Manuel Villarroel de Dios: la aventura en los genes

OPINIÓN

18 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Las estrellas y los genes se conjuntaron de forma prodigiosa en Manuel Villarroel de Dios, y de tal conjunción cósmica y existencial surgió esta singular figura, que más parece un ser mitológico que un humano.

Manolo es un guerrero nato, una especie de Lancelot a la asturiana, cuya mesa redonda es la aventura, y su Santo Grial son los Picos de Europa. Forma parte de esa generación límite que vivió el final de etapa de los Picos de Europa como un lugar de pastoreo y supervivencia para los lugareños, y de solaz para los foráneos de alta cuna, amantes de la naturaleza. Con Manolo y los de su generación los Picos de Europa se democratizaron en lo turístico y deportivo, y comenzaron a ser un lugar donde todos podían disfrutar de una naturaleza espectacular.

Manolo es un inventor de la aventura para todos los públicos, estandarizándola y convirtiéndola en una singladura empresarial a las puertas de los Picos de Europa, con D. Pelayo y el río Sella por testigos. Creador intuitivo y autodidacta, sabe mirar más allá de las fronteras astures, y aplicar las ideas propias o las de otros, adecuándolas a su medio natural. Cuando imagina una aventura, su impulso inmediato es hacerla realidad, vivirla. Y una vez vivida, se las ingenia para repetir la gesta y compartirla con su familia, con sus amigos, con sus trabajadores, y también con sus clientes.

De talante discreto, humilde y tímido, si puede rehúye focos y escenarios, no le interesa para nada el relumbrón social. Es una especie de druida, que parece tocado por la divinidad. No hay cueva, cañón, garganta, río o pared de los Picos de Europa que se le resista. Y cuando testa una nueva actividad, parece que la hubiera hecho toda la vida. Tiene una facilidad innata para el aprendizaje y para asumir el riesgo. Excepcionalmente, es profeta en su tierra y ha sentado las sólidas bases de una de las empresas de turismo activo más prósperas del norte de España.

Sin quitarle mérito a este genio aventurero y soñador, hay que decir que cuenta con el apoyo incondicional de Marta Pandiella, la mejor y más sabrosa media naranja posible. Sensata donde las haya, currante nata, observadora, fuerte y valiente, Marta mira al cielo pero siempre con los pies en el suelo. Y también están Ramón y Eva, que son como dos espejos de sus padres, y que ya se perfilan como dignos continuadores del legado familiar.

Hecho a sí mismo desde la más tierna infancia, Manolo Villarroel no sería posible sin la sabia influencia de los Picos de Europa, y sin la luz del Dios Urriellu. Así que esti trasgu escalador, que a la mínima se sube por las paredes, es un referente ineludible del talento de la tierra asturiana, y del talante que solo pueden imprimir en este mundo los Picos de Europa.