Todos dicen que es por su bien

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

En primer término, Santiago Abascal (Vox) y, a su izquierda, Aitor Esteban (PNV)
En primer término, Santiago Abascal (Vox) y, a su izquierda, Aitor Esteban (PNV) Mariscal | EFE

07 ene 2020 . Actualizado a las 17:23 h.

Pues sí. 247 días y 278 millones de euros después, aquí estamos. Pero ese camino es irrelevante. Porque solo importa el poder. El poder presente (ser investido a cualquier precio). Y el poder futuro (soplar para que zozobre el barco grande y se pueda reflotar un velero bergantín sobre los restos). Por mucho que se hable de mesas de negociación, la clave son los asientos. La palabra dada no es papel mojado. Es mucho menos. Un suspiro que se desvanece a medida que se verbaliza. La campaña electoral es el estado de ánimo del Congreso. El debate se sitúa al nivel de plato de ducha. Patadón y tentetieso. Aquel espíritu de la furia española, que nunca logró nada, parece unir las bancadas. Cada escaño alumbra un salvapatrias. De su padre y de su madre, claro. Pero todos pensando en las próximas generales, en estas o aquellas autonómicas. Los socialistas, de liquidación por amor al arte, repartiendo amor, superando el insomnio e intentando darle una pátina progre a cualquiera que se le arrime. El PP, rasgándose unas vestiduras en las que en realidad no se siente tan incómodo, porque hace tiempo que piensa en el partido de vuelta. Podemos, pillando desinteresadamente el mayor cacho posible, acordándose con igual ternura de los «presos políticos» que de Adolfo Suárez. Ciudadanos, dando lecciones después del exitazo de sus maniobras. Vox, insultando a dos carrillos: llamando golpista a cualquiera y coqueteando con el golpismo. Los de ERC intentando que no los etiqueten de traidores cuando el PSOE les rasca la espalda: un día Rufián va de estadista y otro Montse Bassa dice que le importa un comino la gobernabilidad de España, como si los catalanes vivieran en Suiza. Los de Junts per Catalunya viéndose como la última trinchera de la resistencia, como los escoceses de Braveheart, pero mejor con falda de Burberry. Y con muchos de ellos arrastrando al rey por el tablero político según conveniencia. Solo parece haber dos etiquetas: traidores o fachas. Es el Mundial de la contradicción. Para este espectáculo no hacían falta tantos días de espera ni tantos millones de gasto. De la huella de carbono que ha generado toda esta andaina, ni hablamos, porque a estas alturas tiene que tener el tamaño de Dinamarca. Con este panorama, van a quedar unas votaciones parlamentarias preciosas. Pero todos y cada uno de ellos hacen lo que hacen y dicen lo que dicen por nosotros. Por nuestro bien.