Dioses low cost

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

23 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Según el relato de la ministra de Trabajo, bastó que se enviaran una serie de cartas --hasta 80.500 posibles casos de fraude laboral-- en verano advirtiendo de la posibilidad de que la inspección se pasara a comprobar qué pasaba en las empresas para que, por arte de magia, se hicieran indefinidos a 46.500 empleados. Sólo en agosto. Es más de la mitad de los casos en los que podría haber una sospecha cierta de fraude. Lo contó Magdalena Valerio en un desayuno informativo celebrado por Nueva Economía Fórum en Madrid y por el poco bombo que se le ha dado tiene toda la pinta de ser cierto. La realidad, desde hace décadas, desde hace ya bastante más tiempo que el inicio de esta crisis derivada en Gran Recesión es que la precariedad es la norma y no la excepción, y que la estafa en el mercado laboral español es sistemática, tanto a la hora de formalizar contratos (algunos tan rematadamente absurdos como los 40 minutos semanales que ofrece Liberbank a las trabajadoras de la limpieza) como respecto a los pagos a la Seguridad Social, con horas extras sin pagar que se cuentan por millones. Todo ello unido es el principal elemento corrosivo que está minando el sistema de derechos sociales.

Hace pocos días leía una entrevista al último ídolo de los mentecatos que se dejan seducir fácilmente por cualquier milonga que llegue con aroma de éxito; Óscar Pierre, el fundador de Glovo que explicaba su concepto ideal de cómo será la sociedad del futuro. En Glovotopía no hay, por supuesto, ningún trabajo fijo que es rollo y la gente «libremente» hará esto y aquello, una día una cosa al siguiente otra, a veces repartiendo pizzas y otras veces qué sé yo. Porque la gente no quiere «tener jefes» y tampoco «tener horarios», que es un rollo. La gente, dice Pierre «tendrá diferentes vías de ingresos: hará clases, trabajará como glover, pondrá su piso en Airbnb... Esta es la tendencia del futuro».

No dudo del intelecto de Pierre, que es ingeniero aeronáutico y eso, aunque la fábula del emprendedor hecho a sí mismo, que partió la nada y todo eso no se la puede creer nadie porque su padre, su abuelo y el suegro de su padre ya eran unos potentados del quince y empezar así (esto lo entiende hasta el que no es ingeniero aeronáutico) es mucho más fácil que empezar desde un entorno humilde de verdad. A lo mejor es por lo de ser ingeniero que Pierre se imagina que una sociedad puede ser sostenible con trabajillos chiripitifláuticos para todo el mundo, sin maestros, ni médicos, ni policías municipales, ni nada que sea estable ni demasiado complejo. Al fin y al cabo a él le va bien así que ¿para qué cuestionarse nada más?

Hace tiempo disfruté de una serie en el Canal de Historia con un episodio dedicado a cada uno de los magnates más relevantes de finales del siglo XIX y principios del XX en EEUU. Estaban allí las historias de Rockefeller, Vanderbilt o Ford, entre otros. Cada uno de ellos fue un depravado codicioso rayano en lo patológico pero, al fin y al cabo, sobre el sudor ajeno y sin ningún tipo de escrúpulos, construyeron algo tangible, avanzaron en algún campo que hizo despegar a la industria contemporánea. Hasta un elemento de la abyecta calaña de Henry Ford (simpatizante de Hitler entre otros vicios) se propuso que los trabajadores de sus fábricas ganaran lo suficiente para poder comprar un coche de los que producía. Qué cosas tenía el Ford este, que quería vender de forma masiva su invento y era de su interés que hubiera un mercado de consumidores con poder adquisitivo suficiente para hacerlo realidad.

Lo que hay hoy no son magnates, sólo unos panolis, niños muy pijos, que son auténticos piratas convertidos en dioses por la prensa salmón. No hacen nada, no inventan nada, lo de los repartidores por cuatro duros ni siquiera es original, por favor, si es una copia de otros niños pijos de otras latitudes. Simplemente son depredadores, con las mismas carencias morales que los industriales decimonónicos, pero que a diferencia de aquellos, a su paso dejan el vacío absoluto, una destrucción low cost que, al final, pagaremos carísima entre todos los plebeyos.