El misterio de Tini Areces

OPINIÓN

18 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En unas de esas torrenciales entrevistas publicadas en LA VOZ, Areces nos evocaba un lugar del mundo que le había fascinado y al que siempre quería volver: Samarkanda y ya allí, el Registán, una plaza rodeada de madrasas cubiertas de mayólica. Era esa visión glocal, como diría su contemporáneo Juan Cueto, la que le empujaba a diario, la que le llevó a patearse una y otra vez todos los concejos de Asturias, los barrios de Gijón  o a visitar en misión comercial decenas de países de América, África, Europa o Asia. Su agenda diaria era frenética, tanto como su locuacidad incansable, su capacidad política, su amor al trabajo, a los pinchos de tortilla y esa particular propensión a la discreción, entendida como aversión a las estridencias. Fue discreto cuando fue relevado como candidato por Javier Fernández, fue discreto cuando fue elevado a portavoz del PSOE en el Senado y luego defenestrado. Fue discreto como barón socialista, pese a que le negaron proyección nacional tras ocupar durante 12 años el sillón de Suárez de la Riva. Fue discreto (visto desde la distancia actual) en su pugna con el guerrismo. Pero fue Tini, el hijo comunista y luego socialista de un Guardia Civil, un espacio humano para el contraste; un misterio. La discreción como contraste de su faceta faraónica en tiempos de vacas gordas. Ahí quedan algunos hitos: la Laboral, el HUCA, el Centro Niemeyer, el MUJA, el fiasco de la regasificadora, la carretera AS-II, símbolos de épocas en las que la inversión nacional y regional en Asturias llegaban a los 2.000 millones de euros anuales. Un chorro que fue clave para trazar la cara de Asturias tras las reconversiones añadidas y superpuestas que fue encadenando la región: minera, siderúrgica, naval, láctea. A Tini le tocó cambiar la cara y el chip de Asturias y el resultado tuvo muchas luces y alguna sombra. Entre estas últimas, el caso Marea, que acorraló a su amigo José Luis Riopedre, aunque a Areces solo cabe reprocharle que no supiese detectar antes la trama corrupta. Fue un animal político, que viró desde el comunismo a una vertiente centroizquierdista, defensor del estado del Bienestar que plasmó en realidades: toda una red de escuelas, institutos, centros de salud, centros sociales, culturales, polideportivos, parques tecnológicos. Todo un sueño escandinavo hecho realidad en esta pequeña esquina europea. Es decir, una vocación política en la que la acción ganaba a la palabra y los hechos a las teorías. Su gran obra queda a la vista: Gijón, la ciudad que amó, que reorientó hacia el mar, que reurbanizó, que tiñó de color tras la grisura de décadas, que revistió de cultura con conceptos nuevos. Queda pues su huella sobre la arena.