Peripecias del coronavirus

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

11 abr 2021 . Actualizado a las 09:00 h.

Pues aquí donde me ven (o mejor dicho, me leen), me acabo de vacunar con la marca maldita, y estoy tan tranquilo. Es cierto que tengo una cierta experiencia como cobaya, porque hace un par de meses me incorporé a un ensayo clínico surcoreano en el que participa nuestro Chuac. Se trata de un medicamento llamado C-TP59, y parece que funciona. O sea que tengo ya galones. Con la vacuna puesta me siento como esos nuevos ricos que padecen aporofobia, es decir, que desprecian al pobre. A mí me pasa con los no vacunados, los miro por encima del hombro. Se me nota en los andares chulescos y en el desdén con el que me pongo la mascarilla -porque yo quiero, que no la necesito-. Eso sí, cuando escucho por la tele las discusiones de los políticos por el peligro del bicho que yo ya llevo dentro, pienso en Sigourney Weaver y me acuerdo del Alien. O de cuando mis padres hablaban de mí conmigo delante. (Iba a decir mi suegra y mi mujer, pero me contengo). El covid ha levantado la manta y ha dejado al descubierto muchas dudas y muchas certezas. Pero también ha venido a poner en evidencia la manera tan distinta con la que vemos las mismas cosas. Mientras hay gente que se muere, Miguel Bosé le cuenta a Évole que el coronavirus no existe, muchos idiotas se van de fiesta y se suben a los coches bailando y tragándose litros de alcohol y virus, y, lo peor de todo, Ágatha Ruiz de la Prada declara alarmada que la gente lleva un año de chándal: perdona, bonita, de chándal andarás tú. ¡Ay, covid, cuánta guerra das!