El día de los santos resabiados

OPINIÓN

Ricardo Rubio - Europa Press

28 dic 2019 . Actualizado a las 10:07 h.

Cuando era niño, todos los 28 de diciembre venía mi padre a despertarnos diciendo que había nevado, y que estaba el patio precioso para hacer muñecos. Nos vestíamos de prisa, sin hacer ninguna comprobación, y encontrábamos el patio a veces mojado, pero nunca nevado. Salvo un año, no recuerdo cuál, que vino papá a decirnos que durmiésemos un poco más, porque no había nevado, y dos horas después encontramos en el patio un precioso muñeco de nieve, con escoba y bufanda, como los que salían en el TBO. Era la fiesta de los Santos Inocentes, cuando las mentirijillas tenían que ganar sutileza e ingenio para mantener su eficacia hasta el final del día.

Pero en la España actual ya no hay inocentes ni pullas, sino gente resabiada, que sabe de buena fuente todos los secretos de Estado, y tiene en el móvil todos los sumarios declarados secretos. Gente que habita en el engaño, que reenvía fake news, o miente como los bellacos. Niños que tienen invertido el principio de la inocencia, que saben que el Cid era un mercenario, y que su yegua no se llamaba Babieca, pero creen que Hulk y Spiderman son héroes de carne y hueso que andan por ahí «desfaciendo entuertos». Nuestros locos bajitos no saben quién nació en Belén, para dar pie a todo esto, pero creen que el 13 da mala suerte, o que su abuelo se ha transformado en un lucero que brilla en el firmamento por la parte de Poniente. Por eso renuncio a celebrar los Santos Inocentes, y los sustituyo por los santos resabiados, para que, en vez de entretenernos con pullas de medio pelo, recordemos hechos y verdades que tenemos por mentiras.

En los cuatro años transcurridos desde el 19-12-2015, hemos ido cinco veces a las urnas, cuatro para las Cortes, y una para Europa y los concellos. Y el resultado es que estamos desgobernados en los tres niveles, aunque solo el estatal alcanza categoría de dramático y peligroso esperpento. Los hechos dicen, además, que una extraña y desgraciada alianza entre los peores políticos y los peores electores de nuestra democracia, ha conseguido esfarelar el sistema de partidos, bloquear todas las instituciones, aprobar solo un presupuesto de cada cuatro, hacer una política dependiente de los más acendrados enemigos de España, levantar una ultraderecha vigorosa, hundir un centro leal -aunque mal gestionado-, resucitar los reinos de taifas -Cantabria, Canarias, Teruel-, convertir a los populistas de la izquierda en la clave de bóveda -tallada en piedra arenisca- de todo el sistema, y montar una zambra jurídica y tribunalera de mírame y no me toques.

Todo sucede, sin embargo, sin que nadie se sienta responsable; sin que nadie renuncie a ser el héroe y la solución que esperamos; y sin que nadie se sienta personalmente aludido por el dicho de Einstein, que todos recitamos como papagayos -«si quieres obtener un resultado diferente, haz cosas diferentes»-, pero nadie se quiere aplicar. Porque la España de hoy es así: un país en el que ya no se puede celebrar nada más que los santos resabiados. Amén.