El mal común

OPINIÓN

Imagen de una manifestación a favor de la igualdad
Imagen de una manifestación a favor de la igualdad

21 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

A mediados de la pasada década de este mismo siglo, escuché una conversación, en la Fundación Juan March de Madrid, dialogando dos personas inteligentes y profesores de Literaturas Hispánicas: don José Carlos Mainer y don Francisco Rico. En un momento de la conversación, el filólogo y experto cervantino, con la solemnidad y el aplomo que le caracterizan, dijo: «Casi nada se puede hacer en muchos dominios, si uno no forma parte de un club. Hay que estar en el club». Esas palabras sabias, procedentes del más y mejor experto de don Quijote, asemejan a las de la llevanza del criado Sancho a su Ínsula, pronunciadas por fracasado caballero de la Mancha: «Todo esto digo, ¡oh Sancho!, para que no atribuyas a tus merecimientos la merced recibida, sino que des gracias al cielo».  

Tal conversación y frases las volví a recordar ahora, en 2021, con ocasión de la publicación del libro del norteamericano y filósofo político, Michael J. Sandel, titulado La tiranía del mérito ¿Qué ha sido del bien común?, que es sobre la meritocracia y la virtud cívica (a los americanos, después de Rawls, y su Teoría de la Justicia, hay que leerlos). Un filósofo, Sandel, que interesa en España como lo prueba la página que El País (Babelia) le dedicó el 23 de enero de este mismo año y la extensa entrevista que se pudo leer en el ABC del domingo 14 de febrero, la semana pasada. 

Aquel importante libro precedió a otro, igualmente importante, del historiador europeo y residente en Norteamérica, Walter Scheidel, titulado Historia de las desigualdades, de la Edad de Piedra al siglo XXI, que es sobre las desigualdades, naturalmente. Tales recuerdos no se produjeron porque libro alguno, ni uno ni otro, tratasen, precisamente, acerca de los clubs o de las «sociedades de mutua ayuda», sino por lo contrario, porque de ello no tratan, juzgando determinante para entender la «meritocracia», caso de Sandel, o ser instrumentos de desigualdad, caso de Scheidel. 

«Lo de formar parte de un club» del profesor Rico, que también es consejo de padre, pudiera entenderse de dos maneras distintas. Una primera, natural y admisible, en sentido de unión o colaboración necesaria de personas para conseguir un resultado que supera las posibilidades de los individuos. Y una  segunda, artificial y patológica, que consiste en aprovecharse de las ventajas del grupo o del club para alcanzar lo que escasos méritos individuales o menguadas capacidades nunca conseguirían. Así, ser de un club o de varios, con torticeros afanes y resultados, puede ser una de las múltiples maneras de contrariar la llamada sociedad de iguales, eje del liberalismo y de los socialismos imperantes. Ya Rousseau afirmó que no hay libertad sin igualdad y que la condición de una sociedad moderna, para que ésta sea viable, pues es inevitablemente desigual, exigiría precisar las tolerables desigualdades concretas. 

No obstante tanta predicación laica y tantos sermones a cargo de predicadores de la Política, con tantos seguidores que, inexplicablemente, creen sus celestes promesas de igualdad, la cosa cada vez empeora. Sandel y Scheidel también lo escriben. El triunfo de la desigualdad ahora es apoteósico: las desigualdades crecen y van a más, y tanto cuando gobiernan conservadores como progresistas. Parece que la desigualdad es una griega moira o un latín fatum: destino o resultado inevitable, hágase lo que se haga. Fatalidad o tumor fatal que ni siquiera se reduce con esa especie de «quimioterapia» que consiste en instalar a los populismos dentro del Poder, para asaltar el cielo. Más y más ricos, esa es la dinámica o física. Se permitirá teorizar sobre la igualdad pero la práctica siempre es oligárquica. Y para disimularlo la Política dispone de la mentira y del engaño. 

Ni el mesianismo igualitario y laico del judío Karl Marx, ni el mesianismo igualitario del judío y religioso de Cristo, acabaron con las desigualdades, y eso que mucha fuerza tuvo el mesianismo marxista y tiene aún el cristiano, que dispone hasta de promesas de interminabilis vitae, con amenazas de infiernos para los ricos. Pues nada; ni caso: el hecho sigue siendo el mismo, la desigualdad. 

Walter Scheidel se refirió a los Informes últimos de Oxfam (ONG), que en Davos, para escándalo, acaba de afirmar la previsión de que las desigualdades, por la actual pandemia del Coronavirus, aumentarán. Una revista francesa acaba de titular: ¿A quién aprovecha el COVID?, y publica una entrevista a Esther Duflo, premio Nobel de Economía y especialista del desarrollo, en la que dice: «Los pobres son los grandes perdedores de la crisis». Scheidel señala que las grandes guerras, las grandes revoluciones y las pestes pasadas fueron causantes de millones de muertos, pudiéndose  así instaurar una efectiva igualdad. Es como si la actual pandemia, hasta ahora con miles de muertos, no bastara para luchar contra la desigualdad, haciendo falta aún muchos más muertos, acaso millones. Y escribo esto último con pena y tristeza recordando a tantos fallecidos y enfermos, conciudadanos, por esta peste. 

La crítica de Sandel a la meritocracia americana, culpándola de la desigualdad, del resentimiento y del arrogante elitismo, todo lo cual es contrario al bien común, no se puede trasladar a España y a otros países del sur de Europa, sin dos previos análisis: 

a).- La enorme desigualdad entre los que tienen un empleo público, en cualquiera de las Administraciones empleadoras, y los que tienen un empleo privado, siendo ello especialmente manifiesto en estos tiempos de pandemia, privilegiada situación de los primeros (mantenimiento de empleos y salarios) e insoportable en los segundos. 

b).- Dentro de los empleados públicos, en la Europa del Sur, es aún más destacada la meritocracia de aquéllos que, escalafonados, pertenecen a las élites de ciertos «Cuerpos del Estado», de acceso por el sistema de oposición. No sería de justicia negar la gran aportación que los integrantes de esos «Cuerpos» hicieron a la Política y a la Administración en la España contemporánea, una meritocracia de excelencia. No se debe ocultar que la oposición puede ser un sistema, que además de facilitar la movilidad social, es como un mercantil título-valor, que permitirá, unas veces en activo, otras en excedencia, privilegios plurales, contrarios a la igualdad, por ser como de club. De meritocracia cuestionable por ser de talento y no sólo de talento. De «pesebres estatales» escribió Max Weber en La política como vocación

La realidad española y el libro de Sandel exigirán mayor análisis y en profundidad, pues nunca se analizó, por extrañas razones, acerca del carácter corrosivo de la meritocracia española para el bien común. Y sin que esté lejos el asunto del dinero, en activo o en excedencia, pariente indeseado del Poder, que son ambos oligárquicos. 

Daniel Innerarity, en su reciente libro Una teoría de la democracia compleja, trata de la «igualdad democrática» dentro del título Democratizar la democracia, siendo la percepción ciudadana de la desigualdad una de las causas de la desconfianza, y añado ahora, que eso es así efectivamente, no obstante la completa ignorancia de la ciudadanía respecto del modo operativo o el de la práctica de cómo las élites se benefician, y de manera sigilosa y secreta, pues cuantos más secretos sean los clubs, más eficaz es la guerra a la igualdad