que ya mencioné en otro artículo que escribí el diciembre pasado a propósito de estos cafres. El caso de «La Manada» es solo el mayor exponente mediático, pero abundan sentencias que no son sino el correlato jurídico de una cultura patriarcal.

También lo es un Código Penal sesgado, que gradúa con criterios subjetivos las penas para actos violentos como aquellos en que se da penetración sin consentimiento explícito, y en el que, por ejemplo, la supuesta ausencia de intimidación atenúa la pena. Entonces, cómo discernir si hubo intimidación o no en el caso que nos ocupa: ¿acaso es más intimidatorio un hombre con un cuchillo que cinco, que casi doblan en tamaño y edad a una víctima post-adolescente, con intenciones sexuales explícitas en un espacio sin salida y sin testigos? Yo creo que no; los jueces del voto mayoritario creen que sí; y lo que opine el juez del voto misógino que pidió la absolución solo me interesa para poner en duda su capacidad para juzgar casos que requieran sensibilidad y empatía con la mujer.

Y ahora, ¿qué podemos esperar de la comisión de juristas que, a raíz de este caso, se propone revisar el Código Penal, estando compuesta inicialmente solo por hombres? Sabiendo, además, que en este país hay más juezas que jueces.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.