Síndrome de Génova

OPINIÓN

31 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Si en el capítulo anterior se hablaba de cómo «hacer de la necedad virtud» cuando, por ejemplo, líderes políticos sobreviven, ufanos, aunque no por mucho tiempo, después de encomendarse a dinámicas políticas excluyentes, en este vamos a hablar de la excelencia en esta categoría: aquellos que hacen de la necedad un arte.

Porque no sé a qué esperamos para hacer en este país un Museo de la Corrupción que contribuya a una de nuestras principales fuentes de ingresos: el turismo. Este, temático, para morbosos de la corrupción «Marca España»; un filón. Un museo en el que se expongan --no sé cómo; con performances tal vez-- la interminable lista de casos de latrocinios y mamandurrias que brotan por doquier. Recurriendo al mito de la ardilla de Estrabón, se podría decir que el periodismo genuino, el del contrapoder, podría cruzar el país, en cualquier dirección, saltando de corrupto en corrupto.

Para el museo contamos con un catálogo realmente conmovedor; pero se trata de una conmoción paradójica. Porque muchos de los sujetos que alimentan, en última instancia, estas obras del PP con sus magros recursos --su electorado--, sienten la necesidad de abrazarse fatalmente al artista, arrebatados por el moreno zaplanesco y los buenos trajes que quizá en sus sueños aspiran a portar. Si nos van a robar de todas maneras, que sea gente elegante y seria. Es el Síndrome de Génova. La versión hispana del de Estocolmo, por el que las víctimas de secuestro acaban empatizando con sus captores, probablemente para reducir la ansiedad por el incierto final de la cautividad.

El caso Gürtel adquirió este nombre alemán por Rafael Correa, aunque la acepción más común es cinturón; el que cada día nos apretamos más para que el Partido Popular pueda comprar escaños y demás poltronas con el dinero que obtiene de conceder nuestros recursos a florentinos de todo pelaje.

Sin entrar en los detalles de la sentencia, partamos de la idea de que la información a la que tenemos acceso el populacho es solo una parte; pequeña, diría. Así, es verosímil pensar que, a pesar de que el PP ha utilizado todos los resortes, más o menos ilegítimos, para evitar que Bárcenas tire de la manta, y para minimizar, en la medida de lo posible «incluso lo imposible, si también lo imposible es posible» (M.Rajoy dixit), las consecuencias penales y, por ende, electorales --que es lo único que les preocupa--, la inmundicia que se oculta bajo la superficie del papel en el que está impresa debe ser como para que un improbable Jiménez Losantos de izquierdas pasara de la verborrea pendenciera a las armas. Y si el auténtico alt-right boy hispano no lo ha hecho, con lo que le gusta humillar a esta «derecha mariacomplejada» que nos gobierna, es, probablemente, porque también ha sido agraciado con algunos correazos. ¿Te imaginas a Federico gritando: «más Mariano, azótame más»? Pues yo no. En esa España sórdida deben acontecer escenas inenarrables.

En fin. Que este artista «popular» es muy prolífico y aún ha de deleitarnos con obras que nos quiten hasta lo bailao. Estén atentos a sus juzgados.

Y si te sorprendes diciendo que sí, que los políticos roban, y mucho, pero que prefieres que te robe el PP a que te robe un comunista, como dijo un bufón aprendiz de «el azotado», que sepas que es un síntoma del trastorno. Y el tratamiento, caro; muy caro. Es el mercado, amigo.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.