«Superlópez»

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

ALBERT OLIVE

29 ago 2019 . Actualizado a las 09:30 h.

El mundo del automóvil está cambiando y no solo por la imparable colonización del coche eléctrico. Podría decirse que toda la industria del motor, tal y como se concibió en el siglo XX, está desapareciendo. Hace unos meses se jubilaba el presidente de Mercedes, el bigotudo Dieter Zetsche -a quien BMW despidió con un vídeo genial en el que un doble suyo aparecía abandonando, emocionado y entre aplausos, la sede de la compañía de la estrella para al día siguiente, «libre al fin», ponerse al volante de un flamante i8 Roadster-; y esta semana fallecía el hombre que convirtió Volkswagen en el mayor fabricante de vehículos (2016-2018), sobrepasando a Toyota.

El nombre de Ferdinand Piëch está ligado al desarrollo de uno de los modelos más importantes de la historia del automóvil, el Audi Quattro. No fue el primer coche con tracción a las cuatro ruedas -en 1980 ya existían todoterrenos con ese sistema de transmisión y quince años antes la había estrenado el Jensen FF-, pero sí fue el que la popularizó. A ello contribuyeron decisivamente sus victorias en el Campeonato Mundial de Rally (WRC), con los pilotos nórdicos Hannu Mikkola y Stig Blomqvist a sus mandos.

Pero Piëch sería más conocido, ya como consejero delegado de Volkswagen, por su política de concentración de marcas dentro del grupo alemán: Seat, Skoda, Bentley, Bugatti, Lamborghini, Ducati (motocicletas) y Scania y MAN (camiones), que se sumaron a Audi, Porsche y la propia Volkswagen.

En su gestión al frente de este conglomerado contó fugazmente con la ayuda de un español, el ingeniero Ignacio López de Arriortúa, más conocido como Superlópez. Piëch se lo arrebató a General Motors en 1996, donde el vasco había llegado a ser vicepresidente mundial de compras, con despacho en Detroit, y revolucionado la cadena de producción del gigante norteamericano. Sus peculiares métodos incluían cronometrar a los operarios, imponer dieta a sus ejecutivos (también les obligaba a llevar el reloj en la mano derecha, para que no olvidaran la importancia del tiempo) y presionar a los proveedores hasta límites insostenibles. Duró dos años en Wolfsburgo, antes de irse en medio de un escándalo de espionaje y de sufrir un grave accidente a bordo de un Audi 80. Pero todavía es testigo, desde su casa de Busturia (Vizcaya), del final de una era.