Ich bin ein Sitzpinkler

OPINIÓN

06 mar 2019 . Actualizado a las 10:06 h.

Ich bin ein Sitzpinkler. 

Traducción: Yo soy uno de los que orinan sentados.

Esta declaración a lo Kennedy en el Berlín de 1963 adquirirá trascendencia una vez que los no germanoparlantes hayan pasado «Sitzpinkler» por el traductor de Google. A pesar de que hablo alemán en la intimidad desconocía esta palabra; tal vez porque mi vocabulario va poco más allá del primer ciclo de primaria, que es lo que llegué a cursar allí.

La trascedencia se materializa en la confrontación entre feministas y antifeministas, entre gente tipo TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo, en su acepción coloquial de maniático/a del orden, la limpieza, etc.) y gente que no lo es o, por decirlo prosaicamente, entre quienes se encargan de la limpieza en casa o no. Hasta el punto de que en Alemania hace décadas que este enfrentamiento se ha extendido desde las casas a las redes sociales pasando, claro está, por los aseos públicos.

Te ahorro lo de Google. Un «Sitzpinkler» es un varón que orina sentado, como ellas. Y en un momento de auge del «machismo atávico», como quiera que esta conducta, entre otras, puede ser interpretada por los neandertales como una debilidad, cuando no un grave contagio de «ideología de género», importar este debate pretende ser un gesto de provocación. Provocar la reflexión sobre qué sentido tiene, en el fondo, ese concepto de «ideología de genero» que la Iglesia y sus meapilas políticos utilizan como anuncio del fin de la humanidad. Una desesperada y torpe reacción ante el cuestionamiento del orden que consagra la subordinación femenina y cuya expresión más dramática es la violencia de género. Esa violencia que los activistas de la negación de lo evidente, los beneficiarios preferentes de toda privatización, quieren tratar como un asunto doméstico. Porque también es «privatizar» esconder tras las paredes del hogar la violencia de género en un intento más de ocultar su nexo con las moralmente vergonzantes violencias cultural y estructural contra la mujer.

¿Son el hábito o las costumbres las razones del gesto de orinar de pie y contra las razones de hacerlo sentado?, ¿o la necedad cuando estas últimas se han hecho evidentes? ¿O es la reivindicación del estatus masculino? En la incapacidad de asumir la igualdad de todas las personas como tales, independientemente de su género y su forma de relacionarse, o de su etnia, pueden intervenir la ignorancia, la falta de autoestima, el miedo a los otros y a perder ciertos privilegios.

Y es que en los argumentos de los aspersores de orina se condensan complejos, prejuicios y, sobre todo, desprecio por quienes ejercemos la ingrata tarea de limpiar los inodoros. Tarea que, es innegable, realizan mayoritariamente las mujeres y que simboliza, afloradas las razones, una subordinación humillante. Que un hombre que vive solo, orine de pie en su casa, es su problema; y «externalización» de asco si contrata a alguien para limpiar. Y es difícil imaginar que el contratado sea un hombre, ¿verdad?.

En casa somos tres chicos y hasta el más pequeño ha entendido fácilmente que ser un «sitzpinkler» no es solo una cuestión obvia de higiene sino de respeto. Pero, claro, eso requiere empatía y entender que no es justo, ni aceptable, que haya personas que tienen culturalmente asignada la tarea de limpiar el gratuito guarreo de los hombres por el hecho de ser mujeres y/o extranjeras.

En la descripción que Gabriel García Márquez hace en El amor en los tiempos del cólera del devenir de la relación entre Fermina Daza y el doctor Urbino, decía de ella que «nunca pudo resignarse a que él dejara mojado el borde de la taza cada vez que la usaba». Él, sin embargo, decía: «El inodoro tuvo que ser inventado por alguien que no sabía nada de hombres. Contribuía a la paz doméstica con un acto cotidiano que era más de humillación que de humildad: secaba con papel higiénico los bordes de la taza cada vez que la usaba. Ella lo sabía, pero nunca decía nada mientras no eran demasiado evidentes los vapores amoniacales dentro del baño, y entonces los proclamaba como el descubrimiento de un crimen: Esto apesta a criadero de conejos. En vísperas de la vejez, el mismo estorbo del cuerpo le inspiró al doctor Urbino la solución final: orinaba sentado, como ella, lo cual dejaba la taza limpia, y además lo dejaba a él en estado de gracia».

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.