Horrible accidente y morir por no cooperar (V)

OPINIÓN

La navaja ensangrentada que recibió la ministra Reyes Maroto
La navaja ensangrentada que recibió la ministra Reyes Maroto

03 may 2021 . Actualizado a las 10:37 h.

Ahora que afloran tantos nostálgicos del exterminio de gente «sobrante» no está de más insistir en el peligro que supone no denunciar, para erradicar, esa actitud que pretende deshumanizar y privar de la condición de persona, de sujeto de derecho, cuando no de la vida en los casos de psicopatía exacerbada, a colectivos enteros en función de prejuicios a cual más abyecto. Una actitud que encuentra aval en una parte de la sociedad que, en Europa, se está agrupando en torno a organizaciones políticas filofascistas para salir, de nuevo, de la marginalidad sociopática en la que quedó oculta tras la Segunda Guerra Mundial y, en nuestro caso, tras el final de la dictadura. Gente que cuando no jalea a los supremacistas más desinhibidos, mira para otro lado.

Gente que, por ejemplo, en una exhibición de verosimilitud surrealista -si se me permite el oxímoron- asegura que el presidente de Correos, leal al Presidente del Gobierno, como si del «jefe infiltrado» de la tele se tratase, pasa desapercibido entre los miles de funcionarios de correos -cada uno de su padre y de su madre ideológicos- y no solo cuela cartas con balas y navajas siguiendo el dictado de una estrategia electoral sino que va a manipular el voto por correo como parte del complot social-comunista bolivariano perrofláutico. Pero gente, a su vez, que no quiere saber nada de los fanáticos que hacen prácticas de tiro con fotos de miembros del Gobierno como diana, de militares clamando por el fusilamiento de media España, de desfiles neonazis por las calles de Madrid señalando nuevamente a los judíos, o de grupos de cabezas rapadas que hostigan y apalean a quienes consideran indignos de su fantasía totalitaria, entre otras aberraciones bien conocidas. Un nivel de fabulación, en fin, parejo al de la enajenación necesaria para ser «hispanazi», que es casi como ser negro y del Ku Klux Klan.

Esa necedad lesiva de creer a su supuesto grupo de afinidad superior a los demás y, por lo tanto, merecedor de un trato privilegiado, ignora cómo le afecta su propio discurso de exclusión. A saber; siempre habrá un colectivo por encima que invoque su «legítimo derecho» a pisarles el cuello. Los que se creen depredadores no van a dejar por ello de ser presas de depredadores mayores, que los manejan convenientemente. Son los verdaderos grandes depredadores los que someten a todos «los otros» mediante dinámicas opacas de acaparamiento de poder -económico, político, militar- bajo las que subyacen los mismos esquemas cognitivos egoístas, con manifestaciones cada vez más esperpénticas: yo (y los míos) primero. Una inercia histórica que genera sufrimiento de lesa humanidad y nos aboca a una espiral de autodestrucción permanente. Morir por no cooperar. 

Quien lo entendió en carne propia fue el filósofo lituano, Emmanuel Lévinas. Superviviente del campo de concentración de Hannover que perdió a casi toda su familia durante el Holocausto. Antes de ser reclutado por los aliados en la Segunda Guerra Mundial como intérprete de ruso y alemán, en su paso como estudiante por varias universidades europeas, estudió con Husserl y conoció a Heidegger del que se distanciaría más tarde por su relación con el Partido Nazi.

Acabó siendo un referente del pensamiento ético. La ética como la primera filosofía; la ética del otro. A través de obras como El Tiempo y el Otro, y De otro modo que ser o más allá de la esencia nos ilustró acerca de qué y cómo somos en relación con los demás: no podemos ser sin el Otro. «Ser-para-el-Otro» hasta el punto de superar la relación dialógica y llegar a la trinidad como base de la interpersonalidad, es decir, a los Otros, a la comunidad. Pensamiento que se estudia en la psicología humanista, pues Lévinas entendía que solo se podía llegar a la auto-realización, la máxima aspiración de realización personal, a través de la «diakonia» o «servicio» al prójimo.

En esta serie de artículos sobre la dualidad cooperación-egoísmo y tras un breve recorrido histórico que nos llevó al «problema de Adam Smith» del capítulo anterior, es interesante traer a colación el pensamiento de Emmanuel Lévinas, pues también se interesó en cómo la economía afectaba a las relaciones humanas. Decía que la economía guiada por el interés propio, a diferencia de la ayuda desinteresada, estaba condenada al totalitarismo del dinero, en el que la rivalidad y la competencia más cruel se convierte en odio y acaba desembocando en guerras como la que él sufrió en primera persona. Lo que nos recuerda de nuevo a Hobbes.

El filósofo y teólogo católico austríaco, Erwin Waldschütz, escribió a propósito de la obra de Lévinas: «Lo que alguna vez pareció ser una cualidad distintiva humana, el deseo absoluto para determinarse y realizarse, la 'autodeterminación' y 'auto-realización', ha probado ser la razón de la violencia contra el otro ser humano. La aplicación de los objetivos del egoísmo no deben ser la base de la 'humanización de los otros seres humanos', sino la percepción de los otros. Esta es una relación ética».

(continuará)