Panjshir, resistencia anti-talibán

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

MOHAMMAD ISMAIL | Reuters

20 ago 2021 . Actualizado a las 09:19 h.

Cuando en junio del 2014 el grupo de asesinos de Daesh invadió el norte de Irak, al ejército acantonado en Mosul y sus alrededores les faltó tiempo para huir despavorido dejando atrás un valiosísimo armamento. Los fanáticos cubrieron con el manto negro de su siniestra bandera un tercio del país sin encontrar apenas resistencia, e impusieron de manera inmediata su retorcida, tergiversada y sangrienta versión del islam. Les llevó pocos días someter a la población a su régimen de terror y, como siempre, las primera víctimas fueron las mujeres, sobre todo las no musulmanas. Las imágenes de las mujeres encadenadas y transportadas como ganado en camiones abiertos para ser vendidas como esclavas no se van a borrar jamás de mi memoria. Ni la comunidad internacional ni, por supuesto, el aguerrido ejército iraquí hicieron nada para impedirlo. Solo los peshmergas kurdos, curtidos en décadas de batallas cruentas con el sanguinario régimen del Baaz, acudieron al rescate. Fueron ellos los primeros en llegar a la región de los yazidíes y los únicos que formaron un corredor seguro para que pudieran buscar refugio en el Kurdistán. Los peshmergas no solo lograron frenar el avance de Daesh, sino que poco a poco los hicieron retroceder, ya con el apoyo aéreo norteamericano, pero sin los necesarios suministros de armamento que les habían prometido. Tras semanas de dudas, el ejército iraquí, recompuesto con el apoyo de Irán, marchó hacia el norte para expulsar a los terroristas.

Hoy, al igual que en Irak, los talibanes lograron hacerse con casi todo Afganistán con poco esfuerzo gracias a la desbandada de su ejército e ineptitud del Gobierno. Y, una vez más, las mujeres serán las mayores víctimas si nadie hace nada para impedirlo. Parece que una tenue luz de esperanza ha surgido en la provincia norteña de Panjshir, donde Ahmad Massoud y el vicepresidente Amrullah Saleh se han acantonado para resistir. Está claro que nadie mejor que uno mismo para defender lo suyo.