El maltrato, la violencia machista y el abuso no es un reality show. No es un corrillo de opinión y no es un circo mediático. No es tampoco una caza de brujas ni es un tuit de una ministra. Por eso es tan doloroso y tan repugnante asistir al desgarrador testimonio de Rocío Carrasco, llorando sin desconsuelo, y observar cómo los mismos que la condenaron ahora la elevan al altar del victimismo, entonando el mea culpa. Y observar cómo también los mismos que le dieron voz a su ex, Antonio David, ahora lo juzgan públicamente y lo condenan como un maltratador violento; y lo despiden como una venganza pactada, pero le pagan a su mujer para que vaya a Supervivientes. Así que o yo me he perdido algo o reconozco que no soy capaz de asimilar la mezcla repulsiva que supone tanto ruido y tanto desprecio a esos dos hijos en común que tienen que soportar, sin ningún amparo, que toda España sepa la podredumbre y el odio en el que han sido criados. Esa falta de protección y de cuidado les corresponde a sus progenitores que, lejos de mediar, les han deshecho la vida. Esos chicos le han rogado a la madre cariño públicamente y no han obtenido respuesta, todo eso lo sabemos los espectadores, que no necesitamos un grupo de hooligans echando leña al fuego. No se puede hacer de los platós de televisión un juzgado, no se puede acusar ni victimizar jaleando como en un corrillo de un reality a ver quién da más. El maltrato a las mujeres no necesita más frivolidad, el maltrato no es un show, por favor.