Horrible accidente y morir por no cooperar (VI): «A la madrileña»

OPINIÓN

Una urna con votos
Una urna con votos

19 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Se preveía la sorpresa. Permítaseme, de nuevo, el oxímoron. Lo que pasó es que algunos no lo creían posible por irracional. Pongamos que hablo de Madrid. Perdón. Si Hillary Clinton se tiró de los pelos cuando el esperpéntico magnate naranja, a hombros de, según ella, una «panda de lamentables votantes», le ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016, aquí, el pasado 4 de mayo asistimos a la victoria de la versión chulapa del reaccionariado trumpista por obra y gracia de una sorprendente, para algunos, horda de anti-Einsteins, según la apreciación de Monedero.

Sorprendente para una parte significativa de los votantes de izquierdas que no entiende qué tiene que pasar para que una parte significativa de los votantes de derechas repudie a un partido que no solo se afana tanto por permanecer entre los primeros puestos del ranking de partidos corruptos en la Unión Europea como por desmantelar los servicios públicos para continuar transfiriendo dinero público a unas pocas e interesadas manos privadas, sino que condecoran a gobernantes de su partido que, entre otras fechorías, han mirado para otro lado mientras su partido se financiaba ilegalmente, han malvendido cientos de pisos sociales a fondos buitre, han alardeado públicamente de títulos académicos falsos. La exaltación del latrocinio, vaya. Aunque su tradicional alternativa gubernamental le va a la zaga; no se consigue tener un país que es la envidia de marginales políticos sin escrúpulos de países civilizados por la acción de un solo partido.

Un caso más para entender que nos dejamos llevar más por la intuición, no carente de sesgos cognitivos, que por la razón. Y que la conducta es la manifestación resultante de un complejo proceso en el que la dualidad razón-emoción no funciona, ni de lejos, como popularmente se cree: ambas facetas son inextricables e interactúan de forma generalmente inconsciente con factores contextuales (las relaciones personales-sociales, la educación, las normas, la cultura, las condiciones materiales, etc.) de forma muy variable a la hora de estimar las expectativas y generar las aspiraciones que nos mueven a la acción. Tanto que no debería sorprendernos que haya agentes poderosos que actúen sobre algunos de estos aspectos contextuales para influir en nuestra conducta. Por ejemplo mediante la determinación de las condiciones materiales (precariedad - incertidumbre - ansiedad) y el control de las expectativas y aspiraciones a través de mensajes explícitos y encubiertos acerca de lo que es posible y deseable, respectivamente: lo público y común es cada vez menos posible, lo privado e individual es cada vez más deseable. Os sorprenderían experimentos psicológicos de modificación de conducta mediante la manipulación del contexto.

Así es como se desactiva la tendencia natural de nuestra especie a la cooperación y se fomenta una cultura egoísta que descompone nuestros vínculos sociales y nos hace vulnerables al abuso institucionalizado necesario para favorecer el acaparamiento por parte del cártel financiero succionador de recursos, ocultando que se trata de una estrategia no adaptativa, tóxica e insostenible. Para eso tienen a sus bien remunerados brazos político y mediático. 

Lo mostró el director chileno, Pablo Larraín, en su película No (2012) sobre el plebiscito que convocó Pinochet en 1988, después de quince años de brutal gobierno militar y una fuerte presión internacional, para que el pueblo decidiera si quería ocho años más de pinochetismo (la opción del «Sí») o el fin de la dictadura y la convocatoria de elecciones democráticas (la opción del «No»). Cada opción tuvo 15 minutos de espacio televisivo por noche, de los 27 días que duró la campaña, para exponer sus argumentos. Una campaña que, a pesar de las obvias razones, se centró en las emociones: el miedo y la alegría. En una reunión con Pinochet, uno de los responsables de la campaña del «Sí» le dice: «Si usted quiere asustar a la gente, la tiene que asustar con su pasado, su pobreza pasada, las largas filas para comprar el pan. La oposición tiene sus lamentos de socialismos, sí. Pero lo único que le interesa a la gente es la repartija y además saben que con el socialismo es miserable. En cambio usted tiene un sistema en el que cualquiera puede ser rico. ¡Ojo! no todos, cualquiera. No se puede perder cuando todos apuestan por ser ese cualquiera».

Volvamos a nuestros días y a nuestro cortijo para ver cómo esa cultura egoísta nos persuade de que aspiremos a ser ese «cualquiera» y, ahora, además, «libérrimo a la madrileña». Una cultura que nos va llevando de «voy a seguir con las medidas preventivas para que el número de muertos por Covid-19 sea el menor posible» a «voy a los toros, a misa o a la última discoteca abierta porque me da la gana». De «quiero pagar los impuestos que sean necesarios para que todo el mundo tenga cubiertas sus necesidades básicas» hacia «impuestos para qué: que cada cual tenga la educación y la sanidad que se pueda pagar». Del «Estado de Bienestar» al «Estado de la Selva». Una cultura que, por otra parte, nos lleva a subestimar las posibilidades de pasar de ser contribuyente-beneficiario de un sistema de servicios públicos a ser dependiente o carente del mismo. De ser un inquilino o un propietario hipotecado a ser un desahuciado. 

Y apostando por ser ese «cualquiera», como pasa siempre en el juego, gana la banca. Claro.

(Continuará)