Asesinato de Soleimani, ¿casus belli?

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

Hamed Malekpour | Europa Press

07 ene 2020 . Actualizado a las 09:56 h.

Todos los regímenes dictatoriales se sostienen gracias al ejercicio de la fuerza. Una fuerza que suele estar en manos de cuerpos especiales dentro del ejército o la policía. En el Irak baazista era la temida Mojabarat o policía secreta la que llevaba a cabo el trabajo sucio del régimen. En el Irán de los ayatolás es la Guardia Revolucionaria Islámica, a través de sus diversos cuerpos, la que mantiene con mano de hierro la teocracia chí. La Guardia, fundada por el propio ayatolá Jomeini en mayo de 1979, unificó y organizó a todos los grupos paramilitares que habían apoyado la Revolución. Su función principal era proteger y apoyar a los clérigos en la imposición y mantenimiento del estricto código de la Sharia, pero, en realidad, era el parachoques frente al ejército regular, del que se sospechaba afinidad con el antiguo régimen del Sha. En la práctica, se ha encargado de eliminar a todos los disidentes y de mantener a la población subyugada bajo su manto de terror, aplacando con mano de hierro todas las protestas que ha habido desde entonces.

La Sepah, como se conoce en Irán, está integrada por diferentes ramas, entre la que se encuentra la Fuerza Al Quds (Jerusalén, en árabe y farsi) -no confundir con las Brigadas Al Quds palestinas-. La Fuerza Al Quds, creada en 1980, es un grupo de élite con funciones de servicio secreto que lleva a cabo misiones encubiertas en el extranjero. No se sabe con exactitud cuántos miembros la integran, pero sí se le responsabilizan de numerosos ataques, desde los llevados a cabo en Irak en 1982, pasando por el de 1983 contra los cuarteles de EE.UU. en el Líbano que ocasionaron más de 200 muertos, hasta el asesinato de más de 500 manifestantes iraquíes desde que se iniciaron las protestas de la Revolución Tishreen en octubre del año pasado. La Fuerza Al Quds es el apoyo clave del grupo terrorista Hezbolá del Líbano, y en los últimos años ha colaborado con los talibanes en sus ataques a puestos de la OTAN.

El general iraní Qassem Soleimani, asesinado por EE.UU. a la salida del aeropuerto de Bagdad, el pasado viernes, junto con su lugarteniente iraquí, Abu Mahdi al Muhandis, era el jefe de la Fuerza Al Quds. Una organización que además ha servido para consolidar el poder chií iraní en el Líbano, Siria e Irak.

Su asesinato, sin duda, además de un ataque ilegal que ha violado la soberanía del suelo iraquí, constituye un caso típico de acto de guerra. Con él, Trump ha pisoteado todas las leyes internacionales, ha desestabilizado aún más Irak, un país al borde del abismo, y ha provocado a Irán, en estado crítico por el embargo internacional. Con el envío de más tropas al Golfo demuestra que no solo no quiere liberarse de la carga militar de Oriente Próximo, sino que está utilizándolo para recabar más apoyos de cara a la nueva campaña electoral. Soleimani era un criminal internacional pero un héroe iraní, hoy puede ser el pistoletazo de salida de una nueva guerra asimétrica donde la proliferación nuclear se ha puesto en marcha otra vez. Todo depende de a qué estén dispuestos los iraníes.