El coladero y la prevención

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

victor lerena | Efe

08 dic 2020 . Actualizado a las 10:23 h.

Vivo en un lugar confinado de la Comunidad de Madrid. Estábamos confinados hasta ayer, pero ayer las autoridades autonómicas decretaron una semana más de confinamiento, señal de que el virus no se quiere marchar. Y no me sorprende: mi hijo va a la universidad sin que nadie le haya preguntado nunca a dónde va. Mi mujer sale a hacer compras a otros barrios y nadie le preguntó a dónde va. Yo mismo fui este sábado a ver a mis hijas y a mis nietos en un municipio distinto y ningún guardia sintió ninguna curiosidad por saber por qué salía de un territorio infectado. Veo a mis vecinos y les ocurre lo mismo. Estoy empezando a pensar que lo del confinamiento es una figura literaria o un invento de alguien para demostrar lo mucho que trabaja y lo mucho que tiene controlados los focos de contagio.

Este fin de semana puse Telemadrid, única televisión que pone películas potables los sábados y los domingos, y me mostró cómo estaban las calles y las carreteras. El centro de la ciudad, abarrotado. Los aparcamientos, con colas de entrada y salida de más de media hora. Los accesos a la sierra para tocar la nieve, colapsados. Las casas de turismo rural, con el cartel de completo. Explicación de mi mujer, tan bondadosa ella: como la gente no puede salir de la Comunidad de Madrid, hace escapadas dentro de la región. Interpretación de su marido: si la gente cumple con las restricciones impuestas, es una gente magnífica, pero el virus sigue ahí. Si no se exporta al exterior porque los ciudadanos no salen de los límites marcados, una de dos: o habrá una acumulación en el interior de la comunidad o el covid está en retroceso.

Empiezo a creer esto último y lo confirmaré dentro de diez días: si siguió bajando el número de contagios, me lo tendrán que explicar. Ardo en deseos, además, de conocer la evolución de la pandemia después de la Navidad y Año Nuevo. No acabo de ver el permiso para reunirse diez personas, como si el virus llevase esa contabilidad. Y veo menos todavía los permisos para viajar libremente por todo el territorio nacional si es para reunirse con un allegado. Eso será muy generoso, pero es también un coladero que contradice todo lo decretado desde el momento en que se percibió que la mayoría de las transmisiones se producían en fiestas, con familiares o amigos; es decir, con allegados.

Si pasado todo eso la enfermedad sigue en retroceso como en los últimos días, empezaré a creer en los milagros. Si los contagios siguen bajando a pesar de los confinamientos locales que no se respetan; a pesar de las aglomeraciones que he visto; a pesar de las reuniones de allegados que se autorizan y a pesar de la llegada del frío que decían que alimenta al bicho, lo mismo no hace falta vacunarse. Aunque, para ser sincero, el único consejo válido es el de Sanidad: «El mejor regalo es cuidarse». Aunque solo sea por si acaso…