Solo el triunfo electoral del campo popular garantiza el fin de la austeridad para el pueblo

OPINIÓN

27 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La huelga mediática de masas del 8M finalizó con el feminismo de género como elemento central que, aunque desconozcamos su influencia en el proceso electoral, es claro que si la oligarquía financiera y empresarial publicita un paro femenino, es que no perjudica en absoluto a sus intereses de clase. También continuamos con el goteo constante de noticias sobre el juicio al nacionalismo catalán, donde los medios de comunicación sitúan diariamente todas las pruebas de la planificación sediciosa de la ruptura de España por el nacionalismo y la izquierda. Al tiempo, continúa la movilización semanal de los pensionistas sin chaqueta amarilla y mismos fines, pero semioculta en la penumbra informativa. Son las distintas varas de medir según los intereses del poder económico y del carácter antagónico de las luchas del pueblo, donde las que hacen daños y provocan cambios en las políticas de los gobiernos y rupturas como la del Pacto de Toledo mediáticamente no se visualizan y, por lo tanto, socialmente no existen.

La oligarquía financiera lleva preparando las batallas electorales sin descanso, desde la ruptura del bipartidismo en el 2014 con el nacimiento de Podemos y desde que tomó la iniciativa en conjunto con la catalana. Precisamente, cuando las cúpulas del PP y CiU estaban encausadas y declaradas judicialmente como organizaciones creadas para delinquir, convocan la independencia unilateral de Cataluña, sin la mayoría social necesaria. Desde entonces, la oligarquía no ha perdido unas elecciones y han creado enormes cismas en el ámbito del campo popular, debilitando al PSOE en su enfrentamiento con los neoliberales globalistas del entorno de Felipe González, como la andaluza Susana Díaz, el asturiano Javier Fernández o el manchego Emiliano García-Page y en Unidas Podemos con Íñigo Errejón de Podemos, Gaspar Llamazares de IU o de las confluencias como Manuela Carmena, al tiempo que el poder mediático les condiciona la línea política, situando por encima de la lucha de clases la lucha identitaria de género y país, con la pérdida del horizonte político y de la gente.

Si a esta táctica de la oligarquía globalista, que ha desmembrado más que nunca a la izquierda política y sindical, le sumamos, lo que todos los gurús de la economía en todos los ámbitos ideológicos prevén en este año o el siguiente, un nuevo episodio de crisis global del sistema capitalista superior al del 2008, se nos hace vital la victoria del campo popular el 28 de abril. Porque lo que viene planificando la oligarquía no es ningún Salvini ni ninguna Le Pen: viene un Macri o un Bolsonaro, como Rivera o Casado, payasos a tiempo completo del neoliberalismo globalista, con la pretensión de situar en primer plano la propuesta del poder financiero emanada de la Comisión Europea, el Banco Central de Europa y el FMI, de ejecutar todas las políticas austericidas necesarias en recortes salariales, sociales y libertades, de forma que el conjunto de políticas extractivas aplicadas a nuestros salarios, pensiones y propiedades, pasen a manos de la banca y multinacionales financieras, privatizando lo poco que queda de lo público y pasando a manos privadas la gestión de todas las necesidades humanas, creadas bajo el estado de bienestar en el ámbito de la sanidad, enseñanza, pensiones, servicios sociales, dependencia, justicia o prisiones.

