Los terraplanistas del covid tuvieron su momento de gloria el pasado fin de semana. Falabaratos y conspiranoicos de todo tipo y pelaje se manifestaron en Madrid contra lo que ellos denominan «plandemia» y consiguieron llamar la atención por lo disparatado de sus planteamientos. Como es lógico, consiguieron titulares. Y también tiempo en pantalla.
Los problemas comenzaron cuando en algunas emisoras de televisión la información dio paso al espectáculo. Se celebraron falsos debates en los que las posturas científicas y el cuñadismo competían de igual a igual. Ya sabemos por los algoritmos de las redes sociales que en el gran mercado de la atención atraen más las tesis simplonas y escandalosas, aunque sean delirios, que los argumentos complejos y basados en la realidad. ¿Quién tiene más que ganar cuando se celebran esos cara a cara? Los negacionistas.
¿Todo el mundo tiene derecho a opinar? Sí. ¿Todas las opiniones son igual de válidas? Pues no. Algunas causan sonrojo y te ponen en evidencia. El mejor ejemplo lo ha dado Miguel Bosé. El cantante se convirtió en adalid de los que sostienen que el coronavirus es un invento, pero luego, prendida la mecha, traicionó hasta tres veces a los suyos. Primero se ausentó de la manifestación de Madrid. Luego vimos fotos suyas haciendo la compra, con mascarilla. Y después reconoció que «el bicho existe».
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