Horrible accidente y morir por no cooperar (II)

OPINIÓN

Vacuna contra el covid en Avilés
Vacuna contra el covid en Avilés EFE | jl cereijido

22 mar 2021 . Actualizado a las 17:29 h.

La globalización. No la del capital financiero internacional, sino la de un virus que no atiende a fronteras o acuerdos internacionales adoptados en interés de los países más poderosos, es una de las circunstancias que pone a prueba la capacidad del ser humano para responder a una amenaza biológica de consecuencias imprevisibles.

Y la globalización del conocimiento, desde la invención de la imprenta en 1450 hasta la Era Digital, después de millones de muertos en decenas de pandemias, no parece habernos ayudado a decidir qué es lo que conviene hacer en estos casos para evitar el mayor número de víctimas posible. Ya sea porque tenemos información excesiva -incluyendo la falsa-, porque el proceso de toma de decisiones no se basa en una deliberación democrática transparente y bien informada e incluso porque salvar el mayor número de vidas no sea el objetivo, sino salvar prioritariamente determinadas vidas a corto plazo. Es decir, como le ocurriera a Phineas Gage después del accidente, nuestras sociedades siguen produciendo, consumiendo, reproduciéndose con aparente normalidad, pero sufren una severa «lesión cerebral» que les impide tomar decisiones sensatas acerca de su subsistencia futura.

Así, países poderosos se permiten ignorar el lema de la Organización Mundial de la Salud que dice que «Nadie está a salvo hasta que todo el mundo esté a salvo», y acaparan vacunas para sus poblaciones comprometiendo el buen funcionamiento de la iniciativa COVAX, un mecanismo de cooperación de la OMS cuyo objetivo es el reparto equitativo de las vacunas, es decir, dar acceso a las mismas a los países más pobres. Porque, tal vez haya que decirlo más despacio, el virus no entiende de fronteras en un mundo hipermovilizado y la mejor manera de acabar con la pandemia de COVID-19 y recuperarnos de sus estragos es reducir drásticamente la transmisión e intentar inmunizar a la mayoría no teniendo en cuenta la renta per cápita sino su vulnerabilidad.

Esa dificultad para entender que, si el objetivo es evitar el mayor número de víctimas posibles, es preferible vacunar a los colectivos más vulnerables de todos los países que vacunar a toda la población de algunos países, los más ricos, es una manifestación más de la dicotomía egoísmo - cooperación. Tenemos su expresión a escala doméstica en aquellos especímenes patrios que, abusando de su poder y/o sus influencias, se saltan los protocolos para acceder a una vacuna y protegerse a sí mismos en detrimento de las personas que más lo necesitan. Unas conductas lamentables que intentamos comprender desde hace mucho tiempo con no demasiado éxito.

Remontémonos a los orígenes de la concepción moderna del contrato social por el que los habitantes de una comunidad ceden voluntariamente parte de sus libertades individuales, en favor de un modelo de convivencia basado en leyes, derechos y deberes, administrados por una autoridad o gobierno. Es decir, las premisas para la constitución de un Estado. El contrato social que, por cierto, ciertos intereses querrían hacer trizas por medio del libertarismo (o libertarianismo). Una doctrina de la que Díaz Ayuso es una torpe representante al erigirse en adalid de esa «libertad» de la que usted me habla sin importarle que se le vean los hilos que la manejan. (A Ábalos, con su propuesta de regulación del alquiler, también se le ven, ¡eh!, que conste).

Pero volvamos a la historia. El filósofo inglés Thomas Hobbes consideraba que los seres humanos son iguales por naturaleza y responden, en última instancia, a un instinto de conservación que, en un contexto de amenaza y en ausencia de una autoridad reguladora, los lleva al enfrentamiento por la supervivencia. En su obra más destacada, el Leviatán (1651), una de las primeras obras sistemáticas sobre la naturaleza humana, su organización social y el estudio de la moral, el Capítulo XIII, titulado De la condición natural de la humanidad en lo que respecta a su felicidad y miseria, dice: «De esta igualdad de capacidades surge la igualdad en la esperanza de alcanzar nuestros fines. Y, por ende, si dos hombres cualesquiera desean un mismo bien social que no puede ser gozado por ambos, devienen enemigos y en su camino hacia el fin (que es principalmente su propia conservación, y a veces solo su delectación) se esfuerzan mutuamente en destruirse o subyugarse (...). Es por ello manifiesto que, durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los obligue a todos al respeto, están en esa condición que se llama guerra, y una guerra de todo hombre contra todo hombre».

Digamos que viene a ser un argumento en contra de la limitación máxima del Estado, tan ansiada por la codicia neoliberal y libertaria, y que explica el desigual acceso a los recursos, en general, y la guerra de las vacunas, en particular.

¿Se entiende así la amenaza a la convivencia actual y a la subsistencia futura que suponen las políticas que justifican el egoísmo? ¿No?

(continuará)