26 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Sé qué es ser negro, cobrizo, amarillo. Sé qué es ser homosexual, bisexual, travesti. Sé qué es ser pobre, hambriento, indigente. Sé también qué es ser rohinya, judío, español.

Sé cómo hiere la infamia del desprecio. La superioridad del blanco, del heterosexual, del opulento, del étnico puro. Avasalla, desnuda. Caen sobre el distinto las murallas de Jericó.

Lo sé porque, en un instante, sentí la herida del desprecio. Fue en un autocar repleto de británicos, adultos y jóvenes. Quienes no fueron activos, callaron y miraron al infinito.

España tiene sus ultrajadores y ultrajados. Piel, sexo, dinero. Pero lo que se ha puesto de moda, algo así como el último grito, es considerar subhumana a una parte (la mayoría).

Las razas no existen. Se inventan. Y el invento funciona. Es más antiguo que la rueda. Es en sí una rueda que ha hecho rodar la Historia.

Un estúpido frustrado, acomplejado, incapacitado para ser, puede desencadenar un cataclismo de odio, fulminar Guernica, arruinar Sodoma y Gomorra.

Hitler es el paradigma de la execración. Tuvo antepasados genéticos y tiene pupilos. Torra, Junqueras, Puigdemont, Mireia Boya, Otegui, Aitor Esteban, Urkullu, Vicente Marzá.

Como en el autocar, estos fanáticos cuentan con el respaldo de quienes miran al infinito, de los silenciosos. Hay, no obstante, un tercer batallón de apoyo.

Este batallón, este tercer hombre (Orson Wells, El tercer hombre, 1950) es la dinamita. Son pocos, aunque detentan el poder. Es el Gobierno de la nación.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias (su patrimonio, con el de Irene Montero, está a céntimos de llegar al millón de euros), que deben combatir el neonazismo, lo sostienen.

Los cerdos pueden presentarse vestidos para aparentar lo que no son ante los miopes. Pero si estos conservan el oído, los oirán hociquear. Y si el olfato, huirán asqueados.