Fin del austericidio, chute de moral

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Borja Puig de la Bella Casa

18 mar 2020 . Actualizado a las 08:20 h.

Si Pedro Sánchez pusiera un poco más de entusiasmo en su forma de hablar, ayer se habría consolidado como líder de esta crisis. Si no tuviese un discurso a veces desmayado, hoy estaríamos ensalzando su forma de movilizar al país. Y si no tuviese esa tendencia a la lírica que limita un mensaje de intención épica, estaríamos encantados de aplaudirle. Pero su estilo es el que es, sus discursos están escritos para ese estilo y así se producen las grandes diferencias entre gobernantes: cuando Macron pronuncia la palabra «guerra», gana los titulares de Europa; cuando la pronuncia Pedro Sánchez, suena a recurso literario. Quizá es también porque abusó mucho del concepto y su «esta batalla la vamos a ganar» se ha convertido en un tópico de buena voluntad y no demostrada credibilidad. A Sánchez no le sienta bien el lenguaje militar.

Lo importante a partir de la puesta en escena son los hechos. Y los hechos son lo que el Gobierno se sacó de la manga para conjurar el apocalipsis económico y evitar, aunque no lo diga, la explosión social. No es otra la intención y así, de una tacada y siguiendo ejemplos de otros países, tumba principios a los que Europa nos obligó en la pasada crisis: se olvida de la estabilidad presupuestaria; arrincona el déficit del Estado como material secundario; logra en teoría que el previsible aumento de la deuda pública no sea un freno a las intenciones gubernamentales, y hace que deje de existir -¿recordáis?- aquel concepto populista de «austericidio». La casa por la ventana para evitar el colapso. Un chute de moral para una sociedad desorientada. La polémica reforma del artículo 135 de la Constitución, pactada por Zapatero y Rajoy para hacer constitucional el equilibrio financiero, ya no cuenta. Importa más el condicionante que entonces se escribió en el nuevo artículo: salvo catástrofes naturales o escenarios que el Gobierno no pueda controlar. El coronavirus ha sido el primero.

Por tanto, cambio estratégico radical. Gran trompetería de presentación: «El mayor decreto de la democracia». Aliento socialdemócrata en el espíritu de la norma: «Nadie se va a quedar atrás». Esfuerzo imaginativo para salir del «parón en seco» que se está produciendo. ¿Falta algo? Creo que falta una mayor concreción del destino del dinero, que sí hizo Macron, que desmenuzó a qué se destinarán sus 300.000 millones. Falta que la epidemia desaparezca porque, si no lo hace, la necesidad se prolongará sin límite en el calendario y el esfuerzo económico tendrá que ser ampliado. Y falta, claro, que «el potente conjunto de medidas» funcione. Y eso ya no depende solo del Gobierno. Depende de la fe y la confianza con que las reciba la sociedad. Y hoy no se deben negar.