Para esta batalla que estamos dando las fuerzas obreras y populares, es hora de delimitar sin tabús ni complejos el campo popular por su composición sociológica y por su política de clase. Y por mucho que duela el reconocimiento del Gobierno socialista de Pedro Sánchez al golpista venezolano títere de EEUU y la CE, o el abandono de las pateras de migrantes en el Mediterráneo, la línea de la demarcación de la caracterización popular o no del PSOE de Pedro Sánchez no la sitúa el ámbito internacional ni la política europea sobre emigración, que quedan sujetas a la presión social que seamos capaces de hacer las y los revolucionarios, para hacer retroceder el alma débil socialdemócrata, porque si no excluiríamos al 90% de la clase trabajadora. La exclusión del campo popular de los socialistas, sería por su vuelta al redil de la política neoliberal globalista, por abrazar lo que desde el surgimiento de Pedro Sánchez como dirigente del PSOE, ha combatido contra el aparato y la banca dentro y fuera del partido como la austeridad, la privatización, la represión y la corrupción. Pero si esto sucediera, sería el peor escenario para el campo popular, porque lo que han demostrado Unidas Podemos y el PSOE de Pedro Sánchez con el acuerdo presupuestario del 2019, es que juntos suman para ser mayoría social y poder gobernar desde el pueblo para el pueblo. Y todo esto por encima o fuera de las tareas que competen al movimiento comunista, que comienzan trabajando por su unidad y la de las fuerzas populares desde la clase obrera.

Por eso no tiene razón Julio Anguita en la critica a Podemos de pretender atraer al PSOE a las posiciones de izquierdas, esa no parece la lógica anterior ni la de ahora al no aceptar el recorte a las pensiones recomendadas en el Pacto de Toledo, por el resto de las fuerzas políticas neoliberales, incluida el alma débil del PSOE, rompiendo así el pacto social que pretendían hacer contra las pensiones. Muy similar a la posición en tu momento de no apoyar IU al PSOE si no había un acuerdo previo sobre la base del programa, programa y programa, vendiéndose públicamente por los poderes mediáticos y los liquidacionistas internos, como pinza con el protofascista de José María Aznar contra el PSOE. El error del PCE-IU desde la Transición no era la pretensión de hacer girar al PSOE a la izquierda: era como más caústica, se terminaba justamente una vez acordado el salario de los cargos públicos, cantidad de liberados y asesores y la financiación de los  grupos parlamentarios, para así vender como pacto de izquierdas la austeridad, las privatizaciones y la corrupción. De ahí que aún hoy muchas personas no sepan diferenciar la izquierda de la derecha y, de ahí, la necesidad de que la crítica dentro del campo popular la hagamos constructiva y sobre hechos concretos reales.

La izquierda en esta batalla tiene que bañarse de coherencia y recuperar la esencia programática y reivindicativa de las confluencias en su nacimiento, como movimiento contra la austeridad, recortes, privatizaciones y la corrupción, desarrollando con la participación ciudadana, la democratización y regeneración de las instituciones y esto choca frontalmente con los intereses de la oligarquía financiera globalista y sus instituciones en España, representadas por la monarquía, el parlamento, la judicatura, policía y ejército, que como régimen corrupto del 78 ya no nos representan. Regenerar las instituciones es democratizar su estructura, igualando a la ciudadanía ante la Ley y para eso debemos recuperar la memoria y la historia colectiva como pueblo, sacando a nuestros muertos de las cunetas y reivindicando una República de la clase trabajadora que no divida ni rompa a España, donde su bandera represente la unidad y la igualdad de derechos de la ciudadanía en el conjunto de la nación, independientemente del lugar que resida, incluido el derecho reglamentado de autodeterminación de los pueblos junto a otros derechos identitarios y bajo la participación y decisión de la ciudadanía, que en absoluto implica apoyar su independencia y donde la mayoría imponga su criterio y en España, a pesar del juego mortal de la oligarquía globalista que sin patria y con sus propiedades en paraísos fiscales no les importa romper a España con la represión al nacionalismo burgués y a la clase trabajadora, la cual desde cualquier lugar en que resida mayoritariamente como pueblo lleva años demostrando que la quiere unida y como patria.

La batalla por mantener los derechos de la clase trabajadora y el pueblo exige claridad para la victoria en las propuestas a desarrollar, conscientes de que la línea de demarcación del campo popular está en el rechazo a las políticas austericidas y la victoria popular, en la unidad basada en un programa mínimo antineoliberal, como eje de construcción popular de la regeneración democrática del futuro.