El cuento de los criados

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto EL QUID

OPINIÓN

ÁLEX ZEA | EUROPA PRESS

28 abr 2020 . Actualizado a las 09:56 h.

Leo, escucho y veo, y no doy crédito, a multitud de personas que se pronuncian a favor de un mayor control de la población dentro del nuevo statu quo instaurado con la excusa de la pandemia. Desde los que celebran que en algunos países se exija elevar una petición al Gobierno -una especie de salvoconducto que se debe llevar siempre encima- para bajar a la calle, a los que piden un sistema de turnos que regule las salidas por franjas horarias, dependiendo del apellido de cada persona o del número del portal en el que viva.

Leo, escucho y veo, y no doy crédito, a los que afean a sus vecinos porque se pasaron unos minutos de los 60 estipulados a que se han restringido los paseos diarios, o porque no respetaron la separación de dos metros, e incluso les increpan desde los balcones y amenazan con denunciarlos, como si estuviésemos en un régimen totalitario en el que la delación es necesaria para sobrevivir.

Leo, escucho y veo, y no doy crédito, a los agoreros que vaticinan el «fin del mundo» tal y como lo conocemos -y encima lo aplauden-, obviando que desde hace tres cuartos de siglo disfrutamos del mayor período de bienestar de la historia de Occidente.

Hace cien años, la gripe de 1918 mató a entre 17 y 50 millones de personas y la humanidad siguió adelante. Ahora parece que algunos ansían una involución que nos convierta en criados, como esa serie de ficción que parecen tomar como modelo de la «nueva normalidad» impuesta desde las instituciones del Estado: un Gobierno que amenaza con dar marcha atrás al mísero permiso que alivia el confinamiento; que sugiere la conveniencia de establecer la censura previa en los medios de comunicación, y que está ensayando la utilización de drones con altavoces para dar instrucciones a los viandantes. No tengo miedo al virus, pero me da pánico el recorte de libertades y derechos aplicado en nombre de nuestra seguridad, y que sorprendentemente cuenta con el beneplácito de numerosos ciudadanos en esta España que yo no reconozco